Floreal Rodríguez de la Paz
¿Cómo sería la sociedad si aprendiésemos otro comportamiento como seres humanos equilibrados, sin que medie en la conducta los valores de dioses asalariados? Nace lo triste cuando el precio social de los acontecimientos pasa por la irresponsabilidad de hechos relevantes. Triste crítica, por cuanto cabe señalar a los autores del beneficio, en los hechos que carecen de legítima certificación de la cacareada lujuria, como espectáculo, que divierte a los que ignoran o desconocen la prudencia.
No es la locura lo que invita a seleccionar los asuntos sociales, aunque en algunos comportamientos sí. Sin cuestionar la cordura, pues no tiene sentido que abusen unos de otros con alevosía legalmente premeditada. Se trata de análisis sociológico, por si con ello se enmendasen ciertas conductas sociales, rayanas en el ridículo, protegidas por leyes costumbristas, desde que se puede comprar la certificada dignidad mínimamente inteligente, poco menos que académica. Ah si los valores de los equilibrios sociales estuviesen protegidos por la misma Justicia, con severidad civilizada. Pero no es así, pues la Justicia no domina la fuerza que tiene derechos sobre cualquier acontecimiento, poniendo en circulación semejante ejercicio, para la ética social.
Viene al caso comentar ciertas costumbres, que no pasan de ser el hazme reír sociológico. La sociedad está diseñada con la fuerza poderosa del dinero. Es obvio que no tener medios para vivir crea ira, enfado, indignación, enojo, coraje, y todo ello destruye. Los valores personales para subsistir quedan difuminados en “sálvese el que pueda”. Seguido de tener que sobreponerse ante la abundante escasez, miseria social, que nunca tiene avales para salir de la abominable miseria. Careciendo de Justicia inteligente.
Ahí están los candidatos a conseguir sumas de dinero importantes, cuando prueban la suerte del reto cultural, que concede el premio, para certificar los niveles que acierta en inteligencia, que los lleva al éxito, por medio de la encontrada suerte, nunca con la garantía que demuestra el conocimiento apropiado, según el tema elegido por sus inspiradores, avezados para entretener a los ciudadanos que, poco o nada, saben despejar el reto. Por caso cito: Ahora caigo -con el truco de los 100.000 € en premio-; pasa palabra -con el criterio de conseguir sumas importantes de dinero-; la ruleta de la suerte -igualmente con el anzuelo en juego-; ¡bum, desde un cable! -que tiene objetivos impredecibles, pero millonario-; sirviendo como ejemplo, aunque sin que medie el premio monetario, ‘los zapeando’ -dedicado su equipo a informar, aunque le sobran ciertos fines, impropios de la información-, porque se trata en este medio de entretener con noticias nuevas, escasas en cultura, con el relleno de un espacio sin el reconocimiento ético satisfactorio para el ciudadano en general; como igualmente “Saber y Ganar, de Jordi Hurtado”, con la suerte que él mismo domina impecable. La sociedad está plagada de armadijos sofisticados, -sí claro-, entendiendo que se trata de entretener y embaucar, cuando no se sabe hacer otra cosa, por medio de los valores, por ser precio del fatídico dinero. ¡Qué sucede con la cultura de la Inteligencia, para que aporte a la sociedad mejores modelos de entretenimiento! ¿Quién diseña estas perspicacias sociales? ¿Por qué no se puede garantizar y proteger lo que sobradamente rechaza la cultura de la Justicia de verdad? ¿Quién disfraza de cultura inteligente para la televisión, por ejemplo, que se ejercite la verbocidad del fútbol, con sus dioses o mercenarios en lozanía, gracias al poder del dinero, que suele mover la economía, en toda la extensión de la suerte, en los países, todos ellos, sin más alegría que ciertos climas de sufrimiento, aunque efímeros? ¡Eso no es deporte responsable señorías! Eso es depravación. Y combatir lo irracional pasa por la obligación de soltar el antivirus, por el que se pueda salir ilesos, sin perjuicios sociales, sin la sorprendente arrogancia, en tanto que precio en las selvas virulentas, por unas cuantas leyes que protegen el poder de toda mafia capitalista. No debemos caer en los climas del fanatismo, pues se trata de entender para qué sirve “el placer de conseguir un premio”, mientras una insignificante minoría disfruta creando escenarios cómicos, porque el látigo de las oportunidades, que entrega a cambio de la suerte el privilegio del fantástico premio; dinero, mientras demuestran los más osados, que es posible acertar los resultados que permiten el trofeo. Aunque nada que ver en la inteligencia social, necesaria ésta, para crear escenas que en nada se parecen a ver con el disfrute televisivo desde los sofás de cada lugar, en los hogares que simulan divertirse, viendo cómo el dinero garantiza el premio tan seleccionado para el aplauso. La singularidad de la recompensa, como precio al esfuerzo para la suerte, no es jamás lo que otorga notabilidad a sus bufones, lacayos en este caso, del juego competidor del capitalismo, siempre enfermo, cazando constantemente voluntades, cuya inteligencia sólo demuestra acertar en la contienda del oportunismo, sobrados en egos.
Pero hablemos algo más de la inteligencia, por ser uno de los valores más preciados, siempre que recurrimos a encontrar la suerte ya que, sin ella, no sería posible conceder crédito positivo a sus mensajes preparados inteligentes. Es divertido, pero nunca inteligente, creernos que divierte conseguir “un dinero” a cambio de despejar el acertijo preparado para el aplauso, con fines concretos para intentar salir de la odiosa miseria social. Pero la inteligencia tiene sus propios valores para el engaño. Aunque la experiencia sirva para demostrar cierta inteligencia, no será verdad nunca que debamos separar la inteligencia de la justicia. Deben ser sinónimos inseparables para certificar la realidad contra el fraude, por muy vinculante que se estime la suerte, desde la inteligencia. Los programas de televisión mencionados, entre otros muchos que daría vergüenza citarlos, sirven para entretener, pero no son menos falsos, si ponemos en tela de juicio equivocado, parafraseando los retos de la suerte, pretendiendo dar por inteligencia, desde el trueque para el éxito, compensado con dinero entre participantes. Más bien es mendicidad. Otra cosa sería ganar los niveles de inteligencia sin que los aullidos por el premio tengan que ser necesariamente para provocar aplausos. Son divertidos los programas, pero, cuando media el dinero como corolario, desmerece toda aprobación social. ¿Tanto cuesta diseñar lujosos retos culturales con inteligencia, para tener inteligencia sin más epítetos? ¡Por favor, señorías! El dinero sirve para mucho, pero es insultante o de muy poco ver que el juego tiene su éxito en la afortunada suerte, siempre relacionada con el brillante foco de miseria, valorado con instintos selectivos desde el capitalismo: pero nunca tendrá que verse con la fuerza de la inteligencia. Es grandilocuente el diseño para divertir, pero nada que ver con la cultura inteligente, en una democracia parlamentaria culta, que agrade a tirios y troyanos, por aquello de las contradicciones.