Sísifo
No es una actitud de nuestra parte de crítica injustificada producto de nuestras oposiciones el continuo hecho que la conducta de todos ellos siempre fuera. Se ha terminado la guerra, pero el sentido de la venganza, de la revancha siguen en el corazón de todo ellos y en el interior de la mayor hiena del régimen, Franco, y lo demostraba en todas sus palabras y actos en que intervenía. Es así como lo manifestaba el 19 de marzo de 1940 en un acto en Jaén:
“No es un capricho del sufrimiento de una nación en un punto de su historia; es el castigo espiritual, castigo que dios impone a una vida torcida, a una historia no limpia”. Hay en estas cortas palabras la demostración de una falta de cultura, de una expresión pobre y sin alturas que jamás demostraría en ninguno de los actos en los que debiera tomar parte. Su cerebro no daba para más, no se podía esperar de él un discurso vertebrado y sabroso en el que se pudieran encontrar palabras sustanciales que vinieran a aportar algo que valiese la pena de escuchar. De su mísera boca solamente podían salir sandeces como las que aquí vemos acompañadas por manifestaciones de una fe ciega y negadora de todo derecho a la vida. Del enano de la venta era inútil esperar algo que pudiese entusiasmar a nadie que pensamiento tuviese. Ya lo vemos ahí en cuanto sale del cuartel tiene imperiosa necesidad de entrar en la iglesia, en la calle no sabe estar, no se ha hecho para él, no se encontraba a gusto, no le agradaba ver el rostro de los ciudadanos, los quería en el cuartel o de rodillas en la iglesia. Su pobre mente sólo tenía espacio para eso, y fue eso lo que en realidad le dio al país. Pero de ellos no se podía decir que era un individuo sólo el que tuviese expresiones un tanto casi inmaduras e inapropiadas en un pequeño momento de su existencia, es que esta forma de comportamiento inhumano lo encontramos por todas partes, era sumamente raro, casi imposible, encontrar en ellos a un ser que tuviese un poco de nobleza humana en su interior, ellos se complementaban; la cruz y la espada son signos de la muerte y que vida no podía dar. Lo demostraron a lo largo de toda la guerra y lo demostrarían después cuando les llegó el momento de la venganza TOTAL, de la ELIMINACIÓN de todo aquél que como ellos no pensara. Su cristianismo les imponía siempre más sangre, más sangre, más sangre, no tenían nunca suficiente, toda la sangre derramada les era poca para la gloria de dios, en nombre de quien hacían todo aquel terrible crimen. Ya lo hemos repetido, en ellos había solamente el deseo de la venganza por el hecho de pensar como ellos no pensaban, aunque persistiremos en que en ellos no hubo nunca un pensamiento, sino simplemente un INTERÉS.
Esta realidad la puede constatar toda persona de buena voluntad, no hay más que observar las intervenciones que ellos podían hacer, y se podrá constatar la total pobreza de sus palabras y la carencia absoluta de un pensamiento, que fuese dicho por un clérigo, un civil o militar, todos tenían el mismo corte, solamente había un sastre para todos y de ahí era que fuesen vestidos con el mismo uniformado chaleco, que venía a demostrar su mala constitución. Veamos una de esas sobrosas y humanas palabras de su clasicismo: “Tenemos que matar, matar, matar. ¿Sabe usted? Declaraba ufano Gonzalo de Aguilera al periodista norteamericano Whitaler. Son como animales. ¿Sabe? No cabe esperar que se liberen del virus bolchevique. Al fin y al cabo ratas, piojos, son los portadores de la peste. Ahora espero que comprenda usted qué entendemos por regenerar a España. Nuestro programa consiste en eliminar un tercio de la población masculina de España. Con eso se limpiaría el país y nos liberaríamos del proletariado. Además, también es conveniente, desde el punto de vista económico, No volverá a haber en España. ¿Se dan cuenta?”.
¿Cuál fue la hiena que parió a éste monstruo vil y miserable? Esta alimaña sin nombre tenía buena cabida donde tenía que estar. La Iglesia le daría su sagrada bendición. He aquí un parásito que sólo sabía jugar en los campos de Golf, gastar millones jamás por él producidos y querer matar a una buena parte de los que a él le daban de comer. Su declaración al periodista americano no tiene desperdicio, hubiésemos querido conocer la reacción de éste y de sus lectores cuando leyeran tan exquisitas manifestaciones. Esta hiena empieza sus palabras con las de: “Tenemos que matar, matar, matar, ¿Sabe usted?”. Si el periodista habría comprendido lo que en sí aquellas palabras significaban, y que expresaban lo que desde siempre habían ambicionado. MATAR hasta saciarse de sangre, de sangre de los que trabajan y sin los cuales estas alimañas no podrían vivir, pero tenían eso en sus tripas, no lo podían negar; después de estas exclamaciones o hechos irían a confesarse y recibirían el perdón para que pudieran continuar tantas veces como quisieran. Ellos tenían una imperiosa necesidad de estar saciados de sangre, era el agua de sus existencias, no podían vivir si no la veían correr. La Iglesia estaría contenta y satisfecha cuando así lo oyera hablar, nadie le pidió explicaciones ni hubo nadie que de su sitio se moviese. Cada uno estaba en el lugar que le correspondía, podía este monstruo estar tranquilo, no sería Pacelli quien lo condenaría y de la Iglesia expulsaría, era un buen discípulo de sus amigos de las S S alemanas, y Pacelli tenía la vieja costumbre de su compañía. En el paralelismo encontraban la ayuda que mutuamente necesitaban y que bien sabían prestarse.
Correspondiendo a lo que desde siempre fueron las bondades divinas y los sacrificios de cristo, decía que nosotros éramos animales para esta muy santa criatura, éramos como los piojos que aportaban la peste. Pobre y despreciable diablo, tenía una mente de hiena y nos quería ensuciar con la ruindad que les caracterizaba, no sabían hablar de otra forma, sus fauces necesitaban siempre sangre, más sangre, más ríos de sangre que deberían regar las tierras de España para que alimañas de esta especie pudiesen encontrar un ambiente natural para ellos. De tanto matar piojos hicieron un país en el cual no podía entrar ninguna persona medianamente decente sin contagiarse en el estercolero reinante. Esta bestia todavía consideraba que el periodista era tan ignorante que necesitaba muchas de sus explicaciones para comprenderlo bien, y era de ahí que insistía en manifestar bien claramente la ciencia integral de sus divinas palabras. Decía que iban a “regenerar” España y que la inmensa grandeza del movimiento era y estaba preparada para eliminar una parte de la población masculina. A este miserable le estorbaban los hombres, se “limpiaría” el país y nos liberaríamos del proletariado, que era el que tantas dificultades les ponían en las fabricas y campos del país. Ya no habría paro, se mataría a tantos como fuese necesario para que los que quedasen pudiesen tener trabajo, aunque fuese de enterradores. Este miserable no dijo quién le daría de comer más tarde porque no sería él quien riquezas produciría para que el país pudiera vivir. Para él, la matanza de centenares de miles de seres humanos carecía de importancia ya que contaba que él quedaría con vida para disfrutar en el paraíso que no se molesta en hacernos conocer, él destila su veneno pero no dice como haría más tarde cuando ya no hubiera más paro. Lógicamente, cuando el paro hubiera ya terminado la escasez de trabajadores ocasionaría el aumento de los salarios, a los que él posiblemente como solución, ante situación tal, nos enviaría a confesarnos de nuestros males pensamientos. Era chistoso si no fuese tan bárbaro el tener que constatar que al terminar sus tan sabias palabras le dice al periodista: “¿Se da usted cuenta?”. Si creemos que el periodista comprendería bien la calidad de miserable que enfrente tenía.
Por muy insensibles e inhumanos que sus lectores fuesen quedarían espantados a leer tales palabras, que correspondían a la mentalidad reinante en ellos y en la historia, no por nada eran despreciados en el extranjero, porque conocidos eran sus sentimientos de perpetua criminalidad. Lo hemos manifestado en más de una ocasión y razón tendremos para seguir manteniendo nuestro decir. No somos nosotros que le acusamos injustamente, no tenemos necesidad de hacerlo, dejando que ellos hablen hay las suficientes razones para bien saber las miserias que los constituyen. Con esa calidad de alimañas la Iglesia se consideró siempre bien acompañada al saber que sus intereses siempre serían protegidos por quienes la posibilidad tenía y la deshumanización acompañaba. Eran tantos que en el Cielo ya no había espacio para acogerlos, habría necesidad de crear otro más en el que estos recién llegados a la beatificación pudiesen tener el lugar apropiado. Seguros podemos estar de que quienes organizaron el acto de Tarragona tendrían en cuenta a toda esta clase de tan excelentes hijos de dios, que bien sabemos los habrá acogido a su vera con ese tan gran cariño que de siempre demostrara para todos sus churumbeles. Que nos espera mucho tiempo, pues en los muchos años que tenemos nunca le hemos visto el morro, ni sentido su aliento, le aseguramos que podemos muy felizmente continuar por aquí abajo, siendo este mundo sumamente despreciable, como en realidad lo es; pero aquí aun nos queda el pataleo, porque por allí arribita no sabemos dónde, porque nadie nos dice donde eso está, y no creemos que sea muy risueña nuestra estancia.
Era sumamente gracioso el poder tener el gran privilegio de llegar a conocer tan sustanciales, como divinas, palabras de quienes tenían el derecho de poder hablar, aunque al hablar lo hagan de la forma que ellos acostumbran: si tienes toda tu vida una conducta digna y humana, y te mueres alejado de dios, todo lo has perdido, si, por el contrario, has sido un miserable, como ese de quien acabamos de hablar, y te mueres en el seno de dios irás al paraíso, por muchos que hayan sido los muertos por ti ocasionados. Dios siempre te perdonará tus pecados, por mucha sangre que los acompañe, pero siempre estarás en los deliciosos brazos de amantísimo padre.
Según estas almas cristianas es sumamente beneficioso el saber a la hora en que te van asesinar porque así ya sabes a la hora en que te irás con dios. Era sumamente esencial el que ese alma marchase con dios a una hora determinada, sin error posible, cuanto más justo fuese con mas cariños os recibiría su divinidad, ya que está tan sólo por allá arriba que de siempre ha querido tener la mayor cantidad posible de aquellos hijos que acompañarle quisieran. Él haría el sacrificio de darles un buen recibimiento y un excelente alojamiento a un precio sumamente apropiado a cada bolsillo. Él conocía bien la economía mundial como para olvidar las grandes dificultades que una parte de sus hijos tiene para que los otros panes no tengan. Él les da el alojamiento, que no es poco. Siempre se ha dicho que al que da lo que tiene no se le puede pedir más. Eso hace el darnos lo que tiene, aunque sea acompañado por una esquelética guadaña a que dientes no le quedan. En su texto, Casanova nos menciona que en 1940, según los informes que ellos mismos daban, había en España 270.000 reclusos. Si ellos mencionaban esta cifra no nos puede extrañar que muchos más hubiese, pero con esa cifra podemos comprender que debido la situación del país la comida no sobraría, pero sí las cárceles y campos de concentración, que irían disminuyendo a medida que el caminito hacia dios se fuese cogiendo, ya que según el padre Torrer era una gran suerte el marchar a tales lugares, pero él, personalmente, hacía todo lo posible por ir lo más tarde posible, pues aunque a los demás el hambre los destruyera, para ellos los buenos jamones nunca faltaron, que esa era la manera como ellos consideraban que mejor podían defender a dios.
La inmoralidad internacional ya se había acostumbrado a muchas cosas sucias, muchas de las cuales eran ellos quienes las constituían y alimentaban. Fueron ellos quienes el crimen permitieron, y en ningún momento tenían autoridad moral para intentar hablar, y menos los ingleses, que en realidad fueron los que por la espalda la daga nos metieron. Pero el jesuitismo inmoral de la diplomacia se manifestaba en cada momento y lugar sin reparos, sin escrúpulos, sin sentirse jamás responsables de nada cuando eran ellos los que todo lo hacían. Eran, y son, demasiado jesuitas y taimados y a todo se adaptaban, no podían estar en desacuerdo con ellos mismos.
Fue por eso que el julio de 1939 el embajador inglés comunicó a su gobierno que solamente en Madrid había 30.000 presos en espera de juicio. Derecho tenemos a pensar que estas noticias no les quitaría el apetito a quienes habían motivado nuestro gran desastre. Todo esto lo conocía bien el gobierno británico, pues sabían ellos perfectamente bien TODO lo que sucedería cuando el crimen terminase, y que entonces vendrían miles de crímenes diarios en las noches de clara luna y donde los cementerios sería inútiles y las sacas se harían a cada momento. Según se ha dicho fue el mismo Churchill quien dijo, cuando se pedía ayuda para nosotros, “quela sangre de un marino inglés valía más que la República española”. No me extraña, eran todos ellos lo mismo. Una monarquía ñoña, cavernaria y estúpida no podía molestarse por una República de tan poco valor como la nuestra. Además, era también su forma de manifestar el desprecio que desde siempre nos tuvieron. Todos eran monárquicos, pero su casas “reales” eran sumamente diferentes y el valor concebido se debería ampliar a todo lo concerniente, no hay más que mirar hoy a la pobre Isabelica, con sus viejos cucuruchos, siempre dispuestos a hacerse ver. Días vendrían en que desgraciadamente el pueblo inglés debería caramente pagar las consecuencias que la miseria política les impondría. Se les dijo en más de una ocasión, hoy nosotros, mañana vosotros. Lo sabían los jesuitas que ostentaban el poder y el paraguas de Chamberlain se paseaba continuamente por Europa vertiendo lágrimas de cocodrilo con su colega francés Daladier, que se verían humillados diariamente por el loco de Berlín. Si no hubiese sido tan trágico, se hubiese podido tomar como un viejo y estúpido circo en el que sus actores eran de la peor calidad. Ni Inglaterra ni Francia hubiesen podido tener trastos más mutiles y cobardes. Bien conocemos el resto de aquella inmensa tragedia, en la que posiblemente fueron más de SESENTA millones de seres humanos que fueron inmolados debido a la perversión de hombres e instituciones y de lo que tanto habría que hablar.
Nuestro drama se encontraba ya en sus términos finales, la totalidad del territorio había caído en manos de aquellos chacales inmundos, que desde siempre sedientos de sangre estuvieron. Las trincheras habían terminado, pero había que continuar con la “limpieza” tan deseada por quienes de humanos sólo tenían el físico. Allí no había nadie a quien poder pedir un poco de algo que humano fuese, les era desconocido y sólo la muerte podía reinar como castigo divino sobre un pueblo que había osado intentar alejarse de dios, que ignoraba que fuera de la Iglesia no hay salud y que estar lejos de dios significa simplemente el no tener derecho a vivir y estar siempre dispuestos a morir lejos de todo amparo de dios. Como les decía el jesuita Eduardo Fernández Regaillo a los capellanes, a principios de 1938, en aquel famoso artículo en el que les aconsejaba cuándo debían entrar en acción: “después de la primera descarga y antes del tiro de gracia”. Sí, como cuervos deberían ir en el momento en que sobre la víctima iban a poder clavar su curvado y sangriento pico. Como siempre decían los jesuitas “la letra con sangre entra”, y aquí aunque la sangre ya estuviese congelada por la muerte, el cuervo debería hacer su última misión, ya nada podía quedar….sifo