Josep Pimentel
Comedor de clase obrera situado en un barrio periférico de una gran ciudad europea. En escena Nazario octogenario, culto, de fuerte carácter y sentado en sofá-mecedora. A su lado derecho, Sofía, su nieta de unos veinte años, estudiante universitaria, sentada en una silla y tomando una infusión.
Nazario: No quiero estar más en este piso. No me canso de repetirle a tu madre que aquí no estoy a gusto.
Sofía: Yo lo veo igual. Yo tampoco entiendo porque no puedes quedarte sólo en tu piso. ¿Qué problema hay?
Nazario: Para tu madre mi piso no reúne condiciones. A ver, yo entiendo que el hecho de que sea un cuarto sin ascensor puede limitar mi movilidad. Pero, para mí, ese no es un problema. Si me duelen mucho las piernas y no puedo bajar a la calle, siempre hay alguno de mis vecinos que están dispuestos a hacerme ellos los recados.
Sofía: Pues claro, son gente guay. A pesar de… ¿cuántos vecinos sois?
Nazario: Espera que piense -se produce un silencio de unos segundos-.
Sofía: Está Karim, en tu rellano. Debajo de tu piso, la señora María.
Nazario: No, María murió hace unos meses. El piso quedó vacío y al igual que los dos vecinos de la segunda planta lo ocuparon. Creo que es una chica con dos niños pequeños que se llama Katty.
Sofía: Pues no lo sabía. Creía que aún vivía la señora María. Cierto, los vecinos del segundo ya hace al menos tres años que ocuparon. Uno se llama Rigoberto, ¿no?
Nazario: Sí. Son muy buena gente. La hija de Rigoberto, que se llama… Luisa María, me enseñó a manejar el móvil y me instaló un programa para hablar, pero escribiendo. No recuerdo su nombre.
Sofía: WhatsApp
Nazario: Sí, WhatsApp. Ella y Pere del primero me envían mensajes casi a diario para ver si necesito algo. Son estupendos.

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