Pedro García

Siempre recordaremos aquellos viejos zapateros remendones que, en el pequeño hueco de las escaleras, tenían sus tallercitos con su velador, silla correa y pie de hierro.
Cosiendo las suelas con cerdas por agujas, y su imprescindible lezna untada en su cabeza para que fuese más fácil el poder pinchar la suela que debía de coser. Sus largas charlas con los barrenderos, traperos y mendigos cantantes, seres que formaban una escena difícil de olvidar por su gran humanidad.
Zapateros remendones que ejercían su trabajo con gran dignidad y orgullo, que al final del día recogían unas monedas y que ellas solas les bastaban para poder vivir con sus familias.
Sin más ambición que el vivir junto a los suyos, y sin más deseos que el poder sonreír a los vecinos y a la vida. Sus trabajos consistían en facilitar el andar a las personas, protegiendo sus pies de males y lluvias. Había, no obstante, una cosa que se hacía notar de seguida, y esta era el olor a sudores de pies. Siendo lógico tal olor al tener que soportar sobre sus piernas los viejos calzados impregnados de antiguos sudores personales, a los cuales debía de hacer la reparación correspondiente. Pero quizás a este trabajo de impregnarse tanto de sudores ajenos el artesano olía a todos, y es por ello que él caía bien a todo el mundo, y todo el mundo le caía bien a él.
El tiempo pasó y junto a él se llevó todas aquellas cosas que fueron tan vividas. Hoy, los zapatos no vienen de Elda, tierra de “Zapateros Anarquistas”. Hoy, se fabrican en varios países orientales como la China, la India, el Pakistán o la Isla de Formosa, siendo los precios tan baratos que permite desprenderse de ellos en cualquier momento. Es por esta baratura que mirando la televisión los vimos volando, entonces, dirigirse a la primera cabeza pensante del mundo occidental, el personaje llamado Presidente Bush. Hecho inaudito e impensable por su osadía. El individuo que lanzó dichos zapatos fue un árabe con pocos recursos, pero por lo visto con gran rencor. Rencor que le hizo gritar al presidente Bush, tratándole de “Perro”, insulto malísimo empleado en esos lugares, pero no siendo muy acertado. Pues los perros son, por lo general, seres muy inteligentes, y el Sr. Bush no gozaba mucho de esta gracia.
Es sumamente curioso el ver a la gran velocidad que volaban aquellos zapatones y la dirección casi perfecta que llevaban. Aquello fue una cosa que llegó incluso a deslumbrar a los mejores pilotos del mundo. Expertos que tuvieron sus dudas de si estos zapatones no fuesen teledirigidos por algún científico malvado, y no sería nada extraño que pasaran esta información al Cabo Cañaveral para que pudiesen copiar este prodigio de vuelo sin carburante ninguno.
Uno tiene ya tiene sus muchos años vividos y, por lo tanto, mucho visto y oído. Es por ello que yo ví en este árabe muchos rasgos anarquizantes, pues su espontaneidad, arrojo y singularidad es propio de un “exaltado” Libertario. Aquellos viejos locos que siempre elegían a un jefe supremo e iban a por él sólo, y éstos, los iluminados hijos de Alá, se llevan por delante, en sus atentados, a cuantos más seres inocentes mejor. Seguramente, este árabe habrá pasado larguísimas temporadas en la Villa Condal, y como dicen los catalanes: “Tot s´ampaita” (Todo se contagia).
Lo que si nos maravilló mucho fue la gran agilidad de cuello del Sr. presidente, lo cual nos dice que se ha visto varias veces en ese trance o bien ha practicado mucho con los pertrechos deportivos de la firma “Everlast” en los locales de Boxin Club. La cuestión es que esquivó los dos zapatones con una esgrima verdaderamente juvenil. Confirmándonos que desde luego Estados Unidos es un país que vive el deporte con pasión y acierto. Lástima que esa esgrima no se aplique en Wall Street para poder esquivar a los golfos financieros yankis, que tanto daño han hecho al planeta entero.

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