Manuel García Centeno

Aquella mañana olfateaba el cabello de mi madre suelto en la almohada. No serían más de tres años mi edad. Acaso menos. Lo que me sitúa en pensar que era verano aquella mañana tentadora de mi vida.
A pierna suelta cabalgaba en el vientre de mi mamá. Ella paciente y tierna aguantaba mi cabalgada.
Se incorporó de pronto: me tomó en brazos; me sujetó de los codos y me dijo: no seas tan cansino hijo mío, vete a jugar con los niños de la calle.
Seguramente me vistió. Me puso mis. Me alisó los “malos pelos” de mi cabeza. Me abrió la puerta y me dejó en la calle, en el más amplio sentido de la libertad.
Desde aquella mañana tentadora de mi vida, mi madre me soltó de la cometa de su cuerpo, me bajó de la nube de su vientre y “anda vete y juega con los niños”; aquella mañana mi mama escribió la frase de mi vida: “LIBERTAD”.
Desde aquella mañana todo se me hizo pequeño, la calle, la escuela y la familia. Mis ojos abarcaron lo inmenso de la naturaleza. Los libros de texto de la escuela se me quedaron pequeños. Mi mama abrió ante mí la palabra más hermosa. La palabra más profunda de todas las que se han escrito: LIBERTAD

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