Pedro Ibarra

 

Alguien dijo una vez que de contenidos están hecho los hombres y las cosas. Lo que hace que pudiese ser ese contenido moral o inmoral será la piedra de Roseta, que a través de ella podamos valorar y saber su carga. Las cosas poseídas son en parte el reflejo de una personalidad con sus criterios, gustos, apetencias e ilusiones. Las superficies de los muebles de nuestros hogares son, sin duda alguna, los aparadores de nuestras preferencias y a través de ellos quedará marcado, para siempre, el ego de la propiedad.

Otros objetos permanecen ocultos en altillos y desvanes, en situaciones vergonzantes, por el hecho de no poseer la gracia y el encanto del diseño y el colorido actual.

Ocurrió, en una ocasión histórica, por cierto, tan seria como rigurosa, hubo una sencilla maleta que, por la condición moral de su propietario portador, se convirtió en un instrumento “moralizador” de valor incalculable. Su propietario se llamaba Buenaventura Durruti, hijo legítimo de su tiempo y encadenado hasta su muerte en la defensa de su ideal, junto con la causa de sus hermanos de sudor. Alejó de su persona el poder y la autoridad que le ofreció el momento revolucionario avasallador asumido por toda la clase trabajadora de aquella época. Inmunizado al brillo de las riquezas, fue persona entre las personas y pobre entre los pobres. Mecánico ajustador, con título nobiliario y obrero, con sentimiento humilde y poderoso. Ibérico en sus virtudes y valeroso en su temple. Libertario hasta las uñas y convencido ácrata, jinete de libres vientos e irreconciliable enemigo de los atropellos sociales a los humildes. Vivió por lo que murió, miserable por fuera y riquísimo por dentro. Hermano de vida con los que, con iguales virtudes, compartieron la lucha por el ideal anarquista de redención humana.

Cárceles, presidios y mazmorras no lograron doblegar a aquellos hombres, que tanto lucharon por serlo. Todos desaparecieron del tiempo que tuvieron que vivir. Los idealistas de las vacías maletas partieron de esta vida, queda aquí todo ser humano que quiera serlo, contemplando, con todos los sentidos, lo muchísimo de valor ético y moral que la maleta contenía y el inmenso valor que tiene la nada material, llenándola con los enseres de limpieza y una simple muda personal, y absolutamente nada más.

Jamás las riquezas dominaron sus nobles sentidos, ni el brillo del oro se adueñó de su corazón, él vivió siempre abrazado a los pobres laboriosos y fue uno de ellos, que a su clase dignifico. Se llevó de esta vida, en su corazón, el más hemoso ideal de los pobres, la honradez y la Anarquia.

 

 

27 de Marzo de 2004 PEDRO IBARRA .

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