Floreal Rodríguez de la Paz
La debacle originada por el deporte de los sistemas democráticos coloca a la organización política de estos Estados en una situación completamente difícil y vergonzosa, toda vez que, por no encontrar salida a sus reiterados errores, han tenido que desembocar en un mar de lágrimas y sangre.
Los sistemas democráticos representan, en su conjunto, a esos edificios de gran fachada, donde la arquitectura tuvo más en cuenta la estética que lo salido de la construcción, por cuyo defecto se hallan desvencijados y llenos de grietas, amenazando con derrumbarse de una manera estrepitosa. Y estas averías -que no son nuevas-, no hubo el propósito de repararlas cuando aún era tiempo, con lo cual se hubiese evitado la caída inminente del edificio.
Si se analizan los hechos y circunstancias, que han concurrido, para que las democracias hayan llegado a situación tan precaria, no será difícil hallar la conclusión de que solamente los errores políticos de estos son los que han arrastrado al mundo a la más grande de las bancarrotas. Sencillamente: se ha llegado, allí donde los sistemas democráticos han querido, aun cuando estos no quisieran creer en el alto precio que ello pudiera costarle. Tan caro, que corren el peligro de perderlo todo, por cuanto las consecuencias de su indolencia, falta de previsión, demasiada confianza en sí mismos, o la confabulación “disimulada” por parte de los grandes magnates de esta política en el viejo Continente, han sido propicios a preparar el terreno al enemigo en detrimento propio.
Es equivocadamente al Fascismo y al Nazismo a quienes después de que sus jefes fueron unas “buenas personas”, y cuando ya no había remedio se han hecho responsables directos de la catástrofe. Mas sin ánimo de negar la responsabilidad que a cada cual pueda caber en este caso, los hechos vienen a demostrar, de forma fehaciente que, con el Japón, como tercera persona, formaron ese tristemente célebre triunvirato llamado EJE, que fueron los hijos Bastardos de las democracias, en cuyos hechos se amamantaron, esforzándose, más tarde, en destrozar el cuerpo a cuya sombra medraron y se armaron.
Puede admitirse la deslealtad de los asociados del EJE hacia las democracias, pero también tenemos que admitir que la lealtad, en problemas políticos, es un problema de fuerza, puesto que es la razón de la fuerza la que en todo momento se impone.
En este caso, más viejas son las democracias que el EJE, el cual se organizó con el consentimiento de estos que se lo permitieron. Y que más tarde se armaron, porque también ello le fue permitido.
Las democracias representadas en aquella S.A., que se denominó Sociedad de las Naciones, que no hizo otra cosa que gastar el tiempo y dejar paso libre a quienes más tarde habían de señalar como su mayor enemigo, no podían desconocer que las tres potencias asociadas el EJE organizaban un frente de batalla en el orden político, y, en el bélico, se aprestaban a crear una maquinaria de guerra. En aquella fecha no podía existir el peligro de un problema de fuerza por parte del EJE, en el cual aún no se encontraba la potencia asiática y que, aunque lo hubiera estado, para el caso era igual, dado que nadie estaba en condiciones de hacerle fuerza. ¿Qué hicieron entonces las democracias? ¿Por qué la S. de las N. no intervino para evitar que lo que entonces sólo era un intento se convirtiese en una realidad?
¿Es que acaso los estados demócratas abrigaban la duda de que aquella unión de tres potencias, que habían abandonado la S. de las N., fuese una cosa baladí y sin importancia? ¿Contra quienes habían de emplear los efectos de aquella nueva organización y las armas que empezaban a fabricar? ¿Acaso contra un enemigo imaginario?
Al igual que hoy, el Fascismo y el Nazismo ya eran conocidos por sus correspondientes nombres y su objetivo declarado públicamente por sus líderes.
Estas nuevas formas políticas de Estado no han variado en nada; claro está que la diferencia que pueda haber entre la teoría y la práctica. Son los mismos hombres, que, para vergüenza de la civilización, escarnio de los pueblos y humillación de todos los regímenes democráticos, han cumplido hasta el presente cuanto han dicho, o por lo menos han intentado llevarlo a la práctica. ¿Quién se ha opuesto a ello? Únicamente los trabajadores de algunos países señalaron el peligro, y lo combatieron con las armas que poseían, insuficiente en todo momento, para que el peligro fuese evitado. En muchas ocasiones se señaló, a quienes podían y tenían el poder de hacerlo, que el enemigo se preparaba, que había que evitar un desenlace vergonzoso y criminal.
Pero entonces, todos eran amigos, los del EJE y los de la S. N. ¡Qué diferencia y qué sarcasmo!
En manera alguna se ha tratado, como muchos se han esforzado en demostrar, que las democracias han sido sorprendidas. Nunca se pudieron considerar estas dos tendencias políticas como dos fuerzas equiparadas que, al enfrentarse entre sí, pudieran vencer el elemento que más ejercitado estuviera. Contrariamente a esto, pudiera ser comparado el caso con un niño y un gigante, creciendo el primero, al amparo del segundo, hasta llegar a tener las indispensables fuerzas con que hacer frente al segundo, o apoderarse de cualquier oportunidad para eliminarlo.
El transcurso del tiempo, y la perseverancia de los Estados democráticos, hizo del EJE un elemento fuerte y capaz de enfrentarse con lo que ya había venido señalando como enemigo irreconciliable. Entonces vino el desafío, el cual fue aceptado luego de mucho pensarlo, y cuando a las democracias no les quedaba otro recurso que capitular y someterse a un enemigo que ellos mismos habían creado, o entablar batalla en defensa propia con el fin de mantener sus equilibrios.
Las democracias fueron demasiado perseverantes con Hitler y su cuadrilla, en tanto que aguantaron resignados sus insultos y desafíos, sin atreverse a recoger el reto a pesar de conocer que el enfrentamiento se hacía inevitable, so pena de hacer el traspaso de la hegemonía política de Europa capitulando con todas sus consecuencias.
Los Estados democráticos han imitado al domador de una fiera, el cual, a pesar de conocer que no puede reducirla y que llegará el momento en que habrá de ser destrozado entre sus garras, no se decide a eliminarla, o por lo menos a cortarle colmillos y garras que más tarde han de raparle la carne y destrozarle los huesos.
El hecho de que los puntos de vista del EJE constituyeran una nueva forma política, basada en el plan de conquista, precedido de un principio de violencia, donde el crimen de Estado alcanza cifras aterradoras, jamás quiere decir, que ello sea la razón de la actitud adoptada por los representantes de las democracias en lo que se refiere al terrible choque de la guerra. El hecho en cuestión nunca hubiera sido el motivo de este desastre, que amenaza con hundir a todos los pueblos bajo la negra funda de la desolación y el crimen. Queda esto bien demostrado, por cuanto durante la etapa de consolación de estos regímenes dictatoriales, cuando fácilmente hubieran sido deshechos sin necesidad de guerra, los Gobiernos democráticos permanecieron indiferentes ante la opresión y los crímenes del Fascismo y el Nazismo naciente.
El Fascismo y Nazismo -indistintamente- siempre fueron crueles en sus más leves manifestaciones. Desde el advenimiento de estos dos regímenes, ambos pueblos han sido escarnecidos y masacrados. ¿Hicieron algo práctico las democracias para corregir estos males? ¡Al contrario! Su silencio fue el asentimiento cruel a tales procedimientos inhumanos. Los hombres representativos de los sistemas democráticos no quisieron preocuparse de que no tenían derecho a intervenir en tales problemas, por la sola razón de que era asunto interno de otros países, en los que únicamente sus gobiernos respectivos eran los llamados a intervenir. Más esta razón desaparece en el momento que empieza la guerra, cuando la propaganda democrática empieza por atacar la base social del EJE, en el deseo por levantar un estado de opinión, sobre todo en los pueblos alemán e italiano, que le posibilitara destrozar su política interior.
NOTA: Sería de gran gusto continuar, pero quede para seguir el ejercicio en otro momento, pienso que necesario, para el pésimo clima político que no saben despejar los gobernantes de hoy.