Federica Montseny
La vida nos alecciona constantemente
Ahora hablaremos de otro aspecto. No es posible que esta conferencia sea, pura y simplemente, una mirada retrospectiva, una glosa del pasado, examinando un movimiento separado de nosotros por la distancia enorme de 66 años.
Cada año ha habido un aniversario de la Commune; cada año se han escrito artículos periodísticos rememorando la Commune; cada año se han glosado las figuras excelsas de la Commune, pero en ningún año, en España sobre todo, la Commune había de tener tal repercusión, tal eco. Hemos de sacar enseñanzas. No haríamos nada nosotros, sin aprovechar las enseñanzas que los otros nos dan. La vida nos alecciona y hemos de aprender constantemente. Aprender para la especie, para la historia. Nosotros, individualmente considerados, como época, como generación, no somos nadie. Nada más que eslabones de una misma cadena, y si los niños para andar tienen que caer muchas veces, así nosotros también hemos de caer muchas veces para aprender a andar.
La Commune fue una de las innumerables caídas de la especie, que ha de enseñarnos a andar. En esto también hemos de volver a Flourens, que decía que para el verdadero revolucionario todo se reduce a una cosa: a no darse jamás por vencido.
Un verdadero revolucionario, es revolucionario siempre. Si en una revolución es vencido, en otra revolución triunfa. El movimiento se demuestra constantemente andando. En España hemos tenido también caídas dolorosas. ¡Cuántas veces hemos ido rebotando sobre las piedras de todos los caminos! ¡Cuántas aristas clavadas en nuestra carne! ¡Cuántas víctimas dejadas en el camino! Pero todo eso nos ha enseñado a andar; gracias a todo eso andamos. Andamos aún a ciegas buscando la idea madre, la idea motriz que nos conduzca hacia el camino verdadero, por el que pueda ser realizada.
El error de la Commune fue aislarse del campo
La Commune cometió errores imperdonables. El error más grande fue el de ser, pura y simplemente, un movimiento de masas industriales. Esa fue la desgracia de Francia. Francia, mientras ha sido un pueblo viril, un pueblo digno, ha tenido siempre dos o tres ciudades, hirvientes de entusiasmo, agitadas constantemente. De un lado, una enorme población campesina, unas provincias que han sido constantemente una rémora para París, para Burdeos, para Lyon, para Marsella. Este fue el error de la Commune. Se preparó, se gestó en París, que era el cerebro, la cabeza, pero el resto del cuerpo fue abandonado a sí mismo. Por eso, las provincias enviaron los soldados a Versalles y estos soldados lucharon contra el pueblo de París.
En España, en este error no hemos incurrido. Hemos pensado siempre que no hay revolución posible si esa revolución no se hace en la ciudad y en el campo. Félix Pyat, cuando moría, pronunció estas palabras: “Estábamos equivocados; aún no se habían transformado bastante las conciencias”. “Era un movimiento prematuro”. Pero nosotros hemos tenido tiempo de trabajar las conciencias, de preparar la conciencia popular española, de los obreros industriales y de los campesinos. En España, una burguesía cerril, inculta e inepta, una aristocracia aún más inculta que la propia burguesía, una clase media de aspiraciones reducidas, de horizontes morales pequeñísimos. Y sólo un proletariado, sólo una masa obrera de la ciudad y del campo, agitándose, persiguiendo ideales eternos de justicia. Esa ha sido España, y esa ha sido la suerte y la desgracia de España. De ahí que en España todos los movimientos, aún los políticos, han debido tener un contenido social. Desde 1848 hasta hoy, no se ha producido en España ningún movimiento político, republicano, socialista o anarquista, que no haya tenido un contenido social. Ha de tenerlo por fuerza, cuando es el pueblo, son los explotados, los siervos de la gleba, los mineros que bajan al fondo de las minas, los que ganan el pan con el sudor de sus frentes en los talleres, en las fábricas, los que producen el movimiento, los que dan su sangre por el movimiento y por los ideales a él vinculados. De ahí el contenido social de todos los movimientos populares españoles.
Todos los movimientos en España han tenido un fuerte sentido social
La primera República de España tuvo ya contenido social.
Y lo ha debido tener la segunda. Precisamente porque se intentó quitarle el contenido social que le había dado el espíritu popular, se produjeron movimientos revolucionarios y se llegó a la revolución que estamos viviendo. En España sólo se conseguirá el equilibrio en el momento en que el ideal político, el plan de realizaciones sociales de cumplida satisfacción a las necesidades y a los anhelos de los que son el nervio, la sangre arterial de todos los movimientos: los trabajadores de la ciudad y del campo.
Pero si la Commune cometió el error de olvidar las provincias y abandonar el campo, nosotros también hemos incurrido en errores, y contra esos errores trabajamos hoy con desesperación. Con desesperación he dicho, y ésta es la palabra.
La situación de París, sitiado, era difícil, pero no es menos difícil la situación de España. En España hay un círculo de hierro establecido por todas las naciones extranjeras. Estamos cercados por mar y por tierra, con un enemigo interior apoyado internacionalmente y con un pueblo abandonado por el mundo, sacrificado al interés de cada país, como si las ideas universalistas de la Internacional, del socialismo, fuesen letra muerta para pueblos como el inglés, como el francés, como el belga, que nos inmolan al terror que sienten de que se repita la guerra, que no podrán evitar tampoco a pesar de nuestro sacrificio.
Pero el hecho es éste: Una España debatiéndose en una guerra civil, parecida a la guerra civil producida en Francia después de la primera revolución. Los plutócratas, los reaccionarios, los privilegiados de siempre, unidos contra nosotros. Nosotros, los trabajadores, los explotados de siempre, unidos también más o menos relativamente contra la unidad de los otros. Y nuestros errores, de los que hay que hablar siempre para que puedan ser subsanados.
Hay que transformar la conciencia social de nuestro pueblo
En España ha habido un movimiento obrero, abrevado siempre en ideas revolucionarias, en oposición permanente, porque en ella residía precisamente la posibilidad de mantener en constante tensión al pueblo. Y ahora necesitamos dar a las masas, a los trabajadores de la ciudad y del campo, el sentido constructivo, la capacidad organizadora, todo lo que no pudimos desarrollar en ellos, porque no podíamos dedicarnos a más labor que la de la lucha, que la de oposición.
Si el error de la Commune fue abandonar a los obreros del campo, desafiar sola, confiando en su potencia espiritual y moral, al enemigo, el error nuestro sería también desafiar al enemigo de fuera y de dentro, sin tener transformada la conciencia popular que ha de darnos la victoria, que ha de realizar las ideas de la Commune rebrotadas en España.
Nos debatimos siempre en el mismo círculo vicioso. Necesitamos dar sentido constructivo a nuestra revolución. Necesitamos que nuestras masas, que el proletariado, la esencia y la potencia de España, tengan sentido constructivo, para que se conviertan en la fuerza organizada con que hemos de luchar contra los enemigos, contra los de dentro y los de fuera ¡Transformar la conciencia! Hacerla serena, sobria. Confiando sin exceso, pero no desonfiando sistemáticamente, porque nada puede hacerse sin un mínimo de confianza en los demás. Si miramos a nuestro alrededor y no vemos más que enemigos, más que traidores, más que gentes que pueden colaborar con el adversario, estamos absolutamente perdidos; no haremos nada. Flourens lo decía con desesperación, viendo cómo se extendía la divergencia entre los jacobinos y los moderados.
Unidad, consciente y serena, y sentido constructivo, no negativo. Hasta ahora hemos destruido, hemos sido una fuerza de oposición; ahora hemos de ser una fuerza constructiva. Serenamente, sobriamente, firmemente.
Unión y sentido constructivo contra el bloqueo internacional
Para luchar, se necesitan fortificaciones. No pueden luchar los hombres sin parapetos, sin trincheras. Socialmente, tampoco se lucha sin parapetos, sin fortificaciones. ¿Sabéis cuáles han de ser las nuestras, las de los que luchamos por una sociedad mejor? Las realizaciones. Aquello que se hace sólidamente, firmemente, y que no puede ser destruido así como así. ¡Construir! He aquí el imperativo categórico del momento. Hacer labor efectiva. Esto es lo que debemos de hacer nosotros. Reparar nuestros errores, superar nuestra propia conciencia transformándola y adaptándola a las necesidades del momento. Actuar, trabajar, realizar. No podemos perder ni un segundo. Hemos de hacer una doble obra de confianza y de defensa.
Con las fortificaciones, en el frente, los soldados resisten, se baten y vencen. Nosotros, en la retaguardia, en el aspecto social hemos de hacer lo propio. Realizar algo que quede, que reste. Si no lo hacemos, si nos dedicamos sólo a destruir, si el enemigo rebasa nuestras primeras líneas, nos encontrará en la retaguardia desarmados, indefensos también en el aspecto económico.
Pensemos ahora por un momento. El bloqueo de España es un hecho. Llamarlo control es una ironía sangrienta. La realidad es esto: un bloqueo. Italia, Alemania, Inglaterra, Francia, rodeando las costas españolas. Mientras se consiente que Italia controle la costa mediterránea, para poder desembarcar a su gusto divisiones, no se permite que Rusia controle nuestras costas porque se la considera beligerante en la lucha de España.
Además, por si fuera poco, empieza a hablarse ya de tomar medidas financieras contra España, y eso se hace después de haber hablado Italia de la conveniencia de embargar el oro español. ¿Sabéis lo que eso representa? El bloqueo de todas las divisas, impidiendo la entrada en España de materias primas, de medicamentos, de alimentos, de todo lo que España necesita. Y se hace contra España, contra un país que está enzarzado en una guerra civil, que no es combatiente contra nadie. Pero eso se va a hacer. Es una combinación magnífica, una manera de conseguir los objetivos fundamentales del momento: los mismos objetivos que perseguía la santa alianza contra Francia el año 93. Lo que perseguían Napoleón y Bismarck contra la Commune de París. Entregados a nosotros mismos, debatiéndonos en una lucha desigual, porque mientras Francia e Inglaterra serán fieles al control, no dándonos absolutamente nada, en cambio Alemania e Italia darán lo que les parezca al franquismo. Un cordón de fuego y de hierro a nuestro alrededor. Una revolución que estalla, un país que aspira a realizar ideales socialistas, un capitalismo internacional con intereses colosales, con minas en Ríotinto, en Puertollano, en Almadén, en Asturias, en Vizcaya, en toda España; con capitales en toda clase de empresas españolas, desde la Telefónica hasta la última explotación de Suria y de Figols. Y este capitalismo pugnando por reducir por el hambre a un país que va a realizar una revolución, intentando someterle por hambre, como se somete a la familia del revolucionario obligándole a ir a misa y a aceptar más horas de trabajo, por el mismo procedimiento en una forma vulgar expresado.
Si nosotros no tenemos aquí trincheras económicas, ¿qué será de nosotros? No podremos traer trigo del extranjero, ni materias primas. Si no intensificamos la producción, si no realizamos los máximos esfuerzos, la lucha durará poco. Seremos reducidos por hambre. No serán las hordas de Franco y Mola, contra las que luchamos victoriosamente, no serán las cuatro divisiones de italianos que luchan en el frente de la Alcarria lo que nos vencerá. Será el bloqueo por el hambre, será la imposibilidad de traer a España alimentos y materias primas. ¿Comprendéis esto?
Intereses imperialistas frente a nuestra revolución
Nosotros podemos pensar que la revolución, en virtud de esos saltos de que os hablaba, dos pasos adelante, uno atrás, no avanza tanto como queremos; podemos considerar, decir entre nosotros, que la revolución está sacrificada, que actuamos contrarrevolucionariamente, que saboteamos los principios revolucionarios, pero para el extranjero todo eso no existe. Para el extranjero no hay más que una verdad única y simple: un capitalismo destruido, unos intereses capitalistas internacionales reducidos a cero, una revolución socialista que sigue su curso y que va a realizar ideas demasiado avanzadas, que pueden ser el ejemplo que sigan los proletarios de los demás pueblos. Y contra esto, que para nosotros es poco, que para los de fuera es muchísimo, la unidad sagrada, la santa alianza de todos los países capitalistas europeos.
Inglaterra está frente al poder naval de Alemania y de Italia; Inglaterra ha de defender los intereses coloniales frente al expansionismo imperialista de Italia y de Alemania, pero frente a la revolución española, que puede agitar las legiones de siervos que tiene en Asia, que puede producir movimientos similares en Escocia, en Irlanda, en el País de Gales, forma también el cuadro, tiene que ser enemiga nuestra, porque defiende los intereses de los capitalistas ingleses. Francia, país democrático, el país de la Commune, desangrado por la guerra, destruido espiritualmente por la guerra, con un proletariado que prevé una amenaza fascista interior, se debate en una lucha cruenta, en una lucha moral terrible, porque, a pesar de todo, el espíritu francés es caballeresco y noble, y Francia sufre el drama más tremendo que puede sufrir un pueblo individual y colectivamente considerado: una Alemania poderosa, armada hasta los dientes, delante; una Italia al lado; el peligro de una invasión alemana por los Pirineos; interiormente desarmaos, sin fuerzas para resistir contra Alemania, contra Italia y contra una España fascista, no confiando más que en Inglaterra y oscilando a compás de las oscilaciones de Inglaterra.
Solos frente al enemigo
Y nosotros absolutamente solos, porque Rusia está muy lejos, puede ser fácilmente cerrado el paso de los Dardanelos, y Méjico más lejos todavía. ¡Solos! Esa es la realidad. Solos con nuestras luchas y con nuestro espíritu negativo, pugnando aún por transformar las conciencias de que hablaba Félix Pyat, que la Commune no pudo transformar en dos meses. Nosotros llevamos varios meses y hemos de darles el espíritu constructivo que no han tenido hasta ahora. Hemos de ser el puntal material que resista al bloqueo económico y militar.
Hemos de exaltar en nosotros un sentimiento que, aunque después pueda convertirse en peligroso, hoy ha de ser el aglutinante que nos una a todos. Aquí estamos, reunidos, republicanos, socialistas, comunistas, anarquistas, hombres de todas las tendencias, con anhelos políticos diversos. Podemos pugnar los unos por una cosa y los otros por otra. Pero hemos de ver muy claro que si España es sometida por Italia y Alemania, lo que se realizará aquí será algo ajeno a nuestra raza, algo importado de fuera. En España se rompió los dientes Napoleón; en España se estrelló el poder napoleónico; podemos decir que el alcalde de Móstoles fue la avanzada de Waterloo. Y ahora yo os digo, camaradas de todas las tendencias que no habéis perdido el espíritu indómito de la raza: hay una unidad, una triple unidad a establecer: la unidad racial contra el invasor; la unidad moral contra el enemigo político, porque hay muchos puntos de contacto entre nosotros, porque hay un ideal común y eterno que han perseguido siempre los hombres, y la última, la instintiva, la que establecen los animales cuando se ven acosados por el hombre. Cuando en las selvas africanas y asiáticas aparecen los cazadores, los animales se agrupan: los antílopes y ciervos al lado del león, su enemigo, y las cabras al lado de las serpientes, que se deslizan por el suelo.
En la paz, el león devora al ciervo y la serpiente se come al cabritillo tierno; pero cuando surge el hombre, que es el enemigo de todos, huyen al unísono y todos se meten en el mismo agujero: es la unidad del instinto de conservación. ¿Seremos inferiores a los animales, que ni esa unidad sepamos establecer? La hemos establecido, pero ¡cuántas veces quebrada por los unos y por los otros! Y eso es un crimen. Tal es el caso de los que, llámense como se llamen, hagan obra partidista, pugnen por realizar sus ideales particulares, por emplazar los intereses de partido o de organización por encima del interés colectivo de la lucha.
Vosotros, trabajadores de todas las tendencias, vinculados a la causa de España, que es la causa de la libertad y de la justicia, de la defensa contra el enemigo interior y exterior, no debéis hacer obra partidista. Toda obra partidista es una obra contrarrevolucionaria. Lo he dicho mil veces, y lo repito ahora: si la hacen los unos, ellos serán los contrarrevolucionarios; si la hacemos nosotros, lo seremos también.
Unidad política, de hombre que lucha contra el enemigo secular de todos los principios democráticos, porque la democracia se extiende desde la palabra democracia -gobierno del pueblo por el pueblo- hasta la palabra acracia, que es gobierno de cada hombre sobre sí mismo. Unidad elemental, primaria, troglodítica, que es la establecida por los animales y por los primeros hombres contra las tribus que los perseguían. Triple unidad y comprensión clara del momento, sabiendo lo que nos jugamos en esta guerra y en la revolución, que sólo ha empezado. ¿Sabéis cuánto tiempo necesitó la Commune de París para llegar al momento psicológico propicio? Ocho años. Nosotros, de tanteo revolucionario, llevamos solamente seis. La revolución no ha comenzado hasta el 19 de julio. Han transcurrido ocho meses. ¿Qué son ocho meses? Nada. En el tiempo nada; como una gota de agua en el océano. ¿Cuánto tiempo durará la revolución? ¡Quién sabe! La revolución rusa empezó el 18 y puede decirse que aún no ha terminado. ¡Quién sabe lo que durará la nuestra! Lo que sí sabemos es que vivimos el período inicial, el que acosa a todas las revoluciones: la santa alianza, la unidad sagrada de los intereses que la revolución daña, contra los que los dañamos, contra todos; los republicanos, porque no consintieron que Franco y Mola se apoderaran del gobierno; los socialistas, volviendo a incorporarse al ritmo revolucionario con el movimiento de octubre del 34, y nosotros porque hemos sido los que hemos mantenido en constante tensión, los que hemos hecho hacer gimnasia revolucionaria al pueblo español desde el 14 de abril hasta la fecha. Pero esa gimnasia revolucionaria ahora ha de transformarse. Ahora hay que hacer la gimnasia del trabajo, poniendo en tensión todos los músculos de nuestro cuerpo. La que hace el obrero de la mina arrancándole sus tesoros; la que hace todo obrero que trabaja, que produce, que puede decir: esto es lo que he hecho.
Las dos frases: destrucción y construcción
Hay dos períodos revolucionarios: el que yo llamo pre-revolución, que es el período de agitación permanente, en el que el revolucionario no debe darse nunca por vencido, período magníficamente llevado por nosotros. Después el revolucionario, el período de coordinación del esfuerzo, de organización de la lucha, en que la destrucción moral se convierte en destrucción material, y las masas lo aniquilan todo. Y después el período constructivo, que revolución que destruye sin construir no hace absolutamente nada. Si destruimos un barrio obrero porque es sucio, porque está formado por casuchas infectas, en las que viven, revueltos, los chicos, los hombres y los perros, hemos de tener preparado otro, más sano, más alegre, más claro, para estas familias, Si no hacemos esto, a esas familias las dejamos sin amparo.
Otra cosa que quiero comprendáis bien: una revolución destruye todo lo pasado, todo lo sucio, todo lo atrasado; pero ha de ser a condición de que construya lo nuevo, la casa limpia, la casa sana, la casa mejor.
Y esa es la obra que hemos de realizar nosotros. Construir un mundo nuevo que sustituya el mundo viejo que estamos destruyendo. En una mano la piqueta demoledora y en la otra el buril que cincela. Hemos de estar en todas partes, hemos de saber cumplir todos nuestra misión de revolucionarios, de combatientes, de productores. El que no sirva para el frente, en la retaguardia, pero trabajando, pero produciendo. No se puede exigir a todos los hombres que sean héroes, que tengan espíritu combativo, pero se puede exigir a todos los hombres que rindan un servicio a la sociedad, que sean útiles a sus semejantes. El que no sirva para combatir, que trabaje, pero nadie, por nada, en nombre de nada, tiene derecho a dedicarse a destruir lo que los otros hacen.
España, país predestinado a grandes destinos
Esa es la labor. Y si no lo hacemos, camaradas, ¿cuál será nuestra suerte? No soy pesimista. No he creído nunca que podamos ser vencidos. En cierto modo, por temperamento, quizá por condición de la raza, soy un espíritu fatalista. Yo creo que las cosas no están escritas, pero que hay un encadenamiento de hechos, hay una causalidad que nos conduce a un fin predestinado. El destino lo forjamos nosotros, con nuestras reacciones frente a los hechos que se van encadenando.
Yo creí siempre que España era un país predestinado para convertirse en país mesías. Lo he creído, si queréis de una manera absurda. ¿Cómo podía creerlo esto de un pueblo que tiene un contingente de analfabetos superior a todos los países europeos; de un pueblo industrialmente situado en un nivel medio inferior en mucho al de los pueblos francés, inglés o alemán? Pero cada vez que salgo de España, cada vez que me asomo al mundo y veo el contraste violento entre la vitalidad española, entre la fuerza y el empuje de España, y la entrega, el acomodamiento a lo constituido de los demás hombres y de los demás pueblos, veo que España, con todos nuestros defectos, con nuestra incultura, con nuestra pobreza material y espiritual, es un pueblo de empuje, de impulso.
Decía el otro día y lo repito hoy: las montañas sólo las vemos grandes cuando estamos lejos de ellas; los árboles nos impiden siempre ver el bosque; pero cuando nos alejamos, es cuando vemos la inmensidad de una montaña, cuando contemplamos la majestuosidad de un Himalaya. España, de cerca, vista desde aquí, la vemos pequeña; hay que verla desde otros pueblos, a distancia, con sus sacrificios y sus grandezas. Un país inacabado, pero que es cantera magnifica, de la que van desprendiéndose y cada día se desprenderán mejores productos; un país que halla su fuerza, su impulso, en la tierra misma; un país predestinado para la libertad, y que no podrá verse jamás sometido a la esclavitud.
Definía Napoleón a España como una piel de buey, y decía: “Cuando la tengo aplastada por un lado, se levanta por otro”. Y así ha sido. Cuando no en Andalucía, en Cataluña, en Asturias, en Vizcaya, hasta en la más modesta y miserable de sus regiones.
Contra la confabulación internacional, cantaradas: ¡hay que vencer!
De ahí arranca mi inmensa confianza en España; pero eso no quiere decir que nos durmamos sobre los laureles. ¡Si fuéramos vencidos! No quiero hablar del horror que fue la represión de octubre en España, de lo que ha sido la entrada de los facciosos en Badajoz, pongo por caso, en cuya Plaza de Toros, con una ametralladora, se fusiló a 1.500 obreros ante los burgueses, los aristócratas, los funcionarios vinculados a la causa de Franco, entre risotadas. El espectáculo revive los horrores de los circos romanos en que morían los cristianos devorados por las fieras. Os he hablado de lo que fue la Commune, y esa sería la represión de la revolución española, entre aullidos formidables, surgidos de todos, absolutamente de todos los países capitalistas, como en octubre la plutocracia jaleaba a los verdugos y les incitaba a verter más sangre. Todos gritarían contra los revolucionarios, y dirían: “No hay que tener piedad con ese país que ha intentado correr demasiado, que quiso dañar nuestros privilegios de clase”. Eso, por orgullo, por sentimiento de dignidad, no puede ser. España lo impedirá. ¿De qué manera? Como sea, camaradas, defendiéndonos con las uñas y con los dientes, formando la unidad, el contacto de codos preciso para que seamos un bloque indestructible.
Después dilucidaremos nuestros conflictos, discutiremos quien tiene más razón de todos, pero primero la unidad elemental, la primaria, la establecida por los animales en peligro, y siempre en el sentido constructivo que jalona la obra del hombre, dejando huellas, dejando rastro, diciendo: “Por aquí hemos pasado, porque hemos hecho esto”. Voy a terminar, camaradas, porque estoy muy cansada. Voy a terminar con una recomendación única a todos vosotros. Yo hablo siempre con sinceridad, yo no engaño a nadie. Si alguna vez engañara, sería yo la primera engañada, y de todo lo que he dicho, de esa lección del pasado que he intentado hacer desfilar ante vuestros ojos, sacad una sola enseñanza. Pensad que os lo digo con el fin de contribuir, en la medida de mis fuerzas, al triunfo sobre un enemigo internacional y poderoso. Para contribuir a la obra revolucionaria y constructiva que ha de hacerse.
Cuando veo de qué manera vienen a España los hombres mejores de otros países, la “élite” espiritual, los elegidos de cada pueblo, las individualidades conscientes que vienen a España a prestarnos su esfuerzo y a morir y vencer junto a nosotros, aun cuando no fuese más que por eso: para pagar de alguna manera el sacrificio, para corresponder a la fe, a la confianza que en nosotros ponen esos hombres, pienso que debemos ser dignos de ellos, de ese esfuerzo, de esa sangre generosa mezclada, al derramarse, con la nuestra.
La suerte del mundo la decide nuestra revolución
Pero, además, hay una causa mundial vinculada a la nuestra. La Commune vencida, fue la represión en todo el mundo. La revolución española, vencida, sería el principio del fin de una reacción internacional en Europa y América. El fascismo se extendería como una mancha de aceite. España en poder del fascismo sería el preludio de una Francia también fascista, sería el fascismo universal, el Estado totalitario dueño absoluto de los destinos del mundo. Y las ideas de democracia, y todo lo que representaron la revolución francesa, la Commune de París, la revolución rusa, destruido por mucho tiempo. De nuevo, el esfuerzo trabajoso, de nuevo las minorías que luchan y que mueren, las masas sojuzgadas, y las conquistas elementales de los trabajadores anuladas, destruidas. ¿Comprendéis esto, camaradas? No luchamos sólo por nosotros. No es nuestra vida, nuestro derecho solamente lo que está en litigio; está en litigio el propio porvenir del mundo. Triunfante la revolución en España, el fascismo vencido en España es una puñalada de muerte asestada al fascismo inter-nacional, es la revolución que comienza en todo el mundo. Nosotros vencidos, triunfante el fascismo, es la represión universal, es la reacción triunfante, es el fin de la democracia y del socialismo, es la propia Rusia en peligro, es todo, absolutamente todo perdido. Todo eso representamos nosotros. De un lado, la libertad y el progreso; de otro, el Estado anulando la personalidad humana, destruyendo sus conquistas, la obra de civilización de muchos siglos.
¡Luchemos hasta morir! Luchemos hasta caer rendidos, pensando que no luchamos por nosotros, por España solamente; que luchamos por el mundo entero, por el mañana de nuestros hijos, por la libertad de los pueblos y por nuestra dignidad de hombres.
• Este texto es una conferencia pronunciada por Federica en el Cine Coliseum de Valencia el día 14 de marzo de 1937 y publicado en la revista CENIT nº 197 y 198, entre enero y junio de 1971