Me dirijo al cielo para presentar una lamentable queja llena de miles de años de antigüedad y pervivencia. Tanto es así, que mis líneas pueden resultar, quizás, escritas por un individuo tan infantil e ingenuo como un niño. Esto sería por mi parte digno de agradecer, y el hecho de pensar que soy tal me llenaría de orgullo. Pero no es así, los años han desfilado inexorablemente por mi cuerpo sin tener recursos para detenerlos. En favor tengo que reconocer que el tiempo pasado por mi persona me ha aportado unos modestos conocimientos de la vida y también un sinfín de “por qués” que no fueron debidamente respondidos nunca.
Soy un hombre obrero de cuyo título laboral me he sentido siempre orgulloso de poseer, que tiene, por defecto, dos peculariedades, las cuales siempre me han acompañado. Una es el preguntar, en la primera ocasión, el ?por qué infantil, quizás? Y el otro, la sana costumbre, creo yo, de querer tirar siempre del hilo para poder saber lo que hay detrás de las puertas. Durante 51 años he estado trabajando y cuidando de mis descendientes y compañera. En esos años de producir cosas siempre tuve que ser completamente responsable de la calidad y la cantidad de dichas cosas. Igual que yo, mis compañeros lo tuvieron que ser con sus familias. Sin embargo, en esto de las responsabilidades, y en su justo reparto, no hay justicia ni en la tierra ni en el cielo.
Debe de ser seguramente que tal cosa esté impregnada de algo repulsivo, deleznable y viscoso, algo que “las autoridades del cielo y la tierra” nunca han asumido, y que cada día los tienen que asumir los primeros y desgraciados últimos escalones de la eterna escalera social de siempre”.
Mandones de toda indole: Presidentes, Reyes, Papas, Dioses y Jefes de toda calaña, escaparan por la puerta secreta en pos del disimulo y la argumentación evasiva y sofísticada, y lo que es aún peor, serán los que esperan en el penúltimo escalón los que justificaran, si pueden y les interesa, al cuestionado Jefe. En los cielos ocurre otro tanto igual. Si las obligaciones de los Obreros es la de producir y procrear, cuidando escrupulosamente nuestros deberes ante todo, cívicos, laborales, familiares y humanos.
¿Por qué los altísimos no cumplen los suyos? ?No fuimos creados a imagen y semejanza de ellos? Menos mal que esto no resultó cierto, pues si lo hubiese sido no existiría nada porque nada se hubiese hecho. Todo lo que nosotros, los laboriosos, hacemos con nuestras manos sólo lo destruye el tiempo o los cataclismos que nunca controlaron los dioses del cielo. Continuos terremotos asolan los pueblos y ciudades destruyendo más las débiles casas de los más pobres que las de los ricos, que son más robustas . Segando vidas inocentes de niños, mujeres y ancianos. Arrasando, con su baile infernal, vidas y casas , nadie, que no sea él mismo, lo detiene. Nadie ayuda a las pobres víctimas salvo unas manos fraternales y humanas. Nadie siente por ellos compasión y solidaridad, nadie estará a su lado compartiendo su dolor y desdicha excepto las personas compunjidas ante ese desastre humano.
Las inundaciones son otra de las plagas que nos mandan los cielos ahogando vidas, tierras, casas y ganados, todo es sumergido por el inmenso manto líquido. Viniendo después los malos vientos que, en forma de tornado, obligan a volar todo aquello que se pone en su camino. Fuerzas de la naturaleza azotan los pueblos del planeta y escapan al control y dominio de aquél que todo lo puede, y al que nada se le puede exijir por el mero hecho de no estar presente jamás, porque resultaria parádogico el que se pudiera juzgar al juzgador y condenar al condenador.
El altísimo siempre ha gozado de unos privilegios que los humildes de la tierra no tuvieron jamás, pues las santas escrituras nos dicen que el altísimo trabajó 6 días para hacer el planeta y nosotros hemos de trabajar toda una vida en una cadena de generaciones alucinante, y en ella debemos de hacernos responsables de todo y somos llamados a toque de pito para emprender nuestros trabajos.
A toque de trompeta, cuando el mandón de turno desee defender la patria y sus bienes personales; a toque de silbato postal cuando se tiene que hacer la declaración de renta. Siendo nuestros cuerpos y personas más lucrativos que el cerdo animal, del que nada se desaprovecha. Todo ese existir tán productivo quedará reducido, como todos sabemos, finalmente al último pitido de la Señora Parca. LLenos de deberes y obligaciones para con nuesto trabajo, nuesta familia y nuestros semejantes, pasamos por la vida con una cierta dignidad y orgullo, creando cosas co
y nuestro intelecto.
Luchando contra las adversidades de toda índole, extendiendo las manos a todos aquellos que las necesiten; cumpliendo siempre con nuestros deberes a lo largo de nuestras vidas, pero entre los poderosos pudientes y el altísimo nos niegan los derechos que aliviarían nuestra existencia. Reconociendo que es más fácil el conseguir parte de nuestos derechos a los poderosos que pedírselos al altísimo, él es demasiado grande y sobre natural para que se digne poner sus ojos en los 7.000 mil millones de insignificantes pobladores de este planet,a tan lleno de responsabilidades y tan vacío de derechos.
Aparte de todas estas cosas lamentables hay un enorme y principal “por qué” sin la debida respuesta: ¿Por qué tengo yo que sufrir y llorar como un niño delante de las mostruosas carnicerías de las guerras y los cataclismos naturales que hacen los poderosos de la tierra y el áltísimo, aceptando, sumisamente, las de aquél, que dice: “No se moverá una sola piedra sin su permiso? ¿Por qué tengo que sufrir yo el dolor y el Supremo la más absoluta indifrencia? O es que ¿tengo que tristemente reconocer que yo soy más humano que mi buen Dios? No hallaré respuesta alguna a este dilema por parte del cielo y tendre que aferrarme a esta tierra tan nuestra. Procuraré atender a mi conciencia en la relación con mis semejantes. Ella, y sólo ella, responderá siempre aquello que debo de hacer más correcto, pagándome con una alegre y profunda satisfacción mi buena obra cuando sea ofrecida , olvidándome siempre de los dioses insolidarios y ausentes que nada hacen por nuestros dolores terrenales y de cuya inexistencia real se benefician los eternos sacerdotes vividores, luctuosos y parásitos

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