Teresinka Pereira
Hace años la madre de un soldado estadounidense muerto en Irak fue a la finca del entonces presidente George W. Bush, en Texas, para hablarle sobre la muerte de su hijo, así como para pedirle que hiciera parar la guerra. Ella quedó acampada cerca de la finca cerca de un mes y Bush no la quiso recibir, ni al menos hablar con ella. Ella recibió apoyo de muchas madres, de varias personas que están en contra de la guerra, pero no consiguió obtener ninguna atención por parte del entonces presidente.
Millares de estadounidenses salieron a la calle a protestar contra la guerra en Irak. Muchos fueron arrestados y centenares de opositores a la política imperialista de Bush fueron a parar en la cárcel. La represión fue todavía más fuerte en los medios de comunicación, donde los periodistas y noticieros de los canales de televisión fueron obligados a hacer la autocensura escrupulosamente si querían seguir en sus puestos de trabajo.
Sin embargo, los lectores y los televidentes sabían dónde mirar y dónde oír las noticias, y hasta cómo leer entrelíneas para sacar de detrás de toda aquella orquestación de control gubernamental lo que estaba verdaderamente ocurriendo. Las cárceles se llenaron en los Estados Unidos. Los reporteros que no aceptaron las reglas impuestas por el Departamento de Defensa para el frente de guerra están muertos, y hasta los familiares de los soldados muertos en la guerra fueron siendo amortiguados en su indignación contra la administración de turno en la Casa Blanca.
En la televisión, los reportajes de las protestas no pueden incluir los arrestos ni la violencia de la policía. Los familiares de los soldados que estaban en la guerra fueron intimidados para no organizar manifestaciones de apoyo a las tropas, como si la vida de los soldados, que eran sus hijos, esposos y padres, dependiera de eso. En los aparatos de televisión se podía ver, en cada base militar, esta clase de “apoyo” que es visiblemente no voluntaria: los bebés con banderitas en los sombreros y los niños levantando sus banderas y gritando “¡¡¡USA!!!”. Las madres, esposas e hijas de los soldados en la guerra, iban llorando solas, con sus bebés en los brazos. Parecían culpar a los que marchaban en protestas contra la guerra por su falta de esperanza.
Un día un hombre negro apareció en la televisión con la foto de su hijo, en uniforme militar, en la mano y gritando: “Mire bien, presidente Bush, ¡mire esta foto de mi único hijo que murió en tu guerra!”. A su lado una muchacha y un niño, hijos del soldado muerto, lloraban. Fue un pequeñísimo rato en que, por descuido del reportero de la televisión, se pudo ver la realidad de esta guerra y la sincera opinión de las familias de los soldados. Se sabe que los negros y los latinos son usados como carne de cañón en ésta guerra, como lo fueron en todas las guerras de los Estados Unidos en el pasado. Al día siguiente aparecieron, otra vez, los tres familiares del soldado negro muerto, no solo gritando contra Bush, sino que totalmente dopados. El padre mal podía abrir los ojos, y respondía a las preguntas del reportero con pocas palabras, ensayadas y mecánicas: “Ayer hablé en un
momento impulsivo, pero ahora doy mi apoyo al presidente Bush en la guerra”. Y hay gente que lo cree… A mí me dio cólera e indignación, ver a qué clase de crueldad llega la censura de los medios de comunicación. La tortura para los opositores de la guerra no tiene límites. La represión, la vigilancia, la denuncia sin fundamentos, la mentira, la traición, la corrupción total de toda decencia humana eran la regla del combate, la ley de la guerra, hasta el dominio y la posesión de todos los pozos de petróleo de Irak.
No solamente las cadenas reaccionarias de televisión CNN y ABC fueron compradas por la administración de Bush. Para colmo del control de la midia, la Viacom & CBS amenazaron con cortar la presentación de los Oscars si los ganadores intentaban hablar contra la guerra en una de las noches de gala de Hollywood.
El pueblo estadounidense sabía geográficamente donde está Irak, y dónde están sus pozos de petróleo, los cuales eran enseñados en la pantalla de la tele cada poco tiempo, pero no tiene ni idea de cuántos seres humanos habían muerto y cuántos iban a morir de los dos lados a causa de la guerra. Solamente en Baghdad había cinco millones de habitantes, de los cuales el cincuenta por ciento eran de menor edad, es decir, tienen menos de quince años. Los adultos son las mujeres y los viejos, porque los hombres mayores de dieciocho años estaban en el frente como soldados. Según las investigaciones de las Naciones Unidas, había la posibilidad de que por lo menos 500 mil de estas mujeres, ancianos y niños iban a sufrir muertes y heridas.
Con la prensa totalmente amordazada, prohibiendo a quien fuera el presentar una perspectiva contra la guerra al público, nosotros tenemos que dar un apoyo incondicional a la prensa alternativa, underground, subversiva, clandestina. La verdad tiene que salir a la luz aunque trabajemos durante toda la noche y nos comuniquemos por teléfonos grampados. Cuando cogemos el receptor del teléfono y el ruido de las grabadoras de la FBI y de la CÍA nos molesten, hay que pensar que igual suenan las sirenas que anuncian los bombardeos en Irak, pero que ellos duelen más en nuestros nervios que el fantasma de la represión en nuestro propio hogar.
En el correo, a pesar de la censura, recibí, intacta, la circular del Obispo Pedro Casaldáliga, enviada desde Sao Félix do Araguaia, un pueblito situado en la selva de Mato Grosso en Brasil. Su carta me dio un gran alivio. Venía llena de avances culturales, de optimismo y de consignas de la lucha que se lleva en la frente de esta humanidad solidaria llena de esperanza que convive con los indígenas y la naturaleza. Y don Pedro, con sus ideas de la teología de la liberación, obispo de la Iglesia, pero lúcido compañero en la lucha del pueblo contra la opresión, me decía: “…todavía hay guerra y hay imperialismo… pero hay que recordar el proverbio sefardita que dice: – la hora más oscura es cuando va a amanecer-“. Pasé toda la noche trabajando en mi escritorio. Eran las cinco de la mañana en Ohio. Aquí, paramos de escribir, y esperamos el amanecer. Gracias, don Pedro.