Pedro Ibarra
Delante de ese arrollador espectáculo de la maravilla celeste, intentando cubrirse la vista con unos cristales oscurecidos para lograr ver el astro sol, cubierto por la luna, nos intriga el poder saber el por qué se cubrió con un cristal oscuro el astro Rey, para poder vernos a nosotros los habitantes de la tierra. ¿Cuál fue la razón que permitió ver con toda claridad las singularidades de nuestro planeta? Reconocemos, también, que las grandes humaredas producidas por los cotidianos fuegos en los bosques y los placidos gases atmosféricos contaminantes no facilitan bien la observación de nuestro maravilloso disco azul, unido a las continuas explosiones obuseras de las cotidianas guerras, sin dejar de mencionar los pertinaces atentados con explosivos en refinerías petroleras y vías urbanas o mercados públicos. Todo ello, naturalmente, no puede facilitar la buena visión y como es lógico el no poder ver equivale a no poder saber lo que ocurre en los planetas del Gran Imperio de la Vía Láctea y principalmente en la Tierra.
Nuestro generoso monarca, al que tanto debemos, nos ha enviado, en todos los segundos de nuestra existencia, el suave calor que tanto alimentó y alimenta a plantas y seres de toda especie. Él reinó, y reina, dándonos gratuitamente el dulce calor aliento de vida y, por lo tanto, sin el cotidiano recibo eléctrico y terráqueo, que tanto nos abruma, de las compañías eléctricas. Él, y nadie más, sabe lo que es la vida y en donde nace ella. Pero los hijos de ese sol son tan desagradecidos con el padre estelar como con el padre genital, pruebas son amores y ancianos abandonados razones.
Quizás su curiosa ojeada a nuestro planeta sea debida por querer saber de nuestra belleza esférica, o bien por confirmar lo mucho de bueno que nuestra codicia crea en ella y en el entorno atmosférico. Obra suprema que fue creada durante millones de años y cuya belleza encandila a muchos hombres sensibles y agradecidos, y que en unos breves y cortos años nuestra belleza será, posiblemente, aniquilada por unos pocos hombres erguidos sobre altos tronos mandones, con poderosos bienes y no menos grandes codicias.
Depredadores de bosques, montañas y seres, ríos, mares y animales, devoradores de vida. Seres no merecedores de este calificativo empiezan a querer conquistar otros planetas, para poder llenarlos de “vida”, diciendo que el hombre debe de conquistar todo Universo, queriendo ignorar que, como esta maravilla, en la cual posamos nuestros pies, no hay otra igual, y si la hay, está tan lejana que nos faltaría vida para poderlo comprobarlo.
Perdónanos hermano Sol por nuestra ceguera suicida, destrozando tu obra día a día, por matar ríos y mares, playas, bahías, bosques y selvas. Por asesinar seres humanos, abandonando a sus hambrunas y miserias a los más tiernos seres de la tierra: los oscuros niños de piel morena de soles. Perdónanos por no querer acariciar, con nuestras torpes manos, lo que tú llenas de vida.