Salomé Moltó
Cuando intentamos hablar de economía, parece que sólo se hace o bien con el sistema capitalista que nos gobierna hoy día o con el que se derrumbó hace unos años, el comunista. Resultaría cansino entrar a verificar todas aquellas circunstancias que tuvimos que vivir durante más de cincuenta años. La lucha encarnizada en demostrar las virtudes de un planteamiento u otro, en el fondo dictaduras duras y puras. A estas alturas las personas intentan ver otras alternativas ¿cuáles?
Para poder apuntar otro enfoque económico, habríamos de preguntarnos sobre las estructuras sociales que han dominado nuestro proceso histórico, ya en la revolución industrial.
Tenemos básicamente dos: la VERTICAL y la HORIZONTAL. Para no hacer un interminable relato nos ceñimos a una síntesis. Un ejemplo de la vertical sería el ejército. Con el general, coronel, capitán, teniente y así bajando hasta el soldado raso. La horizontal nos daría el ejemplo de la organización de iguales, que aportan su colaboración en las cooperativas, con el dominio de su profesión, repartiendo responsabilidades, al tiempo que los gastos o las pérdidas si no se ha podido hacer un buen trabajo y compartiendo salarios básicos y beneficios al final del ejercicio. ¿Es ello posible? Algunas personas piensan que no, otras ven en ello la posibilidad de un mejor funcionamiento económico. Nadie responde mejor en el mundo productivo que cuando se toma conciencia de su responsabilidad, profesional y ganancial.
Muchas cooperativas se hicieron en tiempos de la Transición, aquí en España, muchas de ellas fracasaron debido a la deficiente preparación de los que iniciaron esas cooperativas, mayormente de la quiebra de las empresas de las que formaban parte, por falta de cultura social. No se trataba de tomar las funciones del “patrono” que había desaparecido llevándose los valores diversos que quedaban en la empresa y dejando a ésta en la total ruina. Levantar la misma, con la misma dinámica que la había derrumbado, era un suicidio. Los trabajadores de la empresa en quiebra hipotecaban el piso, pagado con gran esfuerzo durante veinte años, único haber del que disponían, buscaban un “dirigente”, al que pagaban un sueldo desorbitado, para llevar la empresa y que, al poco tiempo, los dejaba tan arruinados como lo estaban al principio. Otras cooperativas no es que tuvieran más suerte, se organizaron mejor.
Producían y estudiaban los avatares de la competencia comercial, cobraban cada uno un mínimo de subsistencia e iban incrementando los ingresos en la medida de las posibilidades.
Marinaleda, un pueblo de Andalucía, nos ha dado un buen ejemplo durante los últimos treinta años, los kibuts de Israel han sido una hermosa referencia y, sobre todo, las colectividades que se hicieron durante nuestra guerra civil, en donde la organización social y productiva fue total, manteniendo a la población y haciendo frente a una guerra fratricida.
Hay también, por todo el mundo, asociaciones que funcionan aparte de los gobiernos, pequeñas, la mayoría de autónomos, por supuesto, pero ¿y si esas asociaciones llegaran a federarse? Queda la interrogante en el aire para un buen debate y reflexión.