Julia García
Existe, desde hace décadas, una tendencia a evitar la teoría general en favor de lo puramente empírico en la investigación en filosofía y ciencias sociales, al igual que en el movimiento social, también el anarquista, se ha estado exaltando la praxis sobre la teoría. El resultado es vacío teórico, falta de formación y un pragmatismo que corrompe los principios y las organizaciones, haciendo prevalecer influencias de la cultura burguesa. En la formación teórica básica de un anarquista no debería faltar el materialismo, y fueron Marx y Engels, teóricos que no fueron anarquistas, quienes sentaron las bases del materialismo socialista. Resumiría la contribución de Marx y Engels al materialismo en tres hipótesis, de las que quisiera señalar su pervivencia para la teoría sociológica revolucionaria del siglo XXI, pero con ligeros matices que pienso que hay que introducir a la luz del aprendizaje histórico. Tal vez se trate de una interpretación, tal vez no. Pienso que, desde el anarquismo, el único movimiento que se mantiene revolucionario se debería seguir defendiendo los postulados fundamentales del materialismo, base filosófica de todo el socialismo, incluyendo el libertario, si bien incidiendo más en su raíz ecológica, más allá de lo que es la economía del sistema humano. Las hipótesis que Marx y Engels propusieron son:
– Que la conciencia humana no determina la realidad material, sino que es la realidad material la que determina la conciencia (11 tesis sobre Feuerbach). En realidad, atendiendo al ateísmo, que es el punto de partida de la filosofía materialista, donde dice “realidad material” se trata del ambiente, o realidad material externa a la mente de los seres humanos, externa a la conciencia. Pienso que se puede y se debe mantener una interpretación de la historia que entienda que es la realidad ambiental la que determina los cambios sociales, en un primer momento. Subrayo esto y paso a explicarlo: en un primer momento, la chispa de los cambios revolucionarios que tienen lugar en un modelo social, siempre basado en un modo de producción, proviene del ambiente: cambios climáticos, catástrofes naturales, agotamiento de recursos…, cambios en las condiciones ambientales, que lanzan un reto de adaptación a la cultura humana. Los límites naturales al modo de producir imponen una determinación, y exacerban la otra fuente de conflicto, que es la ira por las injusticias. Esa es la otra chispa, la interna a la sociedad, la que lanza el desafío interno de transformar la estructura social y todo el sistema en su conjunto. Nótese que es en el ámbito de las relaciones de producción, que comprenden la relación con el ambiente y la relación entre humanos, y que es el ámbito vivo de todo modelo social, donde tiene lugar el conflicto y el inicio de los cambios revolucionarios. Porque si la chispa es la relación de producción, en su doble vertiente social y ambiental (ambiental antes que nada por la prioridad evolutiva, lo que estaba antes que nosotros), y con una raíz en la ecología, eso da lugar a la confirmación de la segunda hipótesis.
– El motor del cambio histórico es la lucha de clases (Manifiesto comunista): A partir del choque con los límites naturales, léase la necesidad natural tanto externa como interna a la conciencia, -puesto que nosotros nos movemos por necesidades naturales-, la humanidad tiene que cambiar todo, empezando por la infraestructura, su forma de relacionarse con el entorno y su forma de organizarse y dividirse el trabajo, poniendo por base un cambio en los medios de producción (tecnologías, recursos y materiales). Esto es necesario para llegar a un ideal de sociedad conforme el choque con la realidad de los límites nos ha hecho proyectarlo. El cambio en el modo de producción sigue un plan trazado por el ser humano. ¿Ha sido determinado por la naturaleza externa? Sí. El cambio responde a un reto de adaptación ambiental. El ambiente nos determina en un primer momento a que sigamos una vía única, la de madurar la semilla con la que nacimos, nuestras potencialidades naturales, en el respeto a las leyes universales, en suma, evolucionar. Pero a partir de ahí, una vez hemos hecho lo que tenemos que hacer, que es coger esa vía de la adaptación, ya hacemos lo que queremos, experimentando, probando, eligiendo nosotros…En este momento nosotros dejamos nuestra huella en el devenir histórico como parte de un todo, de forma que la adaptación no es mecánica, sino creativa. Es importante aquí resaltar el papel creativo de la conciencia social, cuando a raíz del choque con la realidad, analiza y responde con teorías interpretativas de la historia y del cambio social, y con utopías, no siendo estos modelos cerrados, sino esquemas ideales que luego se adaptarán. El componente principal de estas producciones ideales será precisamente este materialismo ecológico cuya esencia es la negación de las jerarquías, de la conciencia humana sobre el entorno, de unos estratos sociales sobre otros, del hombre sobre la mujer, entre razas, entre especies…pero siempre, teniendo como columna vertebral de la lucha el movimiento obrero, la lucha de clases. No porque la desaparición de una forma de jerarquía lleve consigo la de las otras, pero sí porque el capitalismo es lo que afecta a la mayoría social por igual, porque la mayoría somos explotados y dominados por el sistema capitalista y el estado que le sirve; somos clase trabajadora, desposeídos de los medios de producción, y es luchando por la expropiación de estos medios como lograremos superar esta fase de la historia. La ideología socialista coherente, la que a la hora de la revolución es respetuosa con el materialismo, esto es, la anarquista, lleva consigo el feminismo, el antiespecismo y el resto de las jerarquías porque su filosofía materialista es la filosofía del equilibrio y de la sostenibilidad, ambiental y social. Esta es la idea motora, que nace del encuentro entre determinadas condiciones objetivas (ambientales y sociales) y del trabajo de reflexión y creación propio de la conciencia revolucionaria. Sigue siendo la lucha de clases el motor de la historia. Esto nos lleva a la conclusión de reafirmar la tercera de las hipótesis.
– Que el ser humano se autodetermina con la naturaleza porque ambos son la misma cosa. Esto defendió Engels en Dialéctica de la Naturaleza, años después de la muerte de Marx, y no se contradice con las hipótesis que ambos sostuvieron en fases anteriores de su obra. En un primer momento, como se dijo, el entorno determina la conciencia, pero cuando ésta responde de manera creativa aun dentro de la vía impuesta por la necesidad natural, se autodetermina con el entorno, en identidad con él, en armonía con todo, y a la vez siendo parte diferenciable. Al hacer uno lo que tiene que hacer por necesidad, si comprende que esa necesidad parte de uno mismo, se está realizando y liberando su potencialidad, es libre; al hacer uno lo que ha decidido de forma consciente y constructiva a partir del reconocimiento de esa identidad con la necesidad natural, es doblemente libre.
El materialismo me parece el fundamento teórico que todo anarquista debe conocer y debe tener en cuenta antes de interpretar los hechos sociales y formarse una opinión. No fue creación de Marx y Engels, pero ellos lo trabajaron de forma sistemática, metódica, y lo dejaron muy claramente expuesto en sus bases. Esto sin menospreciar la contribución de los anarquistas al materialismo. Aparte de que a la hora de interpretar los hechos históricos concretos y darles proyección en un programa revolucionario, los anarquistas superan a los socialistas autoritarios como Marx y Engels. Estos traicionan el materialismo cuando en el Manifiesto Comunista suponen la necesidad de la dictadura del proletariado. Al sostener que es necesario el Estado, contribuyendo a sostener la separación artificial entre cuerpo político y cuerpo social que genera la alienación política, se reproduce la falsa conciencia y se sostiene la cosificación propia del sistema capitalista (o de explotación del ser humano para obtener beneficio económico). Es lo que Marx dejó muy bien expuesto en Manuscritos de Economía y Filosofía. Al sostener la necesidad del Estado, están contradiciendo el materialismo histórico porque ello supone cambios de arriba abajo, en este caso, un golpe de estado en lugar de una transformación desde el interior de la sociedad. Esta idea degeneró en la socialdemocracia, hacia un cambio de gobierno o de partido en el gobierno, y pequeñas reformas para contrarrestar los efectos del capitalismo. En el programa autoritario la transformación desde la base material queda anulada, de tal forma que en lo político se elimina el impulso popular. Esto es algo que Bakunin criticó contraponiendo la necesidad natural que el pueblo espontáneamente siente, el instinto revolucionario del pueblo, que queda enmascarado por la falsa conciencia, la que sostiene la necesidad de gobernantes. Pero no solamente en lo político, sino que también en lo económico se prescinde de la transformación de base. Esto se lee claramente en el libro III de El Capital. Allí Marx traiciona el materialismo cuando supone que tras la revolución todo va a quedar igual en el centro de trabajo, salvo que los superiores se convierten en técnicos y administradores, y que el producto se va a repartir de manera equitativa. Aquí también el colectivismo de Bakunin, que fue el que inspiró la revolución española del 36, se quedaba corto. Una revolución desde la base material significa cambio de la infraestructura. El cambio de la infraestructura debe ser pensando en el cambio político adecuado, esto es, crear una economía que nos permita prescindir del Estado y de las instituciones que han ido sosteniendo las jerarquías de las cuales tenemos que ser conscientes a la hora de recrear el mundo. Cambio en la infraestructura es:
-Transformaciones en las relaciones y formas de división y organización del trabajo. Al respecto, habría que releer la obra de Charles Fourier y guiarse por Campos, Fábricas y Talleres, de Kropotkin, y es interesante leer a dos teóricos del siglo XX, para mí los más importantes. Uno es Lewis Mumford, que se inspiró en Patrick Geddes, quien a su vez leyó a Kropotkin, y otro es Murray Bookchin, del que no asumo su “municipalismo libertario”, pero sí coincido en mucho con su Ecología de la libertad, básicamente la del materialismo socialista conforme lo estoy enfocando aquí, con el giro ecológico libertario. Este giro empieza por Kropotkin en El apoyo mutuo como factor de la evolución, al buscar un fundamento biológico-evolutivo al anarquismo. Pero lo cierto es que, cuando terminé mis estudios en sociología, hacia 2001, todavía no hallaba teoría que resolviera el problema de la división rígida de funciones, por lo que me formé un esquema propio que ignoro si alguien más se ha propuesto. Consistiría en dividir la jornada en tiempo de trabajo necesario a la supervivencia básica, que tendría lugar en el medio rural y en la escala doméstica por medio de tecnologías adaptadas, y tiempo de trabajo social, en medio urbano o no, en el que el producto de la especialidad se entrega a la comunidad como servicio público, sin necesidad de cobrarlo, atendiendo a una contabilidad comunal. Simplemente cuando se necesitara algo se tomaría de los establecimientos comunales preparados al efecto. La clave de este sistema sería una tendencia a sustituir los intercambios materiales por el intercambio de conocimientos, y la priorización de la pequeña escala sobre la grande, para eliminar el dinero y la acumulación y minimizar el comercio material.
– Cambio de materiales y recursos: habría que renovar materiales y recursos energéticos de acuerdo con un enfoque de equilibrio ecológico social. Bajo el capitalismo, esto sólo parcialmente se puede conseguir, pero para el movimiento anarquista del siglo XXI, lo que ante todo tiene que ser obvio es que los modelos clásicos, incluso el de Kropotkin, que es más avanzado en esto, tienen que ser superados. Esto, por más que conservemos esquemas que todavía nos son útiles, pues ya no nos sirven tal como se formularon, ya que la crisis ecológica todavía no había alcanzado las dimensiones que hoy tiene. Principalmente, hay que trasladar el foco de atención desde el reparto del producto y del beneficio al cómo se produce, con qué medios, qué materiales, qué organización del trabajo, en definitiva, todo lo que supone el esqueleto productivo del modo de producción capitalista industrial. Este modelo, hoy nos dicen que es de servicios, pero vemos que sigue manteniendo la producción fabril, sólo que deslocalizada, y sigue orientando el servicio hacia el consumo material, con el mantenimiento de una mentalidad consumista. Esta es propia de un estado de falsa abundancia y falso bienestar, donde a la miseria de siempre se unen nuevas formas de pobreza y de enfermedad propias de un modelo en quiebra ecológica. Y, ante todo, salta a la vista la pobreza cultural y espiritual propia de una sociedad en que los vínculos sociales que naturalmente surgirían con la autogestión, aquí desaparecen en favor de la dependencia del mercado y el Estado como proveedores de todo lo que nos haga falta. De ahí que, para desengañar a la masa, haya que hacer pueblo, tejido social autogestionado con una cultura propia. ¡Ah, sí! ¡que no se nos olvide! ¡pero guiado por el ideal de la anarquía!, de lo contrario, autogestión no quiere decir nada. En este sentido hemos de defender que la ideología no nos estorba, sino que nos define, nos aporta identidad y nos centra en nuestra misión. Una lucha sin ideología no será eficaz, será perder el tiempo y sacrificarse para elementos oportunistas.
– En cuanto a cambios en la tecnología: habrá que crear nuevas tecnologías de acuerdo con el ideal de sociedad que queremos sostener. Algunas obras del anarquismo y del socialismo utópico tocan este tema, pero falta mucho más desarrollo. No podemos revolucionar el sistema social sosteniendo el mismo aparato tecnológico del capitalismo. Podría hablar mucho de la crítica antitecnológica dentro del sucedáneo de teoría que nos están administrando intelectuales de ideología ambigua, pero no me extenderé aquí. La idea que quiero subrayar aquí es la de que la sociedad en autodeterminación con la necesidad natural es la que va a dirigir los cambios tecnológicos. La tecnología, aunque es un factor necesario, imprescindible, para cambiar el sistema, por sí sola no actúa ni consigue nada. Es el pueblo el que tiene que revolucionar la cultura y la infraestructura.
Para concluir, esta es la clave de la interpretación materialista ecológica de los cambios sociales, abrazar la identidad con el todo natural, entender que el impulso del cambio proviene de la necesidad que es anterior a nuestra existencia y a nuestra conciencia, no de una supuesta sustancia sobrenatural. Y a partir de ahí, autodeterminarnos, crear y reflexionar, recordando siempre la idea del ir de abajo a arriba, del construir la casa por los cimientos. Si vamos a cambiar el modo de producción, empezar por innovar y adaptar materiales, formas de energía, máquinas, forma de trabajar…al principio de la escala equilibrada, orientada hacia la necesidad del ser humano y del entorno, porque los medios de producir, una vez creados, conforman el tipo de sociedad y ésta no puede cambiar si no los cambia. Empecemos por asumir que sin respeto al materialismo no hay anarquismo posible en el siglo XXI, y que este no puede ser meramente una práctica, que ha de tener pensamiento y mantener los pilares de un sistema de pensamiento que se empezó a desarrollar siglos atrás.