Miguel Correas Aneas

El feminismo liberal
Durante el siglo XIX se fue consolidando el modelo sociopolítico liberal. A ello contribuyó la permanencia del napoleonismo y la sociedad industrial, alterando el panorama social existente hasta entonces. Fue en este ambiente que irrumpió con fuerza lo que se denominará posteriormente como la segunda ola del feminismo.
Esta segunda ola del feminismo se produce después de la reunión conocida como el Congreso de Viena, que tuvo lugar del 18 de septiembre de 1814 al 9 de junio de 1815. El objetivo principal fue el restablecimiento de las fronteras de Europa tras la derrota de Napoleón Bonaparte y reorganizar las ideologías políticas del Antiguo Régimen. Tuvo como bases dos grandes principios: el principio monárquico de legitimidad y el principio de equilibrio de poder. En España se produjo ocho años después la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis, que fue un contingente francés, con voluntarios españoles, en defensa del Antiguo Régimen, por el que abogaba el ultramontano Fernando VII, el más corrupto de los borbones hasta la llegada de Alfonso XIII. Así que, a Juan Carlos I, eso de la corrupción le viene ya en sus genes dinásticos. ¡El ejército francés fue recibido, según el marqués de Miraflores, como auténticos libertadores, con gritos de “Viva el rey absoluto!” y “Viva la Religión y la Inquisición!”. Sólo se produjo, por suerte, una primera y única intervención.
Así pues, que tocaba vivir malos tiempos para el feminismo, que ya había sido castigado duramente durante la misma Revolución Francesa. La teoría política del primer liberalismo era una caótica amalgama de los principios abstractos rousseaunianos. Para el primer liberalismo el verdadero ciudadano era el “Pater familias”, que estaba basado en el contrato social y la voluntad general. Para entender la postura y actuación del feminismo liberal, hay que tener muy en cuenta las conceptualizaciones de Rousseau respecto al rol que la mujer tenía que tener en la sociedad en general y en la familia en particular. Por lo tanto, en el campo de la cuestión de la mujer Jean Jacques Rousseau no estuvo a la altura de las circunstancias, más bien todo lo contrario. En sus postulados se podían apreciar ramalazos de una gran misoginia. Las conceptualizaciones de Rousseau son claves para entender, en gran parte, el pensamiento del siglo XIX. Para el pensador francés hay dos territorios: 1. El político espiritual, que protagonizan hegemónicamente los varones, y 2. El natural, que está reservado exclusivamente a las mujeres (la maternidad, la crianza de la prole, el cuidado de la familia, etc.).
Por lo tanto, la filosofía no era en sí misma liberadora, la vieja madre Eva no podía resultar convincente, ya que, en el mundo del progreso técnico, el telégrafo, el ferrocarril, la anestesia y el libre cambio, la situación se hacía insostenible. Contra todo ello se volvió a levantar el gigantesco edifico de la misoginia romántica, que devolvía de un plumazo a la mujer al punto de partida del feminismo: la casa. Las ideas de Rousseau sirvieron para rearmar la exclusión de la mujer. Pero el filósofo ginebrino no fue el único. La filosofía tomó el relevo que había dejado la religión, y se prestó, de manera complaciente, a validar el mundo existente. Apoyaron de manera abierta la misoginia romántica figuras de primer orden ámbito del pensamiento: Hegel, Schopenhauer, Kierkegaart, Nietzche.


Se promueven ideas como éstas: los varones tienen madurez, las mujeres florecen y se agotan. Schopenhauer, todas las mujeres son la mujer, “lo hembra”, es decir, el sexo segundo. La dama europea es un ser fallido y ridículo, deberían ser seres de harén. Las mujeres, el sexo inestético, deben mantenerse alejadas de toda voluntad propia y todo saber. La naturaleza quiere, como estrategia, que las mujeres busquen constantemente a un varón que cargue legalmente con ellas. Éstas y otras muchas ideas de carácter filosófico crearon el formidable edificio de la misoginia romántica, que tuvo en Schopenhauer a uno de sus más firmes pilares. La sociedad, en general, tiene miedo a los cambios y cuando se ven abocados a éstos hacen lo posible por defenderse de ellos. Esta misoginia se utilizó contra la segunda gran ola del feminismo: El sufragismo. Se vuelve al derecho romano, para el que la minoría de edad perpetua para la mujer quedaba establecida. Este nuevo derecho penal conlleva delitos específicos para la mujer: adulterio, aborto, etc., y consagraba que sus cuerpos no les pertenecían. Las mujeres eran consideradas hijas o madres en poder de sus padres, esposos e incluso hijos. No tenían derecho a administrar sus propiedades (el franquismo, en España, volvió al derecho romano), fijar o abandonar su domicilio, ejercer la patria potestad, mantener una profesión o emplearse sin permiso, rechazar a un padre o marido violentos. Todo esto llevó a unos postulados sociales que afectaban muy directamente a la libertad y autonomía de las mujeres, el código de conducta social para ellas era: la obediencia ciega, el respeto, la abnegación y el sacrificio. Esas eran las pautas que quedaban fijadas como sus virtudes obligatorias. El estado se convertía en juez y garante de las mujeres, el cual estaba formado en su totalidad por varones. Las mujeres estaban excluidas de la vida política y educativa en sus tramos medios y superiores, podían ejercer sólo de maestras.
Partiendo de esta nefasta situación, los objetivos principales del sufragismo liberal fueron dos: conseguir el voto y la entrada en las instituciones de alta educación. Para ellas el feminismo era uno de los pilares más fuertes de una democracia, ya que una democracia cuando funciona es feminista. Hay que tener en cuenta que el primer liberalismo, el lockiano, convivía con la esclavitud. En él los individuos libres e iguales eran los amos. La individualidad, la libertad y la igualdad no eran para las mujeres, ni para las madres, ni hijas y esposas de los privilegiados. Los demócratas y feministas tuvieron críticas y enemigos virulentos. Y ello, porque el feminismo ponía en cuestión algo privado, la sumisión sexual y doméstica. El feminismo liberal fue atacado por los moralistas e ignorado totalmente por el entramado político. Todas y todos los feministas eran demócratas, pero no todos los “demócratas” eran feministas. El feminismo fue, pues, un hijo no deseado, como escribí en el anterior artículo, del Racionalismo y la Ilustración. Además, el feminismo liberal se enfrentó, de manera contundente, al fundamentalismo religioso, adalid profundo de la tradición, a la soberbia del estado machista y a la gran hipocresía de la sociedad.
El año 1848, fue un año de agitaciones y manifiestos, entre ellos el Manifiesto Comunista de Karl Marx. Fue en ese año cuando 70 mujeres y 30 hombres, provenientes de diversos movimientos sociales y sociedades políticas, se reunieron en Nueva York, Hall de Séneca Falls, y firmaron la “Declaración de sentimientos”. Esta declaración tuvo como modelo, como inspiración, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América del Norte. En ella había dos grandes apartados: A) Exigencia para alcanzar la ciudadanía civil para las mujeres y B) Aplicar unas normas básicas que modificasen las costumbres y la moral existentes en esos momentos. La mayoría de los grupos firmantes de la Declaración de Falls, provenía de la lucha contra la abolición de la esclavitud. Mujeres y hombres que habían luchado, y hasta empeñado sus vidas, en la tarea de la abolición de esa terrible e inhumana lacra social.
La idea básica y fundamental era: los seres humanos, mujeres y hombres, nacen libres e iguales. Es por ello por lo que no dudan en firmar lo siguiente: “Decidimos que todas las leyes que impidan que la mujer ocupe en la sociedad la posición que su conciencia dicte, o que la sitúen en una posición inferior a la del varón, son contrarias al gran precepto de la naturaleza y, por lo tanto, no tiene fuerza ni autoridad”. Para tal afirmación se basan en el gran precepto de la Naturaleza: igualdad, libertad y persecución de la propia felicidad. Es el mismo principio esgrimido, con anterioridad, contra el mantenimiento del tráfico, venta y tenencia de esclavos. El grupo más concienciado incluyeron, sin tapujos, la servidumbre femenina, como unos de los puntos básicos de su tabla reivindicativa. En estos grupos feministas las mujeres activistas eran mayoría absoluta. Siendo E. Cady y L. Mott, la punta de lanza del movimiento sufragista. El sufragismo fue un movimiento de agitación internacional, y estuvo presente en todas las sociedades industriales, variando, eso sí, su fuerza organizativa y su implantación social. En todos los lugares, como he apuntado antes, los dos objetivos fueron: Derecho al voto y derecho a la educación. Estos se consiguieron en un período de ochenta años (1848- 1928).
En un primer momento, las mujeres se dedicaban a la enseñanza primaria reglada, es decir, enseñar a ser buenas esposas y madres, o lo que es lo mismo, cumplir con sus funciones dentro del hogar. Sólo se requería, para dicha función, conocimientos de lectura, escritura y cálculo elemental. Las dos profesiones que estaban a su alcance eran las de enfermeras o maestras. Quedando vetado un tramo de gran prestigio: la alta educación. Un ejemplo de la discriminación de la mujer a los estudios superiores lo tenemos en Concepción Arenal, una de las juristas más importantes de España, la cual fue admitida en la universidad sólo como oyente. Con una condición, que su presencia en los claustros universitarios no resultase indecente y con la condición de ir vestida de varón. No tenía derecho a obtener el título, ni mucho menos a ejercer la profesión que dichos estudios validaban. Hasta los años 20 del siglo XX, las que aparecían en las actas de fin de carrera nunca obtuvieron el título. A veces tuvieron que renunciar a él de una manera explícita.

Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadanía. Olympe de Gouges 1791 (III y final).

Artículo XIV: Las ciudadanas y los ciudadanos tienen derecho a comprobar por sí mismos o por medio de sus representantes la necesidad de contribución al erario público. Las ciudadanas no pueden dar su consentimiento a dicha contribución si no es a través de la admisión de una participación equivalente, no solo en cuanto a la fortuna, sino también en la administración pública y en la determinación de la cuota, la base imponible, la cobranza y la duración del impuesto.
Artículo XV: La masa de las mujeres, unida a la de los hombres para la contribución al erario público, tiene derecho a pedir cuentas a cualquier agente público de su gestión administrativa.
Artículo XVI: Toda sociedad en la que no esté asegurada la garantía de los derechos ni la separación de los poderes no puede decirse que tenga una constitución. La constitución no puede considerarse tal si la mayoría de los individuos que componen la Nación no ha colaborado en su redacción.
Artículo XVII y último: las propiedades son para todos los sexos reunidos o separados. Tiene para cada uno derecho inviolable y sagrado; nadie puede verse privado como patrimonio verdadero de la naturaleza, a no ser que la necesidad pública, legalmente constatada, lo exija de manera evidente y a condición de una justa y previa indemnización.

 

 

 

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