En recuerdo de Aylan Kurdi y todas las niñas y niños víctimas de las guerras
Rumbos trazados
con líneas de luz
buscando,
en los laberintos del agua,
un Norte
que niega al Sur.
Y entre ellos y nosotros
un mar – el Mare Nostrum-
repleto de surcos milenarios.
Un mar que espera,
que acoge, que invita,
que ruge, que mata,
que tiende puentes,
que traza desgarros.
Un mar donde todo es canción,
canción que a veces duele,
que levanta, que limpia,
que despierta nuestras
dormidas conciencias.
Y los otros, los de más allá,
tendrán que encontrar
algún día: un abrazo,
una mano solidaria,
un hueco,
un refugio
donde puedan contar
sus silenciosas historias,
nacidas del dolor y el llanto.
Esas personas tienen
una necesidad imperiosa
de moverse, de descubrir
de avanzar.
Necesidad de alumbrar
sensaciones tan viejas
como nuestra vieja Europa.
De amamantar nuevas ilusiones
que no sean fruto del hambre,
el frío o el miedo a lo desconocido.
Ilusiones que no sean engendradas
en el bastardo vientre
de la guerra fratricida.
Voces y sonidos
que tienen que renacer,
voces ahogadas de exilios,
voces que levantan su quejumbroso
lamento para no perderse
en el más cruel de los olvidos.
Bocas que gritan sus angustias,
gargantas que rompen el silencio
antes de que el agua o la arena
sellen para siempre sus vidas.
Corazones embarcados
en remotas utopías,
cuerpos embarcados
en frágiles pateras
hacia esos lugares
donde sus moradores
disfrutan de hermosos días
bañados de lujo y opulencia…
Avanzar sin dejar rastro,
como apuestos superhéroes
o como cansados pulgarcitos,
sabiendo que todo lo que separa
es una simple frontera,
donde a veces es suficiente
saltar para sobrevivir.
Pero, ¿dónde queda la esperanza
cuando ya no te queda
ni siquiera el nombre,
cuando ya no existes para nadie?
Y a lo lejos: una mano amiga,
sincera, comprometida y acogedora,
extendida por seres de noble espíritu
y corazón limpio y solidario.
Miguel Correas Aneas