Rudolf Rocker
Antes de los sucesos de julio de 1936, el Partido Comunista en España apenas desempeñaba un papel secundario; contaba con algunos millares de miembros y sus aspiraciones fueron siempre extrañas para las masas obreras y campesinas españolas. Por eso fue tanto mayor la sorpresa cuando el mismo partido que hasta allí había predicado siempre la dictadura del proletariado y la toma inmediata de la tierra y de los establecimientos industriales, dio unas semanas después de la insurrección de julio la consigna: ¡Por la república democrática! ¡Contra el socialismo! Entonces declaró Santiago Carrillo, uno de los miembros influyentes del Partido Comunista de España:
“Combatimos hoy por la república democrática y no nos avergonzamos de ello. Combatimos contra el fascismo y los invasores extranjeros, pero no por una revolución socialista. Hay personas que nos dicen que debemos manifestarnos en favor de una revolución social y otras que sostienen que nuestra lucha por la república democrática es solamente un pretexto para velar nuestros propósitos reales. No, no practicamos ninguna maniobra táctica, ni tenemos ningún propósito secreto contra el gobierno español y la democracia mundial. Combatimos con plena honradez por la República democrática y no hacemos hoy ningún intento en favor de una revolución social, y esto se aplicará por un largo período después de la victoria sobre el fascismo”.
La Guerra Civil española trajo, también, descubrimiento en las iglesias y conventos de imágenes como esta.
Este cambio repentino y asombroso de actitud del Partido Comunista de España no tenía al comienzo ninguna significación, pues su influencia no iba más allá del pequeño número de sus propios miembros. Pero cuanto más lograron los agentes de Stalin afirmarse, con la ayuda de las embajadas rusas en España, en diversas instituciones importantes, y practicar desde allí su trabajo celular secreto contra la revolución, fue una declaración de guerra directa contra la transformación social que había emprendido el proletariado español de todas las tendencias, a iniciativa de la C. N. T., poco después del estallido de la insurrección fascista y fue dirigida notoriamente a llevar la discordia al movimiento constructivo del pueblo laborioso. En verdad, los comunistas no hallaron adhesión con sus nuevas consignas en los sindicatos, que en España tuvieron siempre mayor importancia que los partidos políticos; pero en cambio afluyó hacia ellos una masa de elementos reaccionarios de los cuales muchos habían apoyado la dictadura de Primo de Rivera. Así se convirtió el Partido Comunista en punto de concentración de una contrarrevolución burguesa contra el proletariado español, fomentada por los agentes de Moscú con todos los medios. La doblez jesuítica del Partido Comunista era tan notoria que el diario C. N. T. de Madrid pudo escribir con razón:
“En una palabra: para el Partido Comunista la revolución está hecha con la ayuda de la contrarrevolución, y la revolución por la contrarrevolución. Y si uno afirma que esto es absurdo, se le recuerda que no expresamos aquí la propia opinión, sino sólo la nueva teoría del marxismo-leninismo auténtico”.
Y Adelante, el órgano del Partido Socialista de Valencia escribió el 1º de mayo de 1937:
“Después de estallar la insurrección fascista, estaban concordes todas las organizaciones obreras y también muchos elementos democráticos del país en que la llamada revolución nacional, que amenazaba arrojar a nuestro pueblo a un abismo, sólo podía ser resistida por medio de una revolución social. El Partido Comunista, sin embargo, combatió esa posición con todas las fuerzas… Por la constante repetición de sus nuevas consignas de la república democrática parlamentaria, mostraron que habían perdido todo sentido de la realidad. Si las capas católicas y conservadoras de la burguesía española vieron aplastado su sistema y no podían encontrar una salida, el Partido Comunista les infundió nuevas esperanzas”.
Es innegable que el Partido Comunista de España había recibido indicaciones para su nueva postura desde Moscú. Sobre las causas de la complicada maniobra no se disponía entonces de claridad y muchos ni siquiera hoy han comprendido completamente el falso juego. Pero si se tienen en cuenta, sin embargo, todos los detalles de las monstruosas intrigas que han practicado sistemáticamente los agentes de Rusia todo el tiempo en España, la respuesta a ese interrogante no sería del todo difícil.
La Revolución Española había adquirido desde el comienzo un carácter que no podía ser grato, en ninguna circunstancia, a los gobernantes del Kremlin. Refutó de manera completa el mito de la dictadura como etapa de transición al socialismo y mostró que la justicia social podía prosperar del mejor modo allí donde podía echar raíces en la libertad de pensamiento y de creación y desarrollarse sin tutelas burocráticas. Una victoria de la Revolución Española no solo habría asestado el golpe de gracia al fascismo, sino que desalojaría de su posición, junto con él, al hermano gemelo, el bolchevismo, y habría demostrado que la llamada dictadura del proletariado sólo servía de hoja de parra a nuevos gobernantes para encubrir y justificar una nueva y peor forma de tiranía. Pero esto quería impedirlo Stalin bajo todas las circunstancias, pues tal reconocimiento habría destruido despiadadamente la creencia en su infalibilidad. Muchas aberraciones del momento, perpetradas por los agentes de Stalin y sus adeptos españoles, revelan tan sólo su verdadero sentido cuando se comprende su causa y se reconoce el porqué.
A estos fenómenos pertenece ante todo el abandono incomprensible del Frente de Aragón, que pertenecía a las posiciones militarmente más importantes en la lucha contra las tropas de Franco. Como los fascistas lograron ya desde el comienzo dominar en Zaragoza, Huesca y Teruel, existía el peligro, si podían agrupar debidamente sus fuerzas en el norte, de lanzar desde allí el ataque contra Cataluña. Pero si Franco lograba abrirse camino hasta la costa del Mediterráneo, quedaba decidido el destino de la guerra civil, porque en ese caso Madrid y las partes interiores del país serían cortadas de Cataluña, lo que ocurrió realmente más tarde.
Poco después del estallido de la guerra, el gobierno republicano no estaba realmente en condiciones de conjurar ese mal, pues no tenía a disposición grandes reservas de armas. Esa fue también la causa de que pudieran ser conquistadas San Sebastián e Irún por los fascistas, a pesar de su valerosa defensa. Pero después, cuando el gobierno fue abastecido con armas desde Rusia y México, no había ningún motivo para el incurable abandono del frente aragonés, y toda persona con algo de visión tenía que reconocer que aquí había una intención secreta. Tan sólo si se ve claro que todas las maquinaciones de los agentes rusos y de sus aliados comunistas en el país estaban calculadas desde el comienzo para socavar el desarrollo de la revolución social con todos los medios, se explica también este enigma.
Las formaciones militares más importantes de Aragón estaban en manos de la C.N.T. y la F.A.I. y Stalin no tenía naturalmente ningún interés en proporcionar, a ese baluarte de la transformación social, las armas que necesitaba con tanta urgencia. El que con ello ponía en peligro la situación general del modo más grave, no causaba ningún escrúpulo de conciencia al dictador ruso, que poco después concertó su pacto con Hítler, siempre que favoreciese sus propósitos secretos. No existe, por eso, la menor duda de que sus agentes en España empleaban todos los medios posibles para impedir envíos de armamentos a Aragón. Sin el embargo de las potencias occidentales, ese juego infame no les habría dado nunca resultado.
Las causas de este boicot silencioso tuvieron que verlas claramente los hombres de la C.N.T., tanto más cuanto que los agentes de Moscú practicaban su malevolencia cada vez más a la vista. Así escribió Miguel M. Guillén, uno de los jefes militares de la C.N.T. en Aragón, el 22 de mayo de 1937:
“¡Enviadnos armas, tanques, aviones, etc., y todo Aragón será nuestro! ¡Menos cábalas y más comprensión de la situación actual! ¡Menos política y más disposición para la acción y Huesca, Teruel y Zaragoza caerán en nuestras manos! ¡No podemos soportar más tiempo el estar condenados aquí a la inactividad involuntaria! Y es más imposible para nosotros admitir tranquilamente los ataques arteros de ciertos círculos que nos reprochan la inactividad, aunque les son bien conocidas las verdaderas causas. ¡Menos intrigas y más imparcialidad!”.
Fueron principalmente esas causas las que habían movido a la C.N.T. y a la F.A.I. a ingresar en el gobierno de Largo Caballero, donde tenían la única posibilidad de fiscalizar la distribución imparcial del material de guerra. Pero también ese gobierno era demasiado independiente para los adeptos de Moscú, pues Largo Caballero mismo había reconocido cuál era el objetivo a que se llegaría, si no se ponía coto a esas maquinaciones. Por eso no descansaron hasta que el gobierno de Largo Caballero fue reemplazado en mayo de 1937 por el gabinete de Negrín, que no se atrevió ya a resistir en absoluto a las desvergüenzas de Moscú y se convirtió en ejecutor de todos los atentados incubados en el Kremlin. La inaudita provocación de los agentes de Stalin, que condujo en mayo de 1937 a los acontecimientos sangrientos de Barcelona, mostró claramente que los representantes rojos de Loyola no vacilaron siquiera en desencadenar en medio de la guerra contra Franco y sus aliados alemanes e italianos una nueva guerra civil, para favorecer los designios secretos de Stalin.
El resultado de los acontecimientos sangrientos de Barcelona fue un saldo de más de 500 muertos y 1.500 heridos, que deben anotarse exclusivamente en la cuenta de Stalin. En el mismo momento cayeron por mano asesina toda una cantidad de personas singularmente odiadas por los agentes secretos de la Cheka, entre ellos Camilo Berneri, uno de los cerebros más sutiles del movimiento libertario de Italia, un hombre de carácter irreprochable y de gran visión política. Berneri había huido de Italia después de la toma del poder por Mussolini. Lo he conocido personalmente entonces en Berlín y recibí de él la más profunda impresión. Después de la insurrección de Franco, se dirigió inmediatamente a Barcelona y contribuyó a organizar la primera Columna Italiana contra los fascistas. Berneri fue uno de los primeros que captó plenamente las burdas maniobras de Stalin y descubrió sin piedad en un artículo, Burgos y Moscú, en el periódico por él dirigido Guerra di Classe, todo el juego de intrigas de los hombres del Kremlin. El representante del gobierno ruso en Barcelona había protestado entonces ante la Generalidad de Cataluña, y Berneri tuvo que pagar su atrevimiento con la vida. También fueron asesinados de manera cobarde el anarquista italiano Barbieri, Domingo Ascaso, un hermano de Francisco Ascaso, el más fiel amigo de Durruti, Alfredo Martínez, secretario de las Juventudes Libertarias de Cataluña, y un nieto de Francisco Ferrer, que acababa de regresar del Frente herido de gravedad.
Todo el papel que desempeñó Rusia en la guerra civil española desde el comienzo fue la traición más escandalosa que se haya hecho jamás a un pueblo libre. Parece justamente un milagro que, a pesar de las intrigas infinitas y de las maquinaciones de los agentes rusos y de sus instrumentos en el país, tuvieran que transcurrir casi tres años antes de que fuese dominada la heroica resistencia de los españoles. Ello bastaría para reconocer toda la grandeza épica de esa lucha y el espíritu que animaba a aquel pueblo. Tan sólo cuando la caída de Bilbao puso a Franco en situación de concentrar sus tropas y de emprender, en diciembre de 1938, su gran ofensiva contra Cataluña quedó sellado el destino de España. Después de la caída de Barcelona, se defendió Madrid todavía un tiempo con heroica decisión, pero cortadas todas las relaciones con el mundo exterior, ese empleo de las últimas fuerzas sólo podía postergar por algunos meses más el desenlace, no evitarlo.
Pero el fin de la guerra civil española fue sólo la introducción a una catástrofe mucho mayor de alcance internacional. La derrota de Franco habría asestado un golpe mortal al fascismo en Europa y habría podido provocar un giro completo de la situación mundial. Al dejar sucumbir al pueblo español fríamente, se destruyó el único dique que podía impedir la segunda guerra mundial. Las palabras proféticas de Alejandro Herzen: “¡No habéis querido la revolución, ahora bien, tendréis la guerra!”, encontraron nuevamente su confirmación. En verdad la guerra civil española era sólo el primer acto sangriento de la segunda guerra mundial.
Esto lo reconoció también Max Nettlau. El azar quiso que, al estallar la guerra civil, se encontrase de visita en casa de sus viejos amigos, la familia Montseny, en Barcelona, y vivió los primeros acontecimientos. También cuando unos meses después regresó a Viena para continuar su trabajo, siguió con atención febril los sucesos de España. Nettlau tenía una preferencia especial por nuestro movimiento español, cuya historia de sacrificios conocía como ningún otro. Sabía por eso muy bien lo que, en consideración a la situación peligrosa de entonces en Europa, dependía de la victoria o la derrota del movimiento español de la libertad. De sus cartas de entonces a mí se desprende lo profundamente que le afectaba cada nuevo progreso de los ejércitos fascistas. Como conocía demasiado bien el descenso espiritual del movimiento obrero en todos los países, sabía que España, por ese lado, no tenía nada que esperar y que estaba por completo a merced de sí misma. Yo acababa de enviarle la primera edición americana de mi libro Nationalism and Culture y me respondió en una larga carta del 28 de febrero de 1938. El texto completo de la misma lo he publicado en mi libro Max Nettlau. El Herodoto de la anarquía, que apareció en 1950 en México. Por eso menciono aquí sólo algunos pasajes característicos, que son típicos de su juicio de entonces sobre la situación en Europa.
“He trabajado en todo el desarrollo de la humanidad y he visto lo lentamente que van las cosas. ¿Cómo habrían podido ir más veloces en los doscientos años apenas del último período? Faltaron precisamente las fuerzas. La técnica puede multiplicar fuerzas mecánicamente; el reclame “beurreur des cránes”; el fanatismo puede también llevar de la nariz a millones, pero las fuerzas espirituales y éticas valiosas no se producen tan mecánicamente. La naturaleza no se orienta tampoco hacia algo así. Se tienen enormes campos de malezas, pero no campos de orquídeas. El telescopio y el microscopio en los siglos XVI y XVII no hicieron a los individuos ni a la masa más despiertos que los récords de la actual técnica de la velocidad. Los campos de patatas y de cebada no podían dar repentinamente rosas, porque hubiese sido más hermoso, y tampoco surgió de las masas un verdadero socialismo, porque habría sido así ético, racional y hermoso. . . La historia del espíritu es también historia natural, y en ella hay catástrofes; como cuando las ratas salen de las cloacas, así lo han hecho las fuerzas fascistas devoradoras, y se fue infinitamente imprudentes (en la manía proletaria de grandezas) para dejarles roer las rejas de las cloacas. Ahora devoran como langostas la tierra árida y vuelven a azuzar a los hombres como lobos. Se ha malogrado y se ha echado a perder infinitamente mucho, y como apenas es alguien lo suficiente honesto para confesar eso, y cada cual sigue cultivando su vieja col y moliendo su propio heno, no se advierte un fin.
“Usted ve (y su folleto recibido de Freie Arbeiter Stimme analiza esto bien (2) que dentro del supuesto socialismo se está casi siempre frente a enemigos; el otro es siempre comunista, trostkista o estropajo… Magníficos comienzos en 1936 en España y ciertamente no perdidos, pero, así como la helada destruye a menudo la floración del manzano, el descenso socialista general impidió allí el desarrollo, como usted sabe.
“El socialismo ha perdido en todas las condiciones aquel sentido actual: la casa entera, la tierra entera arde, y el que se queda al margen y se entrega a otras cosas, también al socialismo, no coopera y se vuelve dañino, como en la epidemia, en la inundación, en toda catástrofe. Poner la causa de la clase en lugar de los sectores progresistas de la humanidad, eso fue la locura, la manía de grandezas, y condujo al marasmo actual”.
Nettlau tenía motivos de sobra para estar decepcionado, pues lo expresado correspondía con la realidad. Había en todos los países pequeñas minorías que se pusieron de todo corazón al lado de la gran lucha del pueblo español y que intentaron hacer lo que podían. Pero las masas de las grandes asociaciones sindicales y del movimiento obrero socialista de Europa no se movieron ni se levantaron. Si hubo alguna vez un acontecimiento que habría debido sacudir profundamente al proletariado organizado de todos los países y llevarle a la mediación, era la lucha desesperada de sus hermanos laboriosos en España contra una horda de asesinos e incendiarios militares que, con desprecio cínico de todos los derechos humanos, llevaron la guerra al propio país para someter por la fuerza al yugo del fascismo a un pueblo que se había liberado hacía cinco años de la tiranía de la monarquía liberal.
El enemigo contra el que se defendía el pueblo español era el enemigo del proletariado organizado de todos los países. Nadie podía abrigar dudas al respecto, pues la completa represión de los sindicatos y del movimiento socialista de todas las tendencias en Alemania e Italia, la destrucción brutal de sus numerosas instituciones y la anulación de sus conquistas fundamentales eran un ejemplo que habría debido abrir los ojos a los trabajadores de cada país. Asimismo, todo individuo que no hubiese sido atacado repentinamente de ceguera tenía que reconocer que ese retroceso a la barbarie franca iba a conducir ineludiblemente a una nueva guerra mundial, tanto más cuanto que la situación general de Europa se había agudizado en tal grado que era de temer lo peor.
No solo para el pueblo español, sino para los demás pueblos estaba puesto todo en el juego, y eran justamente las capas trabajadoras de todos los países las que iban a ser alcanzadas más gravemente por la nueva catástrofe. Una acción unánime del proletariado de las naciones no alcanzadas aún por la peste del fascismo era el imperativo de la hora y habría podido obtener grandes resultados.
Un poderoso movimiento internacional de protesta contra el embargo, asociado a un boicot de las grandes entidades sindicales contra el abastecimiento de los Estados fascistas con material de guerra, con todos los medios de presión económica que estaban a disposición del proletariado, habrían podido tener entonces consecuencias inestimables. Un movimiento de esa especie del proletariado de todos los países no solo hubiese prestado al pueblo español un apoyo eficaz, sino que hubiera podido sacudir también la conciencia de los pueblos contra el peligro amenazante de una nueva guerra mundial y les habría podido mostrar que no se podían juzgar los acontecimientos revolucionarios de España desde un punto de vista estrechamente partidista, sino según su decisiva significación para el destino de Europa y del mundo entero. Esa manifestación de la solidaridad internacional era, frente a la situación total, precisamente, un deber del proletariado universal. El hecho que no se hiciese siquiera un ensayo en ese sentido y que se permitiese tranquilamente que fuese entregado, despiadadamente, un pueblo valeroso, que defendía su libertad con el empleo de todas sus fuerzas, al aplastamiento sangriento por una horda de verdugos brutales, fue una negligencia inconsciente por la cual tuvo que pagar después con creces el proletariado de todas las naciones.
Esto era lo que opinaba Nettlau cuando hablaba del descenso socialista, cuya influencia paralizadora hizo incapaz al movimiento obrero para una acción seria. Sin esa decadencia espiritual, el vacío dogmatismo bolchevista no habría podido encontrar nunca tal difusión internacional y falsear todos los principios originarios del socialismo. Donde se paraliza el espíritu y los pensamientos se vuelven rígidos, comienza el reino del fanatismo, alimentado con consignas vacías, que hace de la ceguera una virtud. Ante la estridencia de la máquina de propaganda enmudecen todas las consideraciones humanas, la razón se vuelve absurdo, la mentira verdad y todo impulso hacia la libertad un prejuicio burgués. Lo que resultó de esa transmutación funesta de todos los valores, lo vemos hoy. En España, un pueblo valeroso había entrado con resolución heroica por el camino de un nuevo porvenir, que hubiese podido conducir al aumento del desarrollo socialista de Europa; mas no se vio, no se quiso ver y se avanzó a tientas en nefasto deslizamiento hacia el abismo que se había abierto.
Una acción decidida del proletariado europeo habría hallado seguramente también eco en el movimiento obrero norteamericano; pero como allí no se hizo nada, tampoco aquí había que esperar algo más. Como pequeña minoría, hicimos lo que estaba en nuestras fuerzas; pero no pudimos lograr que se quebrase la indiferencia de las grandes masas. Tuvimos algún resultado en nuestros propios círculos y también más allá de ellos, pero con ello fue poco alterada la situación general.
Ya que hablo justamente de nuestra actividad de entonces, tengo que mencionar aquí a un hombre que será inolvidable siempre para los camaradas de este país. Hablo de Maximiliano Olay, un compañero español, que trabajó con mucha actividad en aquel tiempo. Olay nació en una pequeña población cerca de Oviedo en 1893. Sus padres eran pequeños campesinos pobres y enviaron al hijo a Cuba, cuando apenas tenía quince años, con un tío rico. Pero las relaciones entre el tío y su sobrino no fueron precisamente buenas y empeoraron todavía cuando el joven hizo al tío preguntas a menudo muy intencionadas sobre la Iglesia, la vida de los obreros de las plantaciones, etc., de manera que el tío consideró conveniente enviarlo a un amigo en Tampa, Florida, donde aprendió el oficio de cigarrero.
En su mayoría los obreros en la industria tabacalera eran españoles que emigraron a los Estados Unidos, trasplantando también a ese país algunas de las costumbres usuales en su oficio en España. A ellas pertenecía el hábito de ocupar un lector, que les leía durante el trabajo libros y artículos de revistas. De ese modo conoció Olay por primera vez ideas enteramente nuevas, que admitió con entusiasmo, porque, según su naturaleza vivaz, era accesible para ellas. Un día leyó el joven un artículo del periódico anarquista Tierra y Libertad, que aparecía en Barcelona, artículo que produjo en él profunda impresión. A pedido suyo, se le dejó el periódico después de la lectura, en el que encontró anunciados diversos escritos de Anselmo Lorenzo, Ricardo Mella, Pedro Kropotkin y otros. En la biblioteca española de Tampa pudo procurarse algunos de esos escritos, entre ellos una traducción española de La conquista del pan.
Para Olay comenzó entonces un período de estudios apasionantes, y como estaba intelectualmente bien dotado, se inclinó pronto a la causa del socialismo libertario, a la que dedicó desde entonces toda su vida. En poco tiempo se conquistó un nombre apreciado en el movimiento libertario. Trabajó activamente en el sindicato de los tabacaleros españoles de Tampa y después en Nueva York y se hizo colaborador de un gran número de periódicos y revistas españoles como Fiat Lux, Tierra y Voluntad, de Cuba; El libertario, de Madrid; La Revista Blanca, de Barcelona; Cultura Obrera, de Nueva York, y fue durante un tiempo redactor de Cultura Proletaria. También colaboró en los periódicos de lengua inglesa The Road to Freedom y Freedom, de los Estados Unidos. Sus artículos aparecían en parte con su nombre, en parte con seudónimos como Onofre Dallas, Emilio, Juan Escoto, etc. En 1933, apareció en la editorial Covici-Friede de Nueva York su escrito Spain swings to the Left, un buen resumen sobre la situación de entonces en España.
Al estallar la guerra civil española Olay residía en Chicago, donde se estableció en 1919. Vivía allí de trabajos de traducción y como profesor de idioma español, e instaló una pequeña oficina de traducciones, que le aseguraba una modesta existencia independiente. En Chicago participó con actividad en trabajos del grupo Free Society y actuó frecuentemente como orador en el Forum del grupo. Me encontré con él a menudo en mis viajes y pasé algunas horas gratas en su casa hospitalaria, en su compañía, la de su mujer Ana y la de su hijo Lionel.
Después de la rebelión desarrolló Olay una actividad febril para ayudar a sus camaradas de lucha en España. Cuando el Comité Nacional de la C.N.T. abrió luego en Nueva York una oficina permanente, Olay fue encargado de su representación en los Estados Unidos, y, aunque era ya un hombre gravemente enfermo, aceptó la tarea. Abandonó la familia, la casa, su trabajo en Chicago, se dirigió a Nueva York y se dedicó por entero a su pesada labor. Para contrarrestar los informes tendenciosos que eran lanzados por los fascistas y comunistas en los grandes diarios americanos, fundó Olay un periódico de información en lengua inglesa, dirigido excelentemente por él. Muchos de sus informes fueron insertados por los periódicos liberales y también por publicaciones universitarias. Anudó relaciones en todas partes donde se ofrecía una posibilidad de ejercer una influencia cualquiera en la opinión pública. El buen Olay ha cumplido honradamente su deber y regresó a Chicago cuando no había nada que salvar en la situación de España.
Yo estaba justamente en Chicago en su oficina cuando los diarios norteamericanos anunciaron la caída de Barcelona. Olay quedó como petrificado y dio la impresión de un cadáver. Me miró fijamente en los ojos y no pudo articular una palabra. Le acerqué con rapidez una silla, en la que se dejó caer y sollozó en silencio. No olvidaré nunca el cuadro. Era como si hubiese estallado la última cuerda en ese corazón herido. Lo volví a ver una sola vez, cuando estaba ya en el hospital. Tenía un aspecto lamentable y sentí que ninguna intervención médica podía ser de utilidad. Olay era físicamente un hombre débil, en el que moraba un alma grande. Sufría desde hacía largo tiempo de úlceras en el estómago y el trabajo excitante y febril de sus últimos años tuvo que ser mortal para él. Repentinamente se produjo una gran hemorragia interna que le dio el golpe final. Murió el 3 de abril de 1941, antes de haber cumplido los 48 años. Con él desapareció un cerebro claro y altamente dotado, un hombre de rara grandeza de carácter. Sus camaradas levantaron después de su muerte un monumento a su memoria y editaron en un volumen sus mejores trabajos con el título Mirando al mundo, para el que yo escribí un prefacio.
La victoria de Franco fue un golpe grave para el movimiento libertario del mundo entero, aunque la mayor parte apenas sospechó las espantosas consecuencias de esa derrota. Desde entonces se precipitaron los acontecimientos. El 4 de abril de 1939 cayó Madrid. El 1° de septiembre del mismo año invadieron Polonia las tropas alemanas. En el breve intervalo de apenas cinco meses habían tenido lugar las negociaciones secretas entre Rusia y Alemania, selladas por el pacto entre Hitler y Stalin. Los representantes de la dictadura del proletariado y del tercer Reich que, cada cual, a su manera, habían contribuido a la ruina de España, se encontraron. El camino estaba libre; la gran matanza de pueblos podía comenzar.
Desde entonces quedaron los destinos del mundo en manos de una horda de gangsters políticos que no retrocedían ante ninguna traición, ninguna infamia, ningún crimen. “Las ratas habían roído las rejas de las cloacas”, como dijo Nettlau. Lo que se malogró, no podía ser recuperado nunca. La deuda de sangre con España se pagaba terriblemente. El juego de los intrigantes de la política del poder había llevado a la perdición a un pueblo heroico, pero sólo para entregar a todo un mundo a la ruina y para convertir países enteros en cementerios. Y todavía no se alcanza a ver el fin.
Notas
1.- La solicitud de esa obra me llegó del todo inesperadamente. La editorial Secker and Warburg de Londres se había dirigido a Emma Goldman para que hiciese ese trabajo, pero Emma aconsejó a los editores que se dirigiesen a mí, pues ella sabía que yo contaba con abundante material que en gran parte le era desconocido. Así fue como se me encomendó el trabajo.
2.- 2.- Se refiere a mi folleto The Tragedy of Spain, Nueva York, 1937.