Salomé Moltó
Cuantas veces nos habremos preguntado qué hace que los pueblos se muevan, que fuerza interna los empuja hacia una u otra finalidad.
Observamos colectivos empujados por ilusiones determinadas hacia metas definidas, no siempre progresistas, aunque quieran aparentarlo. Ilusiones y proyectos que enardecen a un colectivo determinado como a individuos particulares.
Por eso nos llama tanto la atención que, dentro de un colectivo, artístico, económico, político y de la índole que sea, alguien destaca más que los demás, la idea fundamental que los anida, parece que fluye más en una sola persona que en todo el resto empujando con más fuerza en el proyecto emprendido, ¿qué fuerza empuja a ese individuo más que al resto del grupo? ¿por qué este violoncelista interpreta mejor este sólo? Porque es el virtuoso, como suelen decirle. Y bien es verdad que esta persona destaca del resto del conjunto por su gran habilidad, pero se apoya y se nutre del conjunto, porque nace de él y a él se debe.
Este suele ser el argumento que se esgrime para hacerte comprender que “no todos somos iguales” y aquí se aplica que, por lo tanto, unos merecen más recompensa que otros, de ahí, toda esa gama de injusticias que vivimos. Hay que montar un argumento, estructura política o lo que sea que de forma piramidal justifique la diferencia abismal entre los que están abajo, sosteniendo normalmente todo el edificio, y los que están arriba, ordenando algo y llevándose la mayor parte de los beneficios.
Visto así, parece un argumento sólido, el cual no se puede discutir. Durante la “guerra fría”, se dieron grandes debates con arreglo al individualismo, identificado por los EE.UU., en donde el valor individual era sinónimo de triunfo, tanto personal como económico. En cambio, el sistema colectivo se identificaba con la Unión Soviética, o sea con el comunismo. Si tuviéramos que presentar un estudio de uno u otro sistema el trabajo sería exhaustivo por los elementos que se pueden poner del lado de un argumento como del otro.
Hoy ya se puede afirmar, por lo menos así lo hacen muchos politólogos y sociólogos, que el individualismo le ha ganado la batalla al colectivismo. Nosotros no estamos tan seguros. Primero, porque en Rusia gobernaba una dictadura y de colectivismo nada, eran los planes quinquenales planeados a miles de kilómetros, lejos de la realidad del espacio físico y humano en el cual se querían aplicar. Luego hay un concepto al que se le ha dado poca importancia; en cambio, nos parece que a la hora de llevar a cabo cualquier proyecto cobra importancia total, ese es: la propiedad.
Así es, el concepto de propiedad, que tan profunda y detalladamente expuso Pierre-Joseph Proudhon, nos da un elemento de reflexión: Existe una gran diferencia cuando una persona ejecuta una orden que emana de un jefe superior o cuando esa persona realiza un trabajo porque lo hace suyo, en fin, porque le pertenece, porque es de su responsabilidad, porque lo interpreta como algo que le pertenece. He aquí la fuerza de un concepto de propiedad que hace que las cosas se muevan con más firmeza. De tal forma que tanto los grupos políticos, ideológicos y, mayormente los religiosos, toman una fuerza inusitada.
Pero seguimos preguntándonos: ¿qué da la fuerza al ser humano para empujar al colectivo hacía un progreso constante? Bien es verdad que las capacidades son muchas y diversas y la voluntad de un proyecto igualmente lo es.
También nos gustaría proponer que: ¿por qué no intentar conjuntar los dos conceptos? Preñados de individualismo hacia un bien colectivo en donde el valor de cada uno sea respetado, fomentado en un bien común, eso sería, en esencia, una vía abierta hacia el federalismo. A veces los proyectos nacen de sueños o de ideas que se pretendían utópicas pero que con ellas el progreso no se ha detenido en absoluto.