Miguel Correas
Antecedentes
Las polémicas y protestas individuales más numerosas, que hicieron las mujeres, se remontan a la Edad Media. Aunque se puede afirmar que las mujeres, de manera individual o colectiva, siempre se han quejado de su situación de subordinación respecto al poder detentado por los hombres y que las relegaban a un segundo plano en los diversos ámbitos de la sociedad. Mujeres que lucharon por su autonomía personal, frente a las imposiciones machistas, han jalonado las etapas de la civilización occidental: la poetisa Safo de Lesbos, la científica Hipatia de Alejandría, la protofeminista Cristina de Pisán, la abadesa Hildegarda de Bingen, la poetisa y filósofa Marie de Gournay, la fundadora de conventos Teresa de Jesús, la poetisa Sor Juana Inés de la Cruz, entre una larguísima lista de mujeres luchadoras por sus derechos.
En todos los avances de la Humanidad, las mujeres han estado participando de manera activa y, muchas veces, con más valentía y sapiencia que los mismos hombres. Un ejemplo irrefutable de lo dicho anteriormente es lo que sucedió en la Revolución Francesa de 1789. Y mucho más cercano a nuestros días, fue su actividad en la Revolución Social Española de 1936, donde su aportación, en la retaguardia, fue vital para el mantenimiento de la lucha en el frente de batalla durante el período que duró la contienda bélica. Lo fue también en las guerras entre Esparta y Atenas. En fin, que llenaríamos páginas y más páginas detallando las muchas ocasiones en que la labor de las mujeres ha sido fundamental para el progreso de la sociedad.
Nacimiento del feminismo occidental
El feminismo occidental nace en el siglo XVIII, y se manifiesta como movimiento colectivo de lucha de las mujeres en la segunda mitad del siglo XIX (1848). Según la filósofa Ana de Miguel, el feminismo empieza en el momento en que se articulan “tanto en la teoría como en la práctica, un conjunto coherente de reivindicaciones” y las mujeres se organizan para conseguirlas, conscientes de la existencia de discriminación sexual.
Según este criterio se puede hablar de tres grandes etapas u olas feministas. Las teóricas feministas españolas Amelia Valcárcel y Celia Amorós, comienzan su clasificación en la Ilustración (Siglo de las Luces). Por su parte las teóricas anglosajonas señalan el de la primera ola feminista en el Sufragismo.
Primera ola (Feminismo Ilustrado)
Las mujeres (también algunos hombres) reivindican los derechos de los ciudadanos para las mujeres. La obra más representativa de esas demandas lleva el clarificador nombre de “Vindicación de los derechos de las mujeres”, primer clásico del feminismo en sentido estricto, libro escrito por la filósofa y escritora inglesa Mary Wollstonecraf, compañera de William Godwin. Éste fue un político y escritor inglés, uno de los grandes precursores del pensamiento anarquista.
El período en que transcurre la primera ola del feminismo va desde 1789 a 1848. Es decir, desde la Revolución Francesa hasta Séneca Falls, en Nuva York. El feminismo de la primera ola fundamenta sus reivindicaciones, con agrio debate, entre la igualdad de la inteligencia (hombre y mujer tienen la misma capacidad intelectual) y el derecho a la educación en sus tres tramos: primario, secundario y superior. Ya que hasta ese momento solo le es permitido acceder al primero de ellos. Todo ello basado en las líneas ideológicas, de pensamiento filosófico/político del llamado Siglo de las Luces. Pero, siguiendo el pensamiento del gran filósofo y escritor ginebrino Jean-Jacques Rousseau (17121778): las mujeres a casa y sin estudios. Los revolucionarios franceses desplazan a la mujer a un segundo plano del estado liberal, en una fragante contradicción con sus principios, con sus postulados teóricos revolucionarios. Frente a ese atropello a la dignidad de la mujer, las ciudadanas parisinas revolucionarias, presentaron ante la Asamblea Nacional francesa su “Cuaderno de reformas”: derecho al voto, reformas de la institución del matrimonio, la custodia de los hijos y el acceso a la Instrucción en todos sus tramos”, entre una multitud de vindicaciones más. Un programa que meses después costaría la muerte, en la guillotina, a la cabeza más visible de ese primer movimiento feminista de la historia: Olympe de Gouges.
El feminismo es un pensamiento político, con marchamo totalmente ilustrado. El feminismo fue y es la más grande y profunda corrección al primitivismo democrático. El primer gran precedente lo tenemos en el filósofo cartesiano François Poullain de La Barre, con su libro “De la igualdad de los dos sexos” (1673), escrito durante el período del Preciosismo. De él son las siguientes afirmaciones, que demuestran su apoyo incondicional a la causa de las mujeres, al feminismo: “La mente no tiene sexo” y “Además de varias leyes que fueran ventajosas para las mujeres, prohibiría totalmente que se les obligara a entrar en Religión contra su voluntad”. Ideas de una actualidad apabullante las del cura francés, escritas con sólo 26 años de edad. Es lo que hoy conocemos como discriminación positiva hacia las mujeres. Qué diferencia tan grande con los encumbrados escritores: el dramaturgo francés Jean- Baptiste Poquelin (Moliére) y el poeta español Francisco de Quevedo, con sus obras rabiosamente misógenas, “Las mujeres sabias” y “La culta latiniparla”.
Para los revolucionarios franceses, la igualdad entre varones se cimenta en su preponderancia sobre las mujeres. Para ellos el estado ideal es una república en que cada varón es jefe de familiapater familias- y ciudadano. ¿Y de las mujeres, qué? Pues la respuesta está en Rousseau: Todas las mujeres, con independencia de su situación social o sus dotes particulares, son privadas de una esfera propia de ciudadanía y libertad. El cometido del sexo segundo es: agradar, ayudar y criar hijos. Para ellas ni libros ni tribunas. Su libertad es odiosa y rebaja la calidad moral del conjunto social. En el libro V del Emilio, Rousseau afirma: “El uno debe ser activo y fuerte, y el otro pasivo y débil”, “El destino especial de la mujer consiste en agradar al hombre… el mérito del varón consiste en su poder, y sólo por ser fuerte agrada”. Bueno, son algo lacerantes esas ideas, fueron escritas pasada la mitad del siglo 18, pues aún hay cavernícolas, en el siglo 21, que las hacen suyas y actúan como si no hubieran pasado 256 años (1762-2018). Escuchen a políticos del partido de las dos gaviotas, y comprobarán que lo que afirmo tiene nombres y apellidos.
He mencionado antes a Wollstonecraf. Pues para la filósofa, demócrata y seguidora de Rousseau, el Contrato Social y el Emilio son válidos, pero no admite bajo ningún concepto la exclusión de la mujer del nuevo territorio. Para ella cada sujeto ha de ser libre y dueño/dueña de sí y de sus derechos intransferibles. Mary no puede digerir que el sexo excluya a la mitad de la humanidad de lo que dicta la razón. Tampoco está de acuerdo con la nueva situación el político y feminista Nicolás Condorcet. Es muy duro y claro cuando escribe: “jamás en ninguna constitución libre, las mujeres ejercieron el derecho de ciudadanos”, también éstas otras: “O bien ningún individuo de la especie humana tiene verdaderos derechos, o todos tienen los mismos”. Es importante tener en cuenta que, después de la Revolución Francesa, se redactó un panfleto/proyecto de una ley por la que se prohibía a las mujeres aprender a leer. Dar el acertado nombre de privilegio a la ancestral jerarquía entre los sexos fue la radical novedad teórica que la primera ola del feminismo, el Ilustrado, exhibía como bandera de enganche. Por todo ello, y por muchísimas vindicaciones más, el feminismo aparecía como un hijo no deseado de la Ilustración.
Sin querer cargar las tintas en Rousseau, decir que el origen del nuevo modelo de feminidad está en el pensador suizo, ya que “La Nueva Eloísa” y “Emilio” proponen un nuevo molde de mujer: sensibilidad, maternidad, sumisión y sacrificio. Así pues, cada género tiene un destino por nacimiento. La palabra clave es complementariedad. Los sexos no son iguales, son complementarios. Y qué casualidad, es la mujer la que complementa al hombre, es su media naranja (“El Banquete” de Platón). El destino de la mujer es reproducir la especie y así debe seguir siendo, según sus postulados sociales.
Pero el Feminismo Ilustrado planteó que la dominación masculina es política, que ha tenido un principio, que no es consustancial a la humanidad, que lo mismo que ha tenido un inicio terminará teniendo un final. Sin bien se consiguieron mejoras, la llegada de la etapa napoleónica llevó consigo un brutal retroceso. Se volvió al derecho romano, que perpetuaba drásticamente la minoría de edad de las mujeres. Siempre hay que tener presente lo señalado con anterioridad, el feminismo era un hijo no deseado del Racionalismo y la Ilustración. Por lo tanto, el nuevo derecho penal conllevó delitos específicos para la mujer: adulterio, aborto, etc. Con ello se consagraba que sus cuerpos no les pertenecían. ¿Cómo quedaba la situación de las mujeres? Veamos, aunque sea escuetamente, algunos aspectos básicos. Las mujeres eran consideradas hijas o madres en poder de sus padres, esposos e incluso hijos. No tenían derecho a administrar sus propiedades, fijar o abandonar su domicilio, ejercer la patria potestad, mantener una profesión o emplearse sin permiso, rechazar a un padre o marido violentos. La obediencia, el respeto, la abnegación y el sacrificio quedaban fijadas como virtudes obligatorias.
El Feminismo de la primera ola se enfrentó al fundamentalismo religioso, adalid recalcitrante de la tradición, a la gran soberbia del estado y a la hipocresía de la sociedad. Por lo tanto, fue duramente atacado por los moralistas de turno. Termino con una idea, que a mi entender merece la pena ser pensada, ser reflexionada: El feminismo es uno de los pilares de la democracia real y participativa. A más democracia más feminismo. Y eso no es cosa sólo de mujeres. En la lucha feminista nos tenemos que implicar todas y todos.
Declaración de derechos de la mujer y de la ciudadanía Olympia de Guoges 1791 (II)
Artículo VII: Ninguna mujer está excluida de esta regla; sólo podrá ser acusada, detenida o encarcelada en aquellos casos que dicta la ley. Las mujeres obedecen exactamente igual que los hombres a esta ley rigurosa. VIII: La ley no debe establecer otras penas que las estrictas y evidentemente necesarias, y nadie puede ser castigado más que en virtud de una ley establecida y promulgada antes que la comisión del delito y que legalmente pueda ser aplicable a las mujeres.
Artículo IX: A cualquier mujer que ha sido declarada culpable debe de aplicársele la ley con todo rigor.
Artículo X: Nadie puede ser molestado por sus opiniones, aun las más fundamentales. La mujer tiene el derecho a ser llevada al cadalso, y, del mismo modo, el derecho a subir a la tribuna, siempre que sus manifestaciones no alteren el orden público, establecido por la ley.
Artículo XI: La libre comunicación de pensamientos y opiniones es uno de los derechos más valiosos de la mujer, ya que esta libertad asegura la legitimidad de los padres con respecto a los hijos. Cualquier ciudadana puede, pues, decir libremente ”yo soy madre de un niño que os pertenece”, sin que un prejuicio bárbaro la obligue a disimular la verdad; salvo a responder por el abuso que pudiera hacer de esta libertad, en los casos determinados por la ley.
Artículo XII: La garantía de los derechos de la mujer y de la ciudadana necesita de una utilidad mayor, esta garantía debe instruirse para beneficio de todos y no para la utilidad particular de aquellas a quienes se les ha confiado.
Artículo XIII: Para el mantenimiento de la fuerza pública y los gastos de la administración, serán iguales las contribuciones de hombres y mujeres; la mujer participará en todas las tareas ingratas y penosas, por lo tanto, debe poder participar en la distribución de puestos, empleos, cargos y honores, y en la industria