Federica Montseny

Camaradas y amigos. Pueblo de Valencia y de toda España: Me ha sido encargada una misión para mí harto satisfactoria, hablar de la

Commune de París, hoy, después de setenta y seis años de esa gesta cruenta y heroica. Hablar de la Commune de París, la primera revolución social consciente que hubo en el mundo, en estos momentos en que, como ha dicho el camarada Bajatierra, los hechos se repiten, la historia se enlaza y se continúa en otra gesta paralela. Ya no por lo que la Commune representa, sino por el símbolo de eternidad que ella significa. No podemos jamás desligarnos del pasado, como no podrán jamás nuestros hijos y nuestros nietos desligarse del presente que nosotros somos. La vida continúa, las ideas transmigran, por así decirlo, de un tiempo a otro. Las ideas sofocadas este siglo, en el siglo que viene triunfan y se imponen y, a su vez, son rebasadas por otros ideales. Esta es la filosofía de la Historia. Es esta la eternidad de la misma vida. Desde que el mundo existe, desde que hay hombres sobre la tierra y desde que estos hombres tuvieron conciencia de sí mismos y se agitaron persiguiendo un ideal que ha sido eterno, así ha ocurrido siempre, constantemente. Este ideal eterno es la persecución incesante del Bien, de la Libertad, de la Justicia. Hemos pugnado siempre por vivir mejor de lo que vivíamos, por ser más felices de lo que éramos, por gozar una mayor libertad, a la que está vinculada la propia razón de nuestra existencia. Y así se ha hecho la Historia, así se han ido produciendo los grandes movimientos de masas. El pueblo, como abstracción grandiosa, se incorpora a la historia del mundo en el momento en que formula aspiraciones concretas, aspiraciones a realizar. Y este momento llegó con la primera revolución política, con la Revolución francesa. Hasta este instante, el pueblo, las masas eran la fuerza amorfa, la catapulta histórica de que se valían las minorías selectas para luchar contra los poderosos de su tiempo. La Commune de París fue el primer movimiento revolucionario consciente; pero antes de la Commune, ¡cuántas conmociones sociales, qué proceso trabajoso y lento, terriblemente sangriento, ha sido la vida de los pueblos! La revolución de los siervos en la Edad Media; más lejos aún, las rebeliones de los esclavos con Espartaco; más lejos todavía, las rebeliones de los primeros hombres que se sintieron oprimidos, de las primeras tribus que fueron sometidas por otras, y siempre la misma lucha, la misma pugna; Prometeo encadenado, pugnando por desencadenarse, y el cerebro, el hombre, formando conciencia de sí mismo, dándose cuenta de su dignidad, de su majestad, sintiéndose el dios de la creación, el único dios que existía, buscando la verdad, la justicia, esforzándose por libertarse a sí mismo y por libertar a sus semejantes. Los siervos se rebelaron en Cataluña, conducidos por Verntallat; en Alemania se produjo el movimiento formidable de los campesinos, ahogado en sangre; en Bohemia, el levantamiento social-religioso de los husitas. Y en tanto, las minorías selectas, los hombres que, con su sacrificio personal, gestaban los movimientos de las masas, los hombres, individualmente considerados, eran quemados en las hogueras, subían las gradas de los patíbulos, morían en la horca, sus cabezas caían destrozadas por el hacha de los verdugos. Y así siempre, la historia eterna: el pueblo, estimulado por la desesperación, por el hambre, por la sed de venganza, lanzándose en un momento determinado a la calle. Siempre ahogado, siempre sofocado, siempre vencido. Y la idea, el anhelo eterno que lo santifica todo, corriendo de una aspiración a otra, de un hombre a otro, de una generación, de una época  a otra, siempre perfeccionándose, siempre luchando por alcanzar un mayor grado de bien, de libertad, de justicia.

Estalla la Revolución francesa, el primer movimiento de masas que lleva ya una finalidad, que sabe a lo que aspira: a los derechos del hombre y del ciudadano, que aún no han sido realizados por la democracia de ningún país. La Revolución francesa fue vencida también por el mismo hecho fatal, porque la historia demuestra que no progresamos en línea recta, sino en espiral permanente, a saltos siempre, un paso adelante, dos atrás y otros pasos adelante. Siempre, cuando una revolución se produce, en el primer impulso, avanzamos; luego hemos de retroceder y nos quedamos, al final, en un justo medio, que es el justo medio de las posibilidades del momento, no el justo medio de las posibilidades humanas.

La, Revolución francesa es vencida. He de hablar de la Commune, pero no puede hablarse de la Commune sin hablar antes de la Revolución francesa. La misma similitud, alargada por un período mayor de tiempo, que ofrece la Commune de París con la Revolución española, la ofrece la Revolución francesa con nuestra Revolución también.

Estalla la Revolución francesa, son decapitados los reyes, es destruido el poder feudal, es arrebatado el poder absoluto de manos de la monarquía, y se produce una revolución de tipo político que destruye para siempre la idea de Dios, vinculada a la soberanía de los reyes.

 

La Santa Alianza contra la Revolución

 

Inmediatamente se hace la santa alianza de todas las monarquías contra la revolución francesa, la misma santa alianza que se ha hecho hoy contra España y la Revolución española. Se unen los países todos contra Francia. Los reyes no defienden la cabeza de Luis y de María Antonieta. El propio hermano de María Antonieta, emperador de Austria, deja morir en el patíbulo a Luis y a María Antonieta porque le interesaba contar con el pretexto de vengar la sangre de unos reyes ejecutados por el pueblo para poder invadir Francia. Y Francia se defiende, como nos defendemos hoy nosotros. No hay ejército organizado: el ejército organizado era realista, era monárquico. Y los primeros soldados que luchan contra Alemania, Rusia, Italia, Austria e Inglaterra son las legiones de desarrapados de Hoche, el caudillo de la revolución. Se organiza el ejército, lo organizan las masas de Marselleses, y es la Marsellesa el himno que les lleva a la muerte y a la victoria. ¡Hasta dónde habría llegado la Revolución francesa, en su plan de posibilidades y realizaciones, si no hubiera surgido el hecho fatal que se produce en casi todos los movimientos revolucionarios! En el caos producido y enconado, incluso por los mismos elementos que tenían interés en cortar la marcha de la revolución, surge un hombre que recoge la desesperación, la desorientación, que la coordina en lo que es el imperativo categórico de la hora: la necesidad de organizar una fuerza armada y de luchar contra el invasor: Ese hombre es Napoleón.

En el momento en que Napoleón llega a ser primer cónsul, la Revolución ha terminado. Pero las ideas de la Revolución han quedado sembradas. Sembradas, no ya solamente en la conciencia de la “élite” que siempre ha ido orientando los movimientos de las multitudes: han quedado sembradas en el alma misma de las multitudes.

Crecen nuevas generaciones. En Francia, entregada al poder absoluto de Napoleón, las ideas son amortiguadas, son destruidas por los mismos intereses creados por la Revolución y vinculados a la vida del primer imperio. Pero las ideas recorren el mundo, y las ideas de la Revolución francesa son las que producen el verdadero renacimiento espiritual y filosófico que se extiende por toda Europa. Todo el siglo XIX, fecundado por la Revolución francesa, es un siglo de revueltas populares, es un siglo de filosofía, de investigaciones científicas, de literatura, de arte, de música, de poesía revolucionarias.

Se suceden unos a otros los movimientos. En 1830, el segundo movimiento revolucionario en Francia, abortado también, traicionado, porque surgen los aprovechadores, los demagogos fáciles que recogen las aspiraciones del pueblo para establecer la monarquía con Luis Felipe, esta vez con carácter constitucional y de tipo demagógico. El año 1848, movimientos populares en toda Europa, en Alemania, en Italia, en España, en Francia. Y otra vez los aventureros, otra vez los ambiciosos, otra vez los que se aprovechan de la eterna candidez del pueblo para conseguir triunfar e imponerse: Napoleón Bonaparte, el pequeño. Otra era para Francia. Otra era de convulsiones internas. Entre tanto, se gesta, se hace espiritualmente una generación nueva: la generación de la Commune.

 

En todo el mundo las ideas de la Internacional surgen

 

La democracia ya ha nacido, y en todo el mundo las ideas de la Internacional surgen. Es el primer grito lanzado a los pueblos y a los hombres. La primera vez que se dice a los proletarios de todos los países que deben unirse, que para el obrero francés, para el obrero italiano, para el obrero inglés o español, no hay patria, que la patria es propiedad de los ricos que la poseen territorialmente, y que para los pobres no hay más que una patria universal. Esta idea, la idea madre de la Internacional, prende, se extiende y se van formando los movimientos obreros organizados, porque hasta entonces, los movimientos obreros, no habían sido más que luchas de gremios que se agrupaban para resistir en las huelgas, para defenderse de injusticias personales, pero no existía un movimiento obrero organizado como lucha contra el capital. En España surgen las primeras asociaciones, la primera sociedad obrera de resistencia al capital, y surgen también las represiones, tan fecundas siempre, porque ellas son las que en realidad siembran las ideas revolucionarias. Viene la represión de Zapatero, el general siniestro, fusilando centenares y centenares de obreros. Y en España empieza un movimiento que continúa el de los constitucionalistas: es ya el movimiento republicano. Son republicanos con un contenido de ideas sociales, revolucionarias, que supera al de casi todos los republicanos del mundo. En España, la República fue, desde el primer momento, una República de tendencias socialistas. Los que trajeron la idea eran hombres abiertos al mundo. Eran un Pi y Margall, un Sixto Cámara, un Figueras, un Joarizti, un Salmerón, todos hombres de cultura, de ideas universales, que habían vivido proscritos en el extranjero, y que traían a España, junto con las de República, las ideas de Proudhon, de Bakunin, de Carlos Marx.

 

La guerra con Prusia fue un capricho imperial

 

Llegamos al hecho culminante del imperio de Napoleón III: la guerra con Prusia. Estalla la guerra con Prusia, que es un capricho imperial. Un emperador y una emperatriz imbuidos, poseídos de delirio de grandeza, quieren emular las glorías de Napoleón I, y se atreven a desafiar a Bismarck y a Guillermo. Estalla la guerra con Prusia, en la cual, el ejército francés, dirigido por una serie de generales de salón, conducidos por un mariscal sanguinario e inepto, cual Mac-Mahón, motivó una frase de Guillermo que simbolizó aquella lucha. Guillermo, contemplando cómo se batían los soldados franceses, pronunció esta frase histórica: «Es un ejército de leones dirigidos por asnos».

Cada día las cosas se ponen peor. Para mantener la guerra, se carga de impuestos al pueblo francés. Las masas están descontentas. Empiezan a escasear los alimentos. No se puede trabajar, y en París hay una élite, hay una juventud magnífica, hay una legión de hombres y mujeres abrevados en las ideas de la Internacional, preparados espiritualmente por todo un proceso de resistencia, de oposición al segundo Imperio, mucho más pequeño, mucho más ruin y mezquino que el primero.

Y, como he dicho al principio, ideales ahogados en este siglo, dos o tres siglos después, surgen y se pugna por realizarlos. Cuando son ideas muy audaces, cuando son principios sociales que requieren una transformación total de las conciencias, se precisa mucho tiempo para conseguir que triunfen.

 

Hace cuatro siglos Valencia inició un movimiento social

 

Hace cuatro siglos que en Valencia, precisamente, fue ahogado un movimiento producido a compás y como consecuencia del movimiento de los Comuneros de Castilla, aunque en Valencia adquirió, desde el primer momento, carácter más social. No eran ya los señores feudales españoles que luchaban contra el invasor extranjero, sino los obreros, los gremios, los trabajadores de la ciudad y del campo, los que, agrupados en las famosas Germanías, a la vez que luchaban contra los flamencos de Carlos V de Alemania y I de España, pugnaban por un mínimo de reivindicaciones, luchaban por la autonomía de los Municipios, por los fueros y franquicias de Valencia como por los fueros y franquicias de Castilla y León luchaban los comuneros.

Es ahogado el movimiento de las Gemanías, son muertos sus hombres representativos, centenares, millares de obreros y campesinos son ahorcados en los campos y en las calles, pero queda el principio comunalista. De ahí que, cuatro siglos después, pueda escribir Ramón de Cala un libro titulado «Los comuneros de París». Salvando la distancia, el movimiento de París es presidido por la misma idea lanzada al vuelo y destruida en Villalar, en Castilla, y con la ejecución de los agermanados en Valencia.

La Commune de París se produce. Y ahora empieza el período de similitud con la situación española. Como reacción del pueblo de París, cuando se da cuenta de la maniobra tendente a entregar París a las hordas prusianas. Napoleón el pequeño, ruin siempre, miserable siempre, viéndose vencido, cotiza su vencimiento y ofrece París a Bismarck y Guillermo a condición de asegurarle determinados derechos. Hay agitación revolucionaria en Francia, hay descontento en París y en las provincias contra el Imperio. Se grita nuevamente «¡Viva la República!», en las calles y plazas de París. El pueblo vuelve los ojos hacia los principios proclamados por la primera revolución, la grande, la eterna, y Napoleón se da cuenta de ello, como se dan cuenta de ello los aventureros que le siguen, ya que Napoleón, para triunfar, engañando al pueblo, ante el que se presentó con una máscara socialista, necesitó rodearse de una legión de expresidiarios o de gente presidiable. Los crímenes de su reinado se fueron acumulando uno tras otro. Se casó inorgánicamente con una inglesa, miss Howard, con la cual tuvo un hijo, y cuando quiso casarse con la emperatriz Eugenia, como miss Howard resultaba molesta, un día la encontraron estrangulada en su cama. Hubo un general pundonoroso y digno que intentó desenmascarar a Napoleón. Este general era Bazaine, y fue condenado a reclusión perpetua en la Isla de Santa Margarita. Un crimen tras otro. Un periodista intentó hacer una campaña, descubriendo el crimen de que había sido víctima miss Howard, y a este periodista le asesinaron al entrar en su casa. Era Napoleón un hombre que no vacilaba ante nada ni ante nadie. Aventurero vulgar, de ambiciones pequeñas, no puede compararse con Napoleón I, que tuvo a pesar de todo, pasiones y grandezas de hombre. Y viéndose vencido, viendo que era imposible contener el estallido revolucionario de Francia, se preparó para vender Francia a los Alemanes.Esto flotaba en el ambiente parisino, y cuando ya se oía el fragor de la lucha, cuando con cinismo incomparable Mac-Mahon y Thiers hablaban de rendirse y retirarse, como lo hicieron, a Versalles, surge la Commune. Surge el grito del pueblo negándose a dejar entrar a los alemanes en París.

 

París contra Versalles

 

Fue la Guardia Nacional, constituida por elementos republicanos, la que dio el golpe de Estado que produjo la Commune de París. Se proclamó un Gobierno revolucionario, se constituyó un Comité central de la Guardia Nacional, que fue el que organizó la lucha contra los versalleses. Se constituyó en París el primer Consejo comunal. El Gobierno revolucionario tomó este nombre. Las ideas de la Commune estaban ya lanzadas al vuelo. Las masas las recogían y pugnaban ya por realizarlas. Estalló el 18 de marzo; duró la Commune hasta el 21 de mayo. Durante estos dos meses, la lucha fue terrible, constante. París se defendía doblemente, contra el ataque de los alemanes y contra el de los versalleses. El pueblo en armas mantenía la lucha. La desgracia de París fue la de verse abandonado por las provincias. La Commune fue proclamada en Marsella, en Burdeos, en Lyon, pero sofocada y destruida en pocas horas. Los pueblos, no agitados, no preparados, no advertidos, permanecieron mudos, y Mac-Mahon y Thiers pudieron pactar con los alemanes y sofocar el movimiento revolucionario de París. Pactar de tal manera, que junto con los soldados que entraron por la puerta de San Claudio, el día 21 de mayo, entraron no pocos soldados alemanes confundidos con las tropas versallesas.

 

Por primera vez se aplican los principios socialistas

 

La Commune, durante su breve vida, realizó una serie de hechos justos, proclamó una cantidad de principios socialistas por los que ahora precisamente estamos pugnando nosotros.

Dos meses de vida, ¡y qué dos meses, camaradas! La similitud otra vez se establece. París, sitiado, con el enemigo delante y detrás; Prusia y Versalles contra él. Y París, debatiéndose en un mar de luchas internas. Hay unas palabras de Flourens, pura, nobilísima figura de la Commune, que pare¬cen aplicadas a nuestros momentos. Los versalleses se introducen en París; cada día entran espías y agentes provocadores. Ellos siembran la desconfianza entre el pueblo. Están ya enfrentados el Consejo comunal y el Comité central de la Guardia nacional, en la que hay un hombre austero, rígido, el general Cluseret. Se enfrentan las dos tendencias: de un lado, los jacobinos de Rigault y Ferré; de otros los socialistas moderados. La lucha se encona, la desconfianza se extiende, y Flourens, en un momento de amargura, dice: «Sin confianza nada puede hacerse. Si somos traidores, fusiladnos, pero antes concedednos un margen de confianza, sin el cual nada se puede hacer».

La muerte de Flourens es un detalle de aquel tiempo. Un capitán de gendarmes le abrió la cabeza de un sablazo. El cuerpo quedó tendido en tierra, los sesos esparcidos, la sangre de aquel hombre, puro y noble, regando la tierra, y las prostitutas doradas, las mujeres de lujo, las queridas de los mariscales, de los nobles, se entretenían en levantar los sesos de Flourens con sus sombrillas y en ultrajar el cuerpo pisoteándolo. Flourens es un detalle.

Una vez la Commune sofocada, lo que fue la venganza de los versalleses no tiene nombre. La Commune no puede fijarse en un nombre sólo. Son una legión de hombres, de mujeres; son Reclus, Pyat, Rigault, Varlin, Ferré, Luisa Michel; ¡son tantos y tantos hombres y mujeres! Son las «petroleras», mujeres heroicas entre las cuales (detalle que cito) la historia recoge el nombre de María Fernández, española. El poder, vinculado a la tiranía y al crimen, ya no se llama Mac-Mahon, el general inepto, el asno que conducía un ejército de leones, pero que servía perfectamente para llenar de san¬gre las calles de París; ya no se llama Napoleón. Tiene otro nombre, se llama Thiers. Aparentó recoger el clamor revolucionario del pueblo, pero no con el carácter que el pueblo quería darle, sino con el carácter moderado, reaccionario, mejor dicho, de una República vinculada a sus intereses, y fue Thiers el hombre de la represión, el que hizo fusilar a los comúnalistas, a sus mujeres, a sus hijos, diciendo: «Matadlos a todos: los lobos, las lobas y los lobeznos». Los dichosos fueron los que, como el viejo Delescluze, murieron en la barricada, sin entregarse, agotando hasta el último cartucho. Fueron los más felices los que consiguieron morir en seguida, pero ¡cuántos hombres y mujeres triturados, con las manos cortadas, con el cuerpo acribillado por las bayonetas!

 

La represión, Reclus, Luisa Michel

 

La represión de la Commune fue horrorosa: 35.000 obreros murieron en diez días contra el muro de los federales en el Pére-Lachaise. Pero para daros idea de lo que fue la represión, os diré que en París había 80.000 obreros metalúrgicos antes de empezar el movimiento de la Commune. Después, cuando fue restableciéndose la calma, la calma de las tumbas, cuando volvieron al trabajo, estos hombres sólo eran ya 2.000. El resto había sido fusilado, estaba en la cárcel, estaba perseguido o andaba huyendo.

¡Los comunalistas acusados de criminales, de asesinos! Después del asesinato de Flourens; después de la muerte alevosa del general Duval, al que arrastraron por las calles; después de todos los crímenes cometidos por los versalleses con los comunalistas, sus mujeres e hijos, sólo en un barrio, en el cual se defendían como último reducto los comunalistas, la única cosa que hizo la Commune fue fusilar un grupo de rehenes, entre los cuales estaba el arzobispo de París, al que ofrecieron para conjearlo por Blanqui, otra figura ilustre de la Commune, y al que Thiers no quiso entregar, fusilándole. Ni un crimen, ni una innobleza, ni una deslealtad que manche el puro prestigio de la Commune.

En cambio, no es posible hablar de la represión, porque nosotros sabemos lo que son represiones. Hemos vivido algunas en España, pero la de la Commune, por su crueldad, no tiene igual en la historia, supera todos los horrores de la antigüedad y la Edad Media. La Commune ya está vencida. El 21 de mayo termina la epopeya. La represión duró cinco años, cinco años de tribunales condenando a muerte, a deportación en Caledonia, en Guayana, en Cayena. Entre las grandes figuras condenadas, figuraba Elíseo Reclus. Un sabio, un geógrafo eminente, de fama universal, un pacifista, hasta el extremo de que tomó parte en la lucha con el fusil boca abajo, porque él decía: «Yo estoy conforme con la Commune, y voy a morir junto con los que por ella mueren, pero en cambio yo, pacifista, no quiero matar a nadie, y llevo el fusil boca abajo». Este hombre fue condenado a muerte, y todos los sabios, las eminencias científicas del mundo, los intelectuales de fama universal,llenaron un pliego con miles de firmas que obligaron a Thiers a evitar su muerte y devolverlo a la civilización y a la cultura.

Otra figura: Luisa Michel. Una joven institutriz, hija bastarda de un noble y de una criada que el noble tenía, Mujer excelsa, nobilísima, que luchó como quien más luchara y que pronunció ante el Tribunal estas palabras solemnes que, por sí solas, bastarían para incorporarla a la historia. Por ser mujer, por ser hija, aunque ilegítima, de una familia noble, que trabajó constantemente para salvar su vida, los jueces querían ser clementes con ella, se habían comprometido a serlo. Luisa rechazó el perdón, diciendo al Tribunal: «No me ofendáis, no me degradéis con un perdón que ni quiero, ni necesito, ni merezco. He luchado junto a los que más han luchado, he disparado junto con los que más lo han hecho; exijo para mí el honor de la muerte que habéis dado a los otros». No se atrevieron a condenarla a muerte, pero no tuvieron más remedio que deportarla a Nueva Caledonia. Volvió al cabo de bastantes años, vieja, agotada por una vida dura y cruenta, pero su nombre quedó agregado al acervo revolucionario del mundo como une figura excelsa, toda sensibilidad, que llevaba su ternura prolongándola, desde las mujeres, los hombres y los niños, hasta los perros y los gatos, hacia todo ser que sufriera en la tierra. Luisa Michel sintetiza la Commune, todo lo que era, como eflorescencia generosa, como manifestación magnifica de ideas superiores, de una nueva concepción de la sociedad y de la vida.

 

Continuamos la tradición de la Commune

 

Han pasado 66 años, camaradas, desde que la Commune fue vencida entre dos fuegos, vencida con sus consejos comunales, con sus asociaciones de productores organizados. Sesenta y seis años de lucha, en que las ideas han ido germinando. No eran comunistas: eran comunalistas. No podían llamarse comunistas. Era, precisamente, aquel movimiento lo que ha sido eternamente en España el movimiento federalista y libertario. Era el Municipio con derechos de poder constituido,

organizando la vida sobre el pacto o federación y el mutuo acuerdo. Si la idea de la Commune hubiera triun-fado en Francia, se habría constituido el Gran Consejo federal. Cada provincia, cada ciudad habría tenido consejos comunales autónomos, con una Federación entre sí. Políticamente éstas eran las ideas de la Commune. Ideas arraigadas entre nosotros, vinculadas a nuestra propia vida, y ésa es la interpretación que tienen nuestras comunas libres, como la Comuna de Picpus, artística y literaria; como la Comuna libre de Suresnes. Existen aún el espíritu, la tradición, las ideas de la Commune a los 66 años; rebrotan en España, porque estas ideas son completas, en el aspecto político. Se levantan sobre los derechos del hombre y del ciudadano. El hombre con derecho a la libertad, con derecho igual a la vida, el hombre trabajando de acuerdo con los demás hombres. Y del hombre al Municipio, del Municipio a la Asociación de Municipios, a la Federación universal. Ideas federalistas en el orden político que respetan la libertad humana, que la enlazan y la vinculan resumiéndolas en esa frase casi definitiva de Pi y Margall: «La libertad de uno termina donde empieza la libertad de otro». Ponerlas de acuerdo, coordinar todas las libertades en una acción de conjunto, he ahí el concierto establecido, he ahí la armonía universal.

En el aspecto social, las ideas de la Commune son las ideas socialistas sin adjetivos. No son el socialismo anarquista ni el socialismo demócrata. Son la socialización de los medios de producción, de las fábricas, de los campos, de los talleres, socializados por las asociaciones de productores. Decidme vosotros, si no aspiramos a lo mismo que intentó realizar la Commune de París, que realizó durante los dos meses de su existencia. De ahí que, para nosotros, para España, la Commune tenga una importancia fundamental; de tal manera la tiene, que podemos decir que la represión de la Commune repercutió sobre nosotros.

 

España, sede del socialismo federalista

 

El año 1871 se produjo la Commune. Inmediatamente después, la represión internacional contra la Internacional de los Trabajadores. Se la acusó de ser la que había organizado la Commune, de preparar los movimientos de protesta contra la represión en todas las ciudades importantes de Europa. Se persiguió por igual a todos los miembros de la Internacional, que se llamaban socialistas sin adje-tivos, porque aún no se había producido la división fundamental que había de separar a los socialistas bakuninistas de los socialistas demócratas o marxistas.

A través del tiempo, 66 años después, la gesta de la Commune, revolviéndose contra la opresión, contra la invasión de ejércitos extranjeros, la gesta de la Commune pugnando por las ideas federalistas, resurge en España. Y resurge venciendo la división establecida y estableciendo de nuevo el gran principio unitario del socialismo sin adjetivos, de la socialización, que es reivindicación de los derechos del hombre; poniendo al productor en usufructo de los medios de producción y organizando la vida sobre la base de la sociedad sin clases, sin explotados ni explotadores, sola y exclusivamente de productores, de hombres útiles para la especie y para sí mismos, hombres dedicados a todas las actividades, lo mismo intelectuales que manuales, pero no viviendo de explotar la actividad de los demás.

Reencontramos, a través del tiempo, las ideas defendidas en Valencia con el movimiento de las Germanías. En nuestra revolución, mejor que en la propia revolución rusa, rebrotan las ideas de la Commune, a pesar de que aquélla pugnó también por lo mismo, ya que los soviets de obreros y cam-pesinos organizados en las ciudades y en los pueblos no eran ni más ni menos que los Consejos comunales de la Commune. Al final, el mismo anhelo de poner los hombres de acuerdo, de transformar la sociedad, convirtiéndola en sociedad de hombres útiles y destruyendo las clases, estableciendo una sola categoría: la de los hombres que trabajan, y una sociedad única, una sociedad en que puedan vivir libres e iguales. La misma idea de libertad y de igualdad vinculada a los principios esenciales de la Revolución francesa. Los derechos del hombre y del ciudadano no fueron solamente el derecho al sufragio, la igualdad ante la ley, etc., reivindicaciones políticas ya conseguidas por la democracia; los derechos del hombre y del ciudadano eran los expresados en el programa de «Los Iguales», los que fueron lema de la Revolución francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad.

 

Continua…

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