Dada la trayectoria de la Administración americana a lo largo de las últimas décadas, no se puede pensar que la preocupación de los norteamericanos, y su actual presidente Donald Trump, sea la actual situación social en Venezuela y la mayor o menor democracia en la República Bolivariana venezolana, ni que éste sea el verdadero motivo de su interés por la situación política en el país sudamericano. Nada más lejos de la realidad.
Sencillamente lo que está pasando en Venezuela es que los intereses (a veces no tan ocultos, como en este caso) del neoliberalismo económico, sobre todo norteamericano, ha puesto de manera definitiva sus ojos en las grandes riquezas de ese enclave del continente sudamericano y quieren hacerse con ellas a toda costa. Lo demás son pantallas de humo para distraer la atención mundial, y llevar a su terreno a la opinión mundial mediante la utilización vergonzante de los medios de comunicación de masas, que ellos controlan de manera absoluta a nivel internacional, y que sirven para dar una imagen distorsionada de la verdadera realidad del país que, aunque preocupante, no se parece a la que nos quieren vender la Administración Trump y sus lacayos internacionales, la Unión Europea incluida. Todos quieren salvar a Venezuela de las garras del feroz sistema bolivariano, que, aunque se mete en la cárcel a opositores, se persigue a periodistas, hecho que denunciamos sin paliativo alguno, no se les asesina y les corta a trocitos. En los Emiratos Árabes se persigue, ejecuta y encarcela a cientos de opositores, entre ellos periodistas disidentes, y nadie lo denuncia ni manda a eurodiputados a ver qué está pasando. Lo mismo ocurre en Guinea Ecuatorial y China, y el silencio es la única respuesta de estos demócratas de pacotilla, de salón y cuello blanco, de estómagos agradecidos y bolsillos repletos de dinero proveniente del robo y la extorsión internacional.
Mientras estos furibundos defensores de la democracia miran para otro lado; mientras se producen todo tipo de atropellos en los países que apoyan a Estados Unidos, sus secuaces miran para otro lado; mientras el gobierno israelita masacra, un día sí y otro también, al pueblo palestino, los aliados de Estados Unidos miran para otro lado, nadie se mueve ni manda embajadas diplomáticas para pedirle a Arabia Saudí que deje de asesinar impunemente a los opositores a la dictadura saudí, ningún partido político defensor del poder yanqui manda una delegación a Marruecos para pedir cuentas de la actuación asesina del rey de Marruecos relacionada con la oposición en el Riff.
Venezuela: el Capitalismo neoliberal no es la solución
Es verdad que una parte, grande o pequeña no importa, de la sociedad venezolana denuncia la falta de libertad, pero en muchas de las naciones del planeta ocurre y no tiene la ciudadanía la oportunidad de poder denunciarlo con plena libertad, sino corriendo el riesgo, casi seguro, de ir a la cárcel o terminar siendo asesinadas/asesinados. No tenemos que indultar, bajo ningún concepto, a ningún régimen que vulnera los Derechos Humanos, como tampoco debemos dejar de condenar a quién no los respeta por afinidad ideológica. Tenemos toda la legitimidad del mundo para discrepar, con matices, de algunas actuaciones del gobierno de Nicolás Maduro, y de su grado de libertad en cuanto a las opiniones políticas contrarias a su forma de llevar las riendas de un país, pero en definitiva, son las venezolanas y venezolanos quienes tienen la primera y última palabra sobre cómo se tienen que hacer las cosas en su propio país.
Y nos preguntamos: ¿tienen legitimidad alguna los Estados Unidos de Norteamérica, la Unión Europea, y el resto de los países para pedir democracia y para derrocar al presidente venezolano cuando ellos apoyan dictaduras asesinas en diversas partes del mundo, ¿sólo porque hay intereses económicos y geopolíticos? No es algo, casi esperpéntico, ese derroche de “fervor democrático” que invade en estos últimos meses a Washington y Bruselas. La historia nos ha enseñado que antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, los ideales, la libertad y la cacareada democracia occidental importan un comino cuando los únicos intereses verdaderos son: el dinero y el poder.
Las democracias europeas y EE.UU. permitieron que el dictador Francisco Franco Bahamonde, con la imprescindible ayuda de Hitler y Mussolini, acabara con las libertades en España e instaurara una asesina dictadura de corte fascista. El gran dictador Josef Stalin (Jóssif Vissariónovich Dzhugashivili) se alió con Hitler para repartirse Polonia y permaneció impasible mientras el Führer arrasaba Europa occidental, iniciaba el gran exterminio judío y liquidaba a los comunistas y anarquistas alemanes o austríacos en campos de concentración. Estados Unidos miró para otro lado mientras todo eso ocurría en Europa durante la guerra, muy al contrario, sus multinacionales suministraban abundante combustible y modernos vehículos al devastador ejército nazi.
Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, tras la derrota de Japón, Italia y Alemania, los “libertadores” estadounidenses, británicos y franceses decidieron
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que la flamante y “liberadora” democracia no cruzara los Pirineos, porque les interesaba más tener un dictador anticomunista en España que abrir paso a una democracia menos dócil, es decir, restaurar lo que el golpe militar de 1936 había interrumpido: la Segunda República. Así pues, España fue víctima, por segunda vez, de esa manera tan particular de defender la libertad de los pueblos que tienen esas democracias que ahora tanto se preocupan de la situación política de Venezuela.
Baste recordar que después de 1945, Occidente, y muy especialmente EE.UU. derrocó gobiernos democráticos en Latino América, África o Asia, mientras mandada a miles de sus jóvenes a morir “por la libertad” en Corea o Vietnam. Aquel fue un auténtico período hipócrita que aún no ha terminado como se puede ver con la actuación de la Administración en Venezuela. Primero se hace un boicot financiero y de productos básicos (medicamentos, comida, vestidos, calzados, etc.) y después manda a sus lacayos con “ayuda humanitaria” para quedar como salvadores del pueblo venezolano. Ya hicieron lo mismo con Vietnam, Afganistán e Irak, primero lo destruyen todo y después mandan a sus grandes multinacionales a reconstruir lo destruido, ganando pingües beneficios en dichas tareas. Hasta llegar a Chile, Vietnam y Argentina. En Chile la CIA derrocaba, con golpe de estado, al presidente constitucional Salvador Allende y daba paso al muy sanguinario general Augusto Pinochet. En Vietnam, EE.UU mantenía la guerra y una tiranía. Es todos estos casos los motivos auténticos eran los económicos y geoestratégicos, lo mismo que quieren hacer en Venezuela. Como Allende había nacionalizado muchas empresas estadounidenses, había que elegir entre la libertad de los chilenos y chilenas y la cartera, aquí, como en otros tantos sitios, se optó, como era previsible, por la cartera, aquí la democracia no era lo prioritario, qué casualidad que en Venezuela sí se está por la libertad del pueblo venezolano y no por la cartera, más bien, ¿no será que aquí también la cartera es lo prioritario? En Vietnam el valor estratégico, del tablero de la Guerra Fría, era de primer orden, había que mantener ese enclave en Asia. El bienestar de sus habitantes estaba en último lugar de la lista, es por ello que no les importó fumigarles con napalm.
En España, los que hoy braman contra Maduro: Felipe González y José María Aznar, antes agasajaban en el palacio de la Moncloa a Gadafi, Obiang o Hassan II. Años atrás, el “rey demérito”, Juan Carlos I EL CORRUPTO, se abrazaba y se daba cariñosos besos con el príncipe saudí de turno. Pablo Casado, Albert Rivera y Pedro Sánchez, siguiendo la línea de Bruselas y Washington, protestaron muy bajito cuando se descuartizó en la embajada de Arabia Saudí en Estambul (Turquía), por orden del príncipe saudí, al periodista del The Washington Post, el saudí Jamal Khasshogi (Jamal Ajmad Jashogyi) el 2 de octubre de 2018.
Ninguno de los líderes europeos y lideresas se preocupan por lo que ocurre en las cárceles de Guinea Ecuatorial, ni de la situación de las mujeres en Arabia Saudí, la persecución de los disidentes en la China neocapitalista, ni la situación vergonzosa del gigantesco campo de concentración que es Gaza. La Guerra de Irak posee un enorme paralelismo con la situación de Venezuela: petróleo y un líder incómodo. La diferencia entre Sadam y los dictadores como él: Obiang, Somoza, Batista, Pinochet, Videla, Hasan II, Xi Jinping o Salman Bin Abdulaziz, es que Sadam molestaba a los intereses económicos occidentales y los demás son sus aliados. Se enarbola la bandera de la libertad y la ayuda humanitaria para ocultar el único y verdadero objetivo: el petróleo.
Se pone un personaje títere al frente de la protesta y se le apoya con todos los medios para enviar mensajes contra el gobierno de turno. Esta vez le ha tocado a Juan Guaidó, entrenado por la CIA (en países de los Balcanes) en golpes de estado incruentos. El mencionado Guaidó, por orden de los yanquis, se autoproclama presidente interino de Venezuela, aprovechando que es presidente de la Asamblea Nacional venezolana. Puesto que ocupa no por ser elegido, sino porque el sistema es rotativo y él es el que está en este momento representando a uno partido con una mínima representación, el suyo es un partido que apenas tiene incidencia parlamentaria. Juan Guaidó es cabeza visible de un simulacro estadounidense para derrocar a Maduro y entrar a saco en el reparto de las riquezas venezolanas en favor de sus multinacionales que entrarán, como elegante en una cacharrería, para arrasar con todo lo que puedan. Es indignante que las televisiones den imágenes manipuladas, y en una sola dirección, con la intención de preparar a la comunidad internacional para que acepte una brutal intervención en Venezuela, con la excusa de salvar al pueblo de la dictadura bolivariana, que tanto daño está haciendo al pueblo venezolano con su política social y económica. No explican, ni les interesa hacerlo, el por qué se ha llegado a la situación actual en Venezuela.
Toca asaltar Venezuela para repartirse sus enormes riquezas naturales, hoy, como ayer en otros lugares, la libertad y la justicia sirven como excusas. Si hay que poner al frente de un país a un dictador se pone, lo demás son simples naderías democráticas. Para EE.UU. una salida no democrática no le supone ningún problema, no así para los países europeos, que sí puede representar un enorme problema. Para Europa sería una auténtica trampa mortal, y su apoyo a un golpe de estado encubierto, un verdadero suicidio.

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