Alfredo Calderón

El Estado mata. Es homicida, es asesino. Mata con premeditación, con alevosía, con ensañamiento. Mata por instrumento de mano mercenaria. Mata sin pasión, sin obcecación, sin arrebato: por conveniencia, por egoísmo, por cálculo. Mata con escándalo, en público, jactándose de ello.
El Estado roba. Gasta lo que se le antoja, y para pagar sus deudas mete mano sin tasa en la bolsa del contribuyente. Si el dinero ajeno no basta para satisfacer a sus deudores, no les paga y en paz. Perpetra periódicamente quiebras fraudulentas. Vive en grande a costa ajena. Arruina a la nación, consciente, deliberadamente, tranquilo, con la sonrisa en los labios.
Es Estado juega. Es empresario, es banquero, es croupier, es gancho. Sostiene una gran timba nacional, de la cual saca no poco provecho. Juega con ventaja, asegurando la ganancia. Y es lo bueno que tiene estancado el juego, como el homicidio, como el despojo. Sólo él puede hacer aquello que prohíbe a los particulares. Quiere el monopolio de los delitos. No admite competencia.
El Estado huelga. La ociosidad, madre de todos los vicios, es su predilecta. Ofrece a la pereza el holocausto del tiempo. Su vida es bostezo. Entre santos civiles y eclesiásticos, esteros y desesteros, Pascuas, Navidades, carnavales y veraneos, ha convertido la mitad de los días del año en fiestas de precepto. La otra mitad la consagra al descanso. Sólo que, al revés de lo que pasa con los anteriores vicios de los cuales se reserva la exclusiva, pretende generalizar la holganza e imponer, bajo graves penas, la observancia del ocio.
El Estado obliga a todo Dios a jurar en vano el santo nombre del mismo. Jura el monarca, jura el ministro, jura el senador, jura el diputado, jura el testigo, jura el jurado. Es un jurar y un perjurar continuo. Si hay quien, siguiendo las enseñanzas de Cristo, rehúsa quebrantar el segundo mandamiento, los tribunales le sientan la mano, considerando que la ley de Enjuiciamiento criminal es derogatoria del Decálogo.
El Estado… Pero, ¿a qué seguir? Si la mar fuera de tinta y el cielo de papel doble, no se podría escribir todo lo que de malo hace el Estado. Más breve sería proceder por exclusión, y enumerar los delitos, infracciones o pecados que deja de cometer. No deshonra a sus padres, porque no los tiene. No es bígamo, porque no puede contraer matrimonio. Por la misma razón no es adúltero, ni desea la mujer de su prójimo. Tampoco codicia las cosas ajenas, porque se suele quedar con ellas.
De lodos los pecadillos a que se entrega ese gran limo abstracto y colectivo, ninguno hay que le domine como el feo vicio de la mentira. ¡Qué mentir, cielos divinos! Comparados con el Estado, Manolito Gázquez o el protagonista de La verdad sospechosa son verdaderos dechados de veracidad. En la vida oficial es mentira todo: mentira el pacto constitucional, mentira las ficciones legales del sistema, mentira la ley fundamental del Estado, mentira la Gaceta, mentira la representación parlamentaria, mentira los votos de la mayoría. Mentira el Diario de Sesiones, mentira la adhesión, mentira la disciplina, mentira la ley, mentira el presupuesto… Hay mentira administrativa, representativa, eclesiástica, militar, naval, académica, jurídica, penal, procesal, bancaria, bursátil, aristocrática, democrática, moral, estética, higiénica, médica, alimenticia… El Estado entero es una gran mistificación, un colosal infundio.

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