Soledad Gustavo
Los grandes efectos han de ser motivados por muy grandes causas.
Con la palabra orden se nos quiere hacer comprender que aun las instituciones más descabelladas, con todos sus aparatos de fuerza y desorden, amparan y defienden el orden público, salvan todas las situaciones por difíciles que sean y nos garantizan la paz.
Nosotros, los anarquistas, los que queremos garantidos con libertad, sin fuerza alguna, sin poder alguno, nuestros derechos todos y nuestra soberanía contra tal aparato burlador de la verdadera paz, no podemos ni debemos hacer otra cosa que mantener enhiesta la bandera de guerra.
Nosotros, que miramos no al mejor o peor éxito de los hechos de hoy, que pueden ser decisivos o no ser más que un episodio de la larga lucha sostenida por las fuerzas vivas del esclavo de todas las edades, que miramos al elemento eterno que está en ellos, a la idea que los gobierna, al pensamiento que sobrevive, a los hechos de una época que se cierne, como el águila en su vuelo, muy por cima de la tempestad, que se despliega como bandera al viento por encima de la tumba de los mártires, nosotros no podemos ni debemos querer la paz, que nada nos garantiza, que nada nos salva, que nada nos da, y hacemos porque se comprenda que deseamos la guerra.
Defendemos la libertad con todas sus consecuencias, pues defendamos la Anarquía; asistimos serenos a la muerte de nuestros mártires, porque creemos que quien de tal manera conoce la virtud del sacrificio, quien sabe representar tan fielmente el espíritu de acción en pro de un grande y sagrado pensamiento, está seguro de vencer, hoy, mañana, dentro de algunos años -¡no importa!
Y si luchando con la tiranía defendemos la libertad y, ahogando nuestras lágrimas, vemos sucumbir a nuestros hermanos, no es, no, por temor a la guerra. Consideramos que si obráramos de otra suerte, si amilanados por las persecuciones aceptáramos la paz que nos quieren dar y cesase nuestra protesta sin haber alcanzado la victoria, los hombres creerían entonces que una idea puede ser aniquilada antes de producir sus frutos, que el pensamiento puede ser muerto por las bayonetas, que basta que la fuerza o la violencia amarren a Prometeo a la roca para que la humanidad quede desheredada del secreto que hacía divina su vida.
Y eso no será, no, mientras exista el pensamiento humano, que es eterno. La solidaridad humana es más que una idea religiosa, que una idea filosófica, que una idea política: es un sacrificio noble y desinteresado. Todos somos como uno en el pensamiento y todos como uno en el derecho. La Historia prueba con argumentos incontestables esta unidad misteriosa del linaje humano, y la unidad del linaje humano probada por la Historia debe ser parte a interesarnos en la suerte de todos los esclavos.
Cada vez que se atrevan a prometernos paz en cambio de una humilde actitud, tengamos valor para responderles: “Aún hay fuerzas para abstener la guerra, aún hay esperanza, aún hay nobles e inmortales héroes que se ofrecen como víctima para saciar la sed de maldad de sus tiranos; que caen, mueren formando con su sangre, con sus miembros mutilados, con sus huesos, para las generaciones venideras, sobre la tierra hoy esclava, una patria luminosa como la fe, expansiva como el sentimiento, sagrada e inmortal como e1 martirio.
¡Benditos sean, pues, los que, protestando una vez más de las injusticias sociales, hacen guerra y guerra implacable a las instituciones existentes!
*Este texto se publicó en «La Anarquía» nº 99, el 5 de agosto de 1892.