Bruno Servet

Tal como he escrito en otros artículos, relacionados con la actividad de la Iglesia Católica española (ICAR), no siempre la crítica a su actuación general, y en varias ocasiones en lo referente a su patrimonio inmatriculado, ha tenido como origen mi apreciación personal. Es por ello por lo que, una vez más, voy a empezar este escrito con unas declaraciones de un teólogo católico, exsacerdote, que pone los puntos sobre la íes en el tema que me ocupa en esta ocasión. El actual gobierno, formado por la coalición de socialistas y Unidas/Podemos, ha sacado a la luz pública los datos sobre las inmatriculaciones de la ICAR, entre 1998 y 2015, quedando fuera el período de 1978 a 1998, y desde 2015 hasta el día de hoy. Un auténtico expolio patrimonial de bienes inmuebles a pueblos y ciudades, amparándose en una ley franquista de 1946.  Y traigo a colación las certeras palabras del exsacerdote Joxe Arregui Olaizola (Azpeitia-Guipúzcoa), porque lo relacionado con las inmatriculaciones no es simplemente una cuestión de leyes hipotecarias, que lo es, sino de la ética de una organización que se declara de los pobres, pero que es la entidad privada con más patrimonio, tanto que supera a la del propio Estado. Aunque la cita sea algo larga, pienso que merece la pena ponerla en valor, pues quien arremete contra la ICAR no es un ateo o un anticlerical recalcitrante, sino uno de los suyos, con conocimiento de causa sobre la Iglesia Católica y su forma de actuar.

Allá por mayo de 2014, apareció, en el Diario de Navarra (nada escorado a la izquierda, sino todo lo contrario), un artículo no acorde con la línea editorial del periódico navarro, firmado por el mencionado teólogo. En él no se entra en cuestiones legales, no es experto en leyes civiles, sino que arremete de manera clara y contundente contra la actuación de la ICAR en el tema de las Inmatriculaciones, en particular, y de la riqueza que posee la que tendría que ser la iglesia de los pobres en general. Veamos pues sus declaraciones, escribe:

-“Ni siquiera sabía lo que significa inmatricular, pero la Iglesia católica me lo ha enseñado en los últimos años. Significa registrar, por primera vez, algún bien en el registro de la propiedad, y es lo que han hecho y siguen haciendo muchos obispos -el arzobispo de Pamplona a la cabeza-, al amparo de una ley franquista de 1946, ampliada con una cláusula introducida ad hoc por un Gobierno de Aznar en 1998.

-Es muy fácil: basta que un obispo cualquiera acuda al registro de la propiedad -con mucho sigilo, eso sí- y declare: “Esta catedral y esas iglesias, este palacio y aquellas casas curales con sus fincas, y aquel cementerio e incluso el frontón… declaro que todo eso es propiedad de la iglesia”. Y no hay más que decir. Y el registrador lo registrará. Y si algún colectivo de la ciudad o del pueblo, enterado del fraude eclesiástico, fuera a reclamar la propiedad inmatriculada, le dirán: “Lo inscrito, inscrito está”, como dijo Pilato. Y no les quedará más que recurrir a los tribunales, pero no lo tendrán fácil, pues la ley es ley, aunque venga de Franco.

-He ahí nuestra Iglesia, la que predica a Jesús. Pero ¿puede una Iglesia que inmatricula ser Iglesia de Jesús? Siento decirlo, pero lo digo rotundamente: Jesús no la reconocería como suya ni se reconocería en ella. Una Iglesia que se apropia de todo lo que usa o usó en el pasado no es Iglesia de Jesús, que dijo: “No llevéis oro, ni plata ni dinero en el bolsillo; ni zurrón para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni cayado”.

-Una Iglesia que se adueña de lo que algún rey le donó -¿Quién era el rey para donárselo?- o de lo que el pueblo entero construyó cuando todo el pueblo era cristiano, de buena o mala gana; una Iglesia que se apropia de los bienes de los pobres para especular con ellos o vendérselos a algún especulador no es Iglesia de Jesús, que expulsó a los mercaderes del templo y que dijo: “Gratis lo recibisteis, dadlo gratis”.

-Una Iglesia que se apodera de las casas y bienes que la hospitalidad de la gente le cedió en otro tiempo no puede ser Iglesia de Jesús, que dijo: “Cuando lleguéis a un pueblo o aldea, buscad a alguien digno de confianza y quedaos en su casa hasta que marchéis”. Lo que es muy distinto de “Quedaos con sus casas cuando os marchéis…”, como vemos que sucede hoy.

-Una Iglesia que se incauta de mezquitas convertidas en catedrales -azares de la historia-y pretende que sea solamente suyo lo que ha sido y debiera sr de todas las religiones. Más aún, de toda la sociedad, no puede ser Iglesia de Jesús, que dijo: “Ha llegado la hora en que no se adore a Dios en templos, sino en espíritu y en verdad”.

-Una Iglesia que litiga en los tribunales, hasta el Tribunal Constitucional, por bienes inmuebles ajenos -y aunque fueran propios- no es la Iglesia de Jesús, que dijo: “Al que quiere pleitear contigo para quitarte la túnica, dale también el manto”.

-Un Iglesia incapaz de reconocer que el mundo ha cambiado, que la sociedad ya no es cristiana, una Iglesia que sigue valiéndose de leyes y privilegios confesionales, una Iglesia aliada con el poder y el dinero, una Iglesia que resulta ser la mayor propietaria particular de bienes inmuebles de todo el Estado… no es Iglesia de Jesús, el profeta galileo marginado e itinerante, carismático y revolucionario, que vivió sin casa y sin bienes y que dijo: “Las zorras tiene madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza”.

-Una Iglesia que se instala en palacios, que busca privilegios, que se apropia de iglesias e inmatricula bienes que fueron de todos no es Iglesia de Jesús, pues envió a sus discípulos y discípulas a promover la liberación y a curar, a nada más. Jesús no fundó ninguna Iglesia, tan sólo una Iglesia itinerante, siempre en camino, una Iglesia sanadora, una Iglesia desapropiada, una desinstalada de edificios de piedra, doctrinas, ritos y normas, puede ser Iglesia de Jesús.

En nombre de Jesús, de su Buena Noticia, tan buena también para hoy, pedimos, pues, a la Iglesia que se desprenda de tanta posesión, piedra y letra, y sea testigo humilde del único tesoro, de la perla preciosa: la Salud, la Gracia, la Vida.

Obviando la figura de Jesús, a la que hace referencia el teólogo guipuzcoano, ya que nunca existió tal como lo presentan los evangelios, es verdad que, según dichos escritos bíblicos, este personaje, inventado en el año 303 de nuestra era, actúa con unos comportamientos muy alejados de las vivencias que durante más de dos milenios han tenido su ingente número de seguidores y seguidoras en muchas partes del planeta. No es de extrañar que el obispo de Donostia/San Sebastián, el ultraconservador José Ignacio Munilla Aguirre, haya querido silenciar las críticas del sacerdote franciscano, poniéndole en la drástica tesitura de callar o tener que abandonar la orden franciscana. La postura beligerante del sacerdote ante la jerarquía eclesiástica culminó, tiempo atrás, con el abandono de su estado dentro de la Iglesia Católica. No admiten que nadie, y menos dentro de su seno, ponga en entredicho sus falsedades e intereses económicos. Utilizan las leyes mundanas para sus beneficios espirituales y crematísticos. Se amparan en leyes promulgadas por el gran dictador y asesino Franco para quedarse con un patrimonio que no le corresponde. Teniendo como excusa, eso sí, el apoyo legal de su lacayo el Partido Popular de José María Aznar y su famosa cláusula ad hoc. Siempre del lado de los poderosos, aunque vendan la moto de estar con los pobres (léase Cáritas, Manos Unidas o Médicos del Mundo, etc.). Nacieron bajo el auspicio del nefasto Emperador Constantino I, el Grande, y desde entonces no han dejado de cobijarse bajo el paraguas del Poder, aunque éste haya sido ejercido de manera dictatorial y asesina en multitud ocasiones.

La ICAR, como cualquier otra entidad, “aunque su reino no es de este mundo”, ha de matricular sus bienes, pero no ha inmatricular los bienes inmuebles que son del pueblo. No puede ser que, con sólo la palabra de un obispo, parte interesada, sea suficiente para inmatricular 34.961 bienes inmuebles con la Ley Aznar. No es moral que, por 10 euros, pueda la ICAR inmatricular un bien, y que sólo sea necesaria la palabra de un obispo para dar carta de autenticidad a lo que se está registrando. No pasa lo mismo con los que reclaman ese bien, pueblo o ciudad, que tiene que aportar pruebas fehacientes para hacer su legítima reclamación. Si la Iglesia no aporta documento alguno, por qué los demás si tienen que hacerlo. Por qué diciendo que la Iglesia ha utilizado ese bien inmueble desde tiempos inmemoriales es suficiente, y no es válido el argumento de que es del pueblo y que sólo la Iglesia es una simple usufructuaria de ese bien inmueble también desde ese mismo tiempo y, por lo tanto, no lo puede poner a su nombre. Por qué no aportan los mismos documentos que se les exigen a los litigantes. La ICAR, desde siempre, ha utilizado la ley del embudo:  lo fácil, cómodo y beneficioso para mí y lo difícil para los demás. ¡Vaya ejemplo de moral cristiana! Pero ya se sabe, “haced lo que yo os digo, pero no lo que yo hago”. Esa es su manera hipócrita de actuar a lo largo de su dilatada historia de fraude ideológico y corrupción material. Acumular cuanta más riqueza mucho mejor, y después pregonar que el reino de los cielos es de los pobres. Los socialistas, como siempre, cobardes y meapilas no se han atrevido a pedir el listado anterior a 1998 ni el posterior a 2015, ya que el montante, según algunas asociaciones reclamantes, asciende a más de 50.000 bienes inmuebles desde 1946 hasta la actualidad.

 

 

 

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