Bertrand Russell

El nacionalismo, en teoría, es la doctrina que enseña que los hombres, por sus simpatías y sus tradiciones, forman grupos naturales llamados naciones, cuyos miembros deben estar unidos bajo un gobierno central. En general, se puede admitir esa doctrina, pro, en la práctica, toma una forma más personal. “Yo pertenezco -arguyen los nacionalistas oprimidos-, por simpatía y por tradición, a la nación A, pero estoy sometido a un gobierno que está en manos de la nación B. Es una injusticia, no solamente a causa del principio general del nacionalismo, sino porque la nación A es generosa, progresiva v civilizada, mientras que la nación B es retrógrada y bárbara. Por eso la nación A merece prosperar, mientras que la nación
B debe ser humillada”. Los habitantes de la nación B son naturalmente sordos a las reclamaciones de la justicia abstracta, cuando van acompañadas de hostilidad personal y de menosprecio. Sin embargo, en el curso de la guerra, la nación A
adquiere su libertad. La energía y el orgullo que han obtenido esta libertad condensan una fuerza que lleva, casi  infaliblemente, a intentar una conquista extranjera, o bien a negar la libertad a alguna pequeña nación. “¿Cómo? ¿Decís que la nación C, que forma parte de nuestro Estado, tiene los mismos derechos que nosotros teníamos contra la nación B? Es absurdo. La nación C es brutal y turbulenta, incapaz de gobernarse; le hace falta una mano firme, si no se quiere que
llegue a ser una amenaza de desorden para todos sus vecinos”. Así es como los ingleses hablaban de los irlandeses, los alemanes y los rusos de los polacos, los polacos de Galitzia de los rutenos, los austríacos y los magiares de los eslavos del
Sur que simpatizaban con Servia, los servios de los búlgaros de Macedonia. De esta manera, el nacionalismo,  teóricamente irreprochable, conduce, por un movimiento natural, a la opresión y a las guerras de conquista. Francia, tan pronto como fue liberada de los ingleses, en el siglo XV, comenzó la conquista de Italia; España, tan pronto como fue rescatada de los moros, entró en conflicto con Francia durante más de un siglo para disputarle la supremacía en Europa. El
caso de Alemania es desde este punto de vista muy interesante. A principios del siglo XVIII, la cultura alemana era  francesa; el francés era la lengua de las Cortes, la lengua en la cual Leibnitz escribió su filosofía, la lengua universal de
las bellas letras y del saber. El sentimiento nacional apenas existía. Entonces una serie de grandes hombres han creado el amor propio y la personalidad germánicos, en el dominio de la poesía, de la música, de la filosofía y de las ciencias. Pero,
políticamente hablando, el nacionalismo alemán fue una consecuencia directa de la opresión de Napoleón y de la campaña de 1813. Después de siglos de perturbación en Europa, acarreada por la invasión francesa, sueca o rusa en Alemania,
los alemanes descubrieron que, con un esfuerzo suficiente y con la unión, podrían mantener los ejércitos extranjeros fuera de su territorio. Pero el esfuerzo requerido había sido demasiado grande para cesar cuando su fin puramente defensivo
fue alcanzado con la derrota de Napoleón. Y cien años más tarde los alemanes estaban aún enredados en ese mismo movimiento, que había llegado a ser un movimiento de agresión y de conquista. Todavía no es posible saber si asistimos al fin de ese movimiento.
Si los hombres tuvieran un sentido bastante claro de la comunidad de las naciones, el nacionalismo serviría para definir los límites de las diversas naciones. Pero dado que los hombres no sienten sino la unión de su propia nación, sólo la fuerza puede hacerles respetar los derechos de los otros países, aun cuando éstos reclamen, en su interés, derechos  absolutamente semejantes…
Lo que falta, en esos diferentes conflictos, es un principio lealmente aceptado de justicia absoluta. Es inútil tratar de encontrar un sostén en las instituciones basadas sobre la autoridad, puesto que tales instituciones implican la injusticia, y la
injusticia, una vez instituida, no puede, prolongándose, sino causar un gran perjuicio a los que la sostienen y a los que le resisten.

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