Floreal Rodríguez de la Paz
Si limpio la mente de prejuicios; si selecciono alguna conducta para vivir la circunstancia; si consigo encontrar la sensación de alegría; si cuando decido saber quién soy, me encuentro; si abro la mente a los demás y veo que todo es sensacionalismo, seguro que germina y brilla la idea de ser de otra forma. Y ser libertario para ello, bien merece especial repaso a todo lo que damos rienda suelta por ahí, sin más conocimiento que la crítica y desesperación por cuanto nos falta para vivir con respetada dignidad.
Si pareciese que somos capaces de resistir contra la insensatez, la confusión, el bajo concepto que despeja los valores de la libertad, seguro que recuperaríamos saber estar en la sociedad que nos toca lidiar cada día. Diferenciando el firme propósito que cada principio ideológico tiene para defender el horizonte de toda filosofía, capacitada para la sociedad en Acracia. Y si fuese necesario comprender el miedo legislativo que nos ofertan los gobiernos de Estado; sin lugar a dudas, se hace obligatorio tachar los mensajes que permiten la desigualdad, sobre todo, desde los que inspiran la voluntad de los ciudadanos, que nunca tienen la oportunidad de ser protegidos por el deber cívico obligado, eso sí, desde gestos democráticos; pero no de cualquier forma, sino con la garantía de recibir, sea cual sea el Decreto de Estado, el disfrute de los derechos obreros, con la insustituible defensa para poder vivir y ser gobernados con criterio sin fines lucrativos, especialmente de las políticas incomprendidas para cualquier criterio que certifique los mismos privilegios a los ciudadano; sin que estén enfrentados a proyectos de riqueza, a proyectos de promesas, a proyectos diseñados desde las burocracias del Poder capitalista, o a gestos notariales con apariencia de absoluta patente de la verdad que buscamos desde la cuna.
Que la Naturaleza conceda patente de Corso a los seres humanos que venimos y vendrán desde el prodigio de nacer, pero no para ser vasallos de quienes tienen un mismo e igual DNI, que asegura decir de dónde venimos, culpabilizando, con la verdad, a quienes pertenece ‘el prodigio de la Naturaleza que lo origina todo, y que inequívocamente certifica lo paterno-maternal’. ¡Y no hay más contundencias en el momento! Después vendrá el cómo soportar la convivencia, esa cosa que nos tiene clasificados en súbditos y vasallos, alejados de la Libertad que merece ser respetada, sin más Decreto que el disfrute de los valores más preciados.
Por estas prioridades hay que ser y sentirse libres. Se trata de entender que las ideologías, todas, son fruto del cansancio al que la sociedad mantiene un listado de vicios sociales, por los que la ciudadanía siente tanta incomodidad, inseguridad y ausencias de la vida creativa, por estar las leyes administradoras dedicadas con premeditada costumbre, como parásitos en el deseo de encontrar cierta felicidad personal, la que nunca nos abraza, porque la felicidad sólo es conseguida -dicen los dioses del poder- cuando se domina dinero, siendo la fuerza del poder, ante las enormes monstruosidades que diseñan los dioses, eunucos de la soberbia, la envidia, la bestialidad y los placeres comprados a precio fantasioso. Y también quiero ser o intentar ser libre, que no fracase la humana sensibilidad de los más débiles, pero de los que sin fantasear sueñan con la emancipación, la joven destreza, el lujoso sentimiento de ser algo, que no vasallo de la triste sabiduría de ricos impostores del mundo conocido como asesores de los débiles, que nunca son los que ellos creen decir que son para la verdad, desde el momento en que ponen precio a la dignidad, haciéndolos devotos de su bendición, como un deber divino gratuito.
La Sociedad libertaria es, porque su inteligencia tiene equilibrio y porque certifica sensatez, quedándonos a salvo de la depreciación y las falacias que legislan, con la convicción que suele tener la mentira y la traicionera fortuna de los fariseos sentimientos de la Roma -de otros tiempos-, sin que sean cambiadas hoy las mismas conclusiones mistificadas de la Roma insinuada. Los sentimientos libertarios caminan por la alfombra aterciopelada de la Naturaleza. Seguimos paso a paso los valores que comprometen, siguiendo atentos a las adversidades, que son siempre iguales. La etimología de las doctrinas que proporcionan pensamiento, los mismos que son practicados, tienen algo que decir socialmente, pues contemplan y enseñan que no hay más de dos: El positivo y el negativo. Ser libres hace propios los valores. Son, pues, la condición de la autenticidad, junto al falso criterio de cualquier idea para el futuro. Veamos qué dice uno de tantos estilos cultos que conocemos, cuando se asegura que el conocimiento sólo tiene una lectura, la misma que garantiza la dignidad: Por caso cito la Abolición del Estado. Es decir, la institución del Estado, con sus gabinetes y su democracia, con su fuerza organizada y sus organismos directores, es una estructura postiza y parasitaria que puede destruirse de raíz sin que la producción y la vida económica nacional se hundan. El Estado representa la negación de la libertad, tanto individual como colectiva, y un comunismo no podría ser libertario si conservara algún resto de esta institución nefasta e inútil. La sociedad se sostiene en el instinto de sociabilidad que cada hombre lleva en su naturaleza y en la convivencia que reporta la vida en común, y por estas firmes razones nacemos libres. Y aunque no vivamos en libertad, en definitiva, somos esencia viva desde los convencidos en que podemos ser libres sin que medien los actores políticos.
Y también se entiende que las ideologías que inventó ‘el ser humano’ están, todas ellas, dotadas de poderes propios, ya que son los intereses que fueron creados desde las divergencias espectaculares con la libertad, precisamente la falsa moneda, que no es otra que el dinero y los dioses, dotados de inseguridad y absurdidades.
Pero quiero ser libre, no obstante, desde estas reflexiones también, porque eso de estar sometidos a un ‘salario’, queda fuera de toda claridad mental, que nada soluciona, ya que el salario es la manifestación de la esclavitud económica. Supone, además, una injusticia social, porque es imposible valorar el trabajo, pretendiendo dar a cada uno lo suyo. El trabajo tiene un valor adventicio, que no depende del gasto de energía ni se puede medir por sus frutos. Valorándolo por el producto resulta despreciable el trabajo agotador del picapedrero, y sería inapreciable el de un mecánico que repara la avería que impide a un buque hacerse a la mar. Mantener el salario es tener la vana pretensión de pagar a cada uno su precio y conduce a acentuar las diferencias sociales entre los hombres, que nosotros queremos suprimir. Una sociedad debe atender a satisfacer a todos la satisfacción de sus necesidades. Por lo tanto, sea cualquiera el trabajo que el individuo realice, tendrá derecho a aprovecharse de la riqueza colectiva en la medida de las necesidades. Y, es más, queda pendiente aclarar los atropellos, que serían despejados con la distribución organizada por la colectividad. Si dejamos a un lado la parte lucrativa que esta sociedad legisla, terminaríamos siendo todos ‘libres’. Sin menospreciar que otros criterios sean sinuosos en la jungla humana.