Ginés Puente

El día 8 de marzo, con motivo del día de la mujer, se estrenó (en TV3, À Punt e IB3) “Frederica Montseny: la dona que parla”. El largometraje, dirigido por Laura Mañá, aborda la llegada de Federica Montseny Mañé al Ministerio de Sanidad y Asistencia Social en 1936, así como los primeros años de su exilio en Francia. Sin embargo, la película tiene más sombras que luces.
Empecemos por estas últimas. El primero de los puntos para elogiar es el hecho de rescatar del olvido una figura tan controvertida como fue Federica Montseny (1905-1994). Sin duda, divulgar el papel de mujeres como ella puede contribuir a transformar la sociedad que nos rodea. Más aún si tenemos presente el panorama político actual.


Asimismo, plantea, acertadamente, el debate interno por aceptar, o no, el Ministerio, las tensiones existentes entre anarquistas y republicanos en Cataluña, la tragedia y la locura de su padre en sus últimos años de vida como también el hecho que no fuese extraditada como consecuencia de su embarazo.
Pero ¿y las sombras? A pesar del interés suscitado, son muchos los errores históricos que se cometen. El primero de ellos es su relación con su padre, Joan Montseny, conocido también como Federico Urales. Como demuestra la correspondencia, el vínculo entre ambos estaba muy deteriorado. Joan se había separado sentimentalmente de Teresa Mañé antes de que se iniciase la Guerra Civil y se había trasladado a l’Espluga de Francolí (Tarragona), desde donde continuó escribiendo para diferentes publicaciones de la editorial familiar. No volvieron a verlo hasta que, en enero de 1939, se reunieron para iniciar el camino hacia el exilio.
En este mismo sentido, me sorprende muy negativamente -puede que por formación profesional- cómo se presenta a su madre: Teresa Mañé Miravent. De hecho, en sus pocas apariciones en escena, se la presenta como una mujer sin personalidad, a caballo de su marido. Lejos de ello y aunque ya mayor, Teresa continuó gestionando la editorial -con ayuda de María Anguera (otra de las grandes olvidadas) o Herminia Reyes-, también cuidó a su nieta Vida y fue, junto a Teresa Claramunt, una de las personas más influyentes en la vida de su hija. Ocultar a una mujer para resaltar a otra: siempre el mismo rosario.
La casa taciturna escenificada en la película, situada en el número 37 de la calle Guinardó, denominada Villa Carmen (ahora calle de Escornalbou), está lejos de la realidad. Aunque se había clausurado La Revista Blanca, continuaron publicándose La Novela Ideal y La Novela Libre, se continuaron gestionando las ayudas a los presos y se continuó recibiendo a compañeros y compañeras de todas partes. Una casa en la que, a pesar de todo, continuaban entrando rayos de Sol.
Queda también totalmente difuminado -no más allá de una frase al inicio del largometraje- las tensiones con Juan García Oliver (un personaje demasiado plano teniendo en cuenta su fuerte carácter), así como con otros dirigentes cenetistas. De hecho, era un sindicato mucho más organizado de lo que se apunta; mucho más que una simple reunión en un bar colectivizado. En este sentido, considero que se otorga a Federica un papel excesivamente protagonista en el marco del sindicato. Igualmente, las figuras de Lluís Companys, Largo Caballero o Negrín parecen más una caricatura que un reflejo de un análisis histórico y riguroso de las fuentes existentes.
Y, entre otras muchas dudas -o no tantas-, me pregunto: ¿Dónde queda la relación con Mujeres Libres? ¿Los hechos de Mayo de 1937 fueron culpa de Vladímir Antónov-Ovséyenko? ¿Queda claro que la ley del aborto tan sólo entró en vigor en Cataluña? ¿Cuántos afiliados y afiliadas se dice tenía la CNT? En definitiva, ¿Dónde están las luces y las sombras de la Indomable?
Es una lástima no haber aprovechado la ocasión para pedir asesoramiento a historiadoras como Susanna Tavera, Antonina Rodrigo o Dolors Marín.
Siempre perdemos buenas oportunidades.

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