FURIA
Tomemos la conducta conocida de los dotados con fama conquistadora, aunque casi siempre sin sentido común para evolucionar: La profesión de políticos, todos ellos, están poco menos que amancebados. Siempre personajes de alta alcurnia hasta el fracaso. Se certificó la idea de que el político está formado con premeditación poderosa con diplomacia aparente, puesto que nada consigue llegar al fin concreto, desde donde se conoce bien la inocencia o culpabilidad. Sirviendo la inocencia para poder corregir siempre que se estime; aunque la culpabilidad no pasa por la idea de reconstruir el error o la tragedia, por depender de conductas limitadas, sin que sepan, quieran o pretendan decir que son la voz de la razón civilizada.
El don político nunca está favoreciendo a la magistral fuerza de la razón, por mucho que aprendiesen de la sabiduría que inspirase la genialidad del tan cacareado aristotelismo. El léxico utilizado por las convulsivas decisiones parlamentarias, unidas siempre a los intereses, no son más que “el fatídico poder de las decisiones sociales”. Pero se trata de ese poder que anula legitimidad a sus mandarines más seleccionados, como podrían ser legisladores -que regulan el Estado-; estadistas -imperativos del gobernante-; fiscales, que cuantifican el dolor y los grandes valores que ponen precio a los actos ciudadanos; senadores -que aprueban o no leyes de congreso-; magistrados -que forman parte de un tribunal en la audiencia provincial-; jueces -que juzgan o sentencian toda suerte-; notarios con el don de la supremacía –que dan fe en la acción de las leyes que deben ser aplicadas-; y jefes de estado –gobernantes por encima del bien y del mal–. ¡La política domina y se impone siempre que puede! De hecho, las revoluciones transforman las leyes consuetudinarias. De ahí que las revueltas tengan valores irreversibles, arrasando la ira antinatural de, débiles siempre, políticos acaudalados para aullar la voz de cuadrúpedos espectaculares, desde la opulencia más encolerizada.
La política de Estado debiera servir para gobernar en el orden de los demás, sin que tengan que ser sometidos al cumplimiento de “sacrificadas” obligaciones contra la dignidad, más sabiendo que sólo sirve para dominar. Lo diferente va unido a que ser gobernados es lo mismo que estar bajo la orden voluntaria del deseo político; mientras que, desde otro interés, sería estar disfrutando de un orden natural de las personas, a sabiendas de que “lo personal” será siempre condicionado al criterio circunstancial de los hechos en que se desenvuelve la realidad de la mejor circunstancia humana.
La experiencia promete madurez, desde la cual es necesario entender que se sabe luchar en toda protesta social. La política de Estado es el fiasco permanente. ¡Qué hacer, es decir, qué se puede determinar! Sencillo resulta si se practican las alternativas libertarias, que no son otra cosa que impedir que se nos gobierne con el credo de las fantasías del todo poderoso dinero, de la ilusión divina, de los consejos de los vicios más contagiosos, como serán siempre la ignorancia, la imposición, que limita el derecho a ser uno mismo en el aplastante ejercicio de que el éxito está en poder comprar la dignidad de alguien; incluso ver en los demás y ser flagelado al mismo tiempo ante cualquier idea de futuro. Nuestra civilizada forma de ser y entender la realidad deja huellas que no deben transmitirse a otras generaciones, aunque tengamos que utilizar la defensa personal, y que debamos parapetarnos en los riesgos más espeluznantes conocidos. La existencia y la vida misma, será siempre lo único que merece construir con futuro cierto, sabiendo que, en ello, está toda la esencia de lo que somos y pretendemos seguir disfrutando.
La naturaleza exige la condición de impedir que la política de Estado sirva la obligación en los climas naturales libertarios: se trata de no permitir que la codicia política, que no es otra que su propio poder dominante, mantenga en vilo a toda la sociedad, porque las políticas de Estado dominan desde las armas y la conspiración constante, siendo lo más relevante que saben transmitir.
Libertaria es la libertad, sin límites debe ser la sociedad; libertaria es la sociedad sin Estado; equilibrada e independiente es la Anarquía: Sociedad que no tiene cárceles, sin profesiones incontrolables como las diseñadas para la existencia de políticos; sin dioses inventados para dominar y alimentar la ignorancia; sin víctimas subyugadas; sin leyes que faciliten la legislación de ejércitos armados; nada que suponga desorientar, perseguir o prohibir.
El político habla de libertad y la prohíbe inmediatamente después de su particular defensa; el político utiliza como truco conquistador de situaciones sociales la improvisación. Cuando es diplomado, se asigna la licencia de corso y se cree con alma de auténtico árbitro de los demás, considerándose pastor de los demás, considerándolos débiles.
No hay más que dos especies de hombres: una, la de los justos que se creen pecadores, y otra la de los pecadores que se creen justos.