Pedro Ibarra
Dentro de un sistema de vida social construido a base de escaleras, abundan dichas “A” extendidas, como elemento mágico e imprescindible para poder abrirse paso en la selva económica y financiera de la vida. En los claustros de las Universidades y en las Escuelas Superiores se adiestran nuestros jóvenes para poderse construir sus propias escaleras, con las cuales poder trepar las alturas everescas, tan llenas de posibles bienestares idílicos y tan llenos de ratoneras. La construcción de dichas escaleras debe de ser minuciosa y su colocación, una vez terminada, será siempre en pie, como una victoria al revés, acompañada de una buena cuerda que, bien amarrada, une el horizonte y la seguridad. Para así, como es lógico, poder alcanzar las alturas deseadas. Pero como está claro, no solo son necesarias las escaleras para los universitarios, sino que hay otras necesidades para poder aplicar este artilugio tan útil en nuestra sociedad.
Otras son las ciencias que se imparten en las nobles aulas, y entre ellas están las ciencias sociales y políticas, tan necesarias en nuestros momentos. Futuros hombres de estado y preclaros personajes del mundo de la honesta política, junto a verdaderos defensores de los desvalidos, serios portavoces de decencia honesta y hombres espejos, gracias a los cuales nuestros jóvenes podrán ver, en ellos reflejados, los futuros comportamientos éticos y morales propios a imitar.
Preparados ya, nuestros jóvenes entrarán en el limpio mundo de la política, tan inmensamente lleno de floridos jardines de cardos irrizados con sorprendentes púas que provocan el sobresalto a las impunes conciencias juveniles. Momentos en la encrucijada de tener que decidir entre vivir con intensidad la vida de los políticos o apartarse de esa forma de vivir y marcharse a sus casas llevando en sus cuerpos la intacta decencia de unos hombres de bien.
Escaleras portátiles articuladas y recogidas en maletas y petates. Prestas siempre para los ágiles trepadores, ansiosos de alturas, y para todo aquél que desee alzar su curiosa testa en pos de un prodigioso “Dorado”; escaleras que, aunque apoyadas en pestilentes cenagales, permitan al elegido oxigenar sus pulmones en las altas capas de aire putrefacto. Centinelas celosos, y observadores persistentes, mirarán el apoyo de la escalera por si a alguien se le ocurre empujarla, teniendo que suprimir para siempre una serie de posesiones privadas, morales y éticas inútiles, para poder así ejercer brillantemente la honesta profesión de representante público de urnas electorales.
Una vez elegido, proclamado y alzado en el pedestal del dominio y el poder, será casi seguro despellejado, vapuleado, maldecido y descarnado, en casi todos los hogares patrios, por aquellos mismos que un feliz día de coloridos carteles, bellas promesas y alardes de poseer la solución para todo problema fue elegido.
Urgadores de mil y una manera. Unos, que actúan en la más tremenda clandestinidad, provistos de botes de espray buscando limpias, relucientes y bien pintadas paredes en donde poder estampar murales, que, sin duda alguna, causarían la envidia y el asombro de Miguel Angel, Rafaello, Boticelli o Leonardo da Vinci. Urgadores de sombras y artistas filántropos, carentes de Mecenas que puedan patrocinar sus artes nocturnos y verticales.
Grandísimos esfuerzos materiales, costeados por sus propios bolsillos, embellecen puertas y paredes, trenes y metros, ventanas y edificios, todos buscados y urgados por los hombres sombra de la noche. Hechos de viejas remembranzas de los años de la dictadura, en que los hombres sombra de la noche, y verdaderos contestatarios, colocaban carteles escritos en las paredes de las casas contra el régimen militar, pero que hacerlo ahora, en forma de Grafiti, turba los cerebros de las personas normales por su inexplicable comprensión.
Urgadores de fáciles bolsillos ufanando productos de Ubrique con que poder satisfacer los epilépticos deseos del blanco polvo de la locura y las orgias etílicas.
Urgadores de basuras pertenecientes al último escalón social de esta sociedad Danone. Buscadores de tesoros ocultos impregnados de detritus urbanos y sedientos de metales preciosos.
Urgadores de blancas, desnudas y débiles carnes forzadas contra su voluntad y violentándolas, llevándose una miserable hazaña.
Urgadores de débiles cuellos de mujer, capaces de robarles el bien supremo de vida, su dignidad.
Urgadores buscando afanosamente lo más negro de nuestras entrañas y seres incapaces de vivir en paz con sus intestinos. Personas negadas para la vida que ya fueron desechadas por “el faról de Diógenes”.
Urgadores de intimidades en las entrevistas a personajes miserables en las televisiones, en las calles y en los locales comerciales.
Urgadores pagados por las “Honestas Agencias de Consulting”, cuyos resultados estarán siempre a merced del mejor pagador.
Urgadores de votos en las romerías electorales con sonrisa de “Denticlor”, jadeantes y afónicos.
Urgadores ludópatas de fortunas soñadas formando fila en las administraciones de loterías y barracas de la Once, buscando el gordo que ocasiona flacos.
Urgadores de infinitas formas y colores buscando, sin saberlo, a aquel hombre limpio que un lejano día se fue para siempre, cansado de no ser acompañado por nadie en busca del “hombre mejor”.