José Luis García Rua
A Germinal Esgleas le conocí más de cerca en Málaga, acompañando él a Federica, en un mitin en el que, junto con otros, hablamos ella y yo. Tuve ocasión de comprobar, en rasgos, lo que él y hombres como él, en primera línea, habían significado para la CNT y el Movimiento Libertario. Sin ellos, hoy, la Confederación sería un puro sindicato reformista, más o menos reivindicativo, absorbido en el sistema y perfectamente convivente con el partidismo y la acción política. Con Federica (Toulouse, Rué Gastón Phoebus) coincidí en mítines en París, en Toulouse. en Barcelona, en Valencia, en Cartagena, en Cieza, en Granada, en Málaga, en La Línea, en Sanlúcar, en Sevilla y en Oviedo. La conferencia más hermosa que yo oí sobre el papel de la mujer en sociedad se lo oí yo a ella en la antigua Universidad árabe de La Madraza de Granada, y, en esta misma ciudad, ella fue registrada en el archivo universitario de “El intelectual y su memoria”, en uno de los discursos, parlamentos y diálogos más radicales en contenido, a la vez que en sensatez expositiva, que yo haya oído. Fue una de las almas más hermosas y vivas con las que yo he tenido trato, y, cuando le dimos tierra en el cementerio de Toulouse, en las palabras de salutación de despedida que le hice, sentí, como pocas veces he sentido, que se me revolvían las entrañas. Directamente relacionada con esta pareja compañera, María Batet (Toulouse. Rué Risquet), es una de esas entrañables criaturas que, con los ochenta años bien andados, siguen teniendo el corazón adolescente. Habitante desde niña en la casa de los Montseny, fue siempre la hermana inseparable de Federica en sus andanzas confederales, sus verdaderos ojos, cuando los de ésta eran ya inservibles. Muerta Federica, María me hablaba de ella con el corazón encogido recordando cómo, juntas, recitaban a dúo “La Canción del Pirata” de Espronceda… Pero, no acababa su tarea en el papel de lázaro entrañable. Muy allegada al trabajo organizativo y al sentir confederal de Subirats, hizo ( ) hace? una muy meritoria labor en el seno de SIA (Solidaridad Internacional Antifascista). Conocí también a la investigadora Renée Lamberet, que, con suma naturalidad y como si tal cosa, conjugaba su impagable trabajo de investigación con una humana sencillez, maravillosa.
Por la manera de ser de su persona y la calidad de su trabajo intelectual, siempre asocio su memoria a la de Arthur Lehning, a quien conocí en el Instituto de Historia Social de Amsterdam, donde me regaló, y dedicó, su libro Bakounine et les autres.
Entre aquellos hombres y mujeres irrepetibles, no puedo impedir el recuerdo, como persona, como militante de organización, como investigador y analítico del pensamiento libertario, de José Muñoz Congost (Limoges, Boulevard Vanteau), gravemente doliente de enfermedad cardiaca, cayendo al suelo, en el VI Congreso confederal de Barcelona, desmayado después de una valiente y lúcida intervención contra los manipuladores reformistas.
Los nombres se agolpan en filas de retenciones larguísimas: Llop, Juan Ferrer, Fortea… Imposible. Algunos se cuelan todavía por los entresijos de la memoria: Evaristo Bagés, de París, riguroso, honesto y fiel a los principios. José Herbera, de Bagnéres de Bigorre, laborioso y responsable, sincero e incapaz de ninguna mala partida. Emilio Travé, de Burdeos, constante y generoso financiador de causas confederales e internacionalistas. Llansola, de la misma ciudad, hombre de acción, valiente y arrojado, dispuesto a jugarse la vida dondequiera que el ser de la Organización corriese peligro. Otros, cuyos nombres se borraron en la memoria, se recuerdan por sus hechos y traza, como aquel exiliado, natural de Alcalá de Guadaira, cojo, andante sobre muletas, que recorría permanentemente la España y sobre todo la Andalucía de la “transición”, y que, claro, en la carretera acabó encontrando la muerte, según me contó Josefa Barroso ( Barcelona), amiga íntima de su compañera. De América (Canadá) y sólo conocido por mí en forma epistolar, están en mi memoria Marcos Alcón con su compañera, finos, inteligentes, generosos y que llevan el amor a la Confederación hasta el extremo mismo de la vida.
Con Cataluña y exceptuada Andalucía, tuve quizá más contacto que con ninguna otra Regional, pero el trabajo común afectó casi siempre a personas más jóvenes o de mediana edad. No obstante, en tan continuada relación no podía por menos de trabar también conocimiento y esfuerzo común con compañeros de la generación 36 ni de comprobar, igualmente, en ellos aquel formidable temple y estilo. Ya hablé de Antonio Navarro, de Hospitalet de Llobregat, con él, Fernando “el de los caballos”, Francisco Piqueras, Ballester, de Rubí, Sánchez, de Badalona, el incansable Severino Campos y el magnífico José Navarro, fundador y administrador de la revista “Orto”, que tan importante papel está cumpliendo, hombre avispado, de gráfico decir, buen conocedor y enérgico defensor de las esencias libertarias y confederales, en momentos de peligro para las mismas. Recalé en Granada en septiembre de 1975, después de un periplo muy accidentado de persecuciones. No me fue fácil conectar con los elementos confederales: algunos andaban dispersos, y otros, en actividades clandestinas muy cerradas. Yo me moví, desde el principio, en actividades genéricas de protesta universitaria y social de carácter pluriideológico, donde yo hacía ostensible mi orientación marcadamente libertaria. Por esa vía de conocimiento, se me fueron acercando, progresivamente, los elementos confederales “durmientes” y los activos en clandestinidad. Antes de mediados el 76, ya estaba bien conectado con ellos y, cada vez más, con círculos confederales andaluces que se ampliaban por momentos, y en ellos también, a través de la proyección comparativa con mis experiencias norteñas, fui, admirativamente, comprobando ese “marchamo 36” que los distinguía. Todos habían pasado por la cárcel, por condenas diversas y por campos de trabajo.
Todos tenían el norte de “la idea” y una profunda devoción por la instrucción, aunque alguno fuera semianalfabeto en cuanto al dominio del lenguaje de escuela y de las “disciplinas”. Todos tenían la misma ambición de escapar de la prisión interna de la ignorancia, y, en circunstancias vedadas para ellos de asomar a la cultura popular y social por vía de la lucha, buscaban dedicar todo esfuerzo y sacrificio a que sus descendientes “estudiaran” por encima de todo. Recuerdo en esto a José Maldonado, de Motril, que había hecho la guerra en el Centro y habitante de Granada en la época de que hablo. Éste tenía un hijo único que, ya adolescente y por algún fracaso esporádico, le dijo al padre que quería dejar de estudiar. El padre, que utilizaba una moto para sus trabajos, fue tajante: “Mira, si haces eso, cojo la moto, voy al “tambor” (lugar de las afueras de la ciudad, en una curva de la carretera de Murcia que da a un precipicio) y me despeño por allí”. Era muy capaz de hacerlo. Hoy, su padre ya no está, pero ese hijo es un gran oceanógrafo, de nombre y prestigio nacional en su oficio. Pepe Contreras había hecho la guerra siendo casi un niño. Fue gravemente herido y le quedó, de por vida, una acusada cojera que, durante el sueño, le producía ataques de dolor con sobresaltos y quejidos. Sufrió la consabida cárcel y, ya fuera, hizo la lucha clandestina por España, pero sobre todo por Andalucía y el norte de África hasta Casablanca. Durante mis cargos regionales en Andalucía fue mi acompañante permanente. Contándose entre los “hombres de acción” de la Confederación, conservó siempre el alma tierna y dulce que había mamado en los pechos de su madre.
Adela, presa a los diecisiete años, fue (es) siempre el paño de lágrimas de muchos confederales. En los tiempos más duros corrió riesgos buscando cobijos y ocultación a compañeros, llevando y trayendo mensajes vitalmente comprometidos. Trató con los hermanos Quero y con Maroto, víctimas violentas de la policía y la guardia civil franquistas. José Barcojo, que luego llegaría a emparentar con Adela, fue pieza fundamental en esas tareas y el encargado de pasar clandestinamente los Pirineos para contactar con el Exterior….Un viejo maravilloso, cuyo nombre nunca supe, venía, semanalmente, andando desde El Fargue (a cinco o seis kms.) a la ciudad para contactar con los compañeros. Juan de Dios era un alma limpia por todos los costados, y eso trasmitía. Pedro Peralta, en su medio de Haza Grande, dio, en buena medida, la “talla 36” en la restauración confederal. Castro, alfarero de “Alfaguara”, en el taller en que trabajaba, hizo, en color, obras entrañables de alfarería para la Federación Local de Granada, donde todavía están colgadas: un retrato de gran tamaño del Durruti miliciano, otro más pequeño que muestra una mano extendida con la palma hacia arriba, sobre ella, un coche “hispanosuiza”, debajo, en letra y como homenaje a nuestro trabajo colectivizado durante la guerra, “Nuestra obra”, y, en la base, las siglas CNT – FAI – AIT. La tercera obra que hizo fue la reproducción de un famosísimo y de los más logrados carteles de guerra. La cabeza del segador con su sombrero campesino de paja y empuñando una hoz levantada: encima, en letras grandes, “¡LIBERTAD!”, debajo, las siglas FAI… Todos me enseñaron mucho, muchísimo más que todas las Academias por las que anduve.
En trance de escribir algo sobre Carlos Soriano, agradezco a su hijo Pedro y a sus colaboradores, Alfonso y Javier, que, con su propuesta de cola borar en el libro sobre Carlos, hayan contribuido a decidir la puesta en práctica de un proyecto que, largo tiempo, yo tenía, como una constante, en mi cabeza de hacer un homenaje de reconocimiento escrito a aquellos hombres de la “generación 36”, con los que yo empecé tratando, a mis 15-16 años, en los campos de concentración franceses de Barcarés y de Argelés-sur-Mer, y a los que volví a encontrar en la palestra clandestina tras un paréntesis de veinte años. Proyecto que yo siempre tuve por un siempre aplazado deber, no solo por relación a aquellos cientos de miles de hombres y a la imagen de una humanidad nueva que dejaron a su paso, sino por el maltrato histórico de que “estos grandes perdedores” vienen siendo objeto por parte de una buena cantidad de gentes del oficio de “historiar” y, sobre todo, de comentaristas mediáticos que no dejan de aprovechar esas desviaciones hermenéuticas para extender interesados certificados de defunción, con el resultado, si no con la intención, de ofrecer de la CNT a las generaciones jóvenes la imagen de una “vía muerta” (“la fotografía de un familiar muerto jovencito”) imposible de ser transitada. Pero me mueve también a este extenso reconocimiento escrito el rechazar la forma con que algunos entienden salir del paso o cumplir con este expediente por medio de un acto simbólico que contenga “sólo un breve discurso”, “una entrega de condecoraciones” y “luego comer juntos”. No señor. El discurso debe ser tan largo como lo pidan las circunstancias, las “condecoraciones” son cosa de cuartel o de colegio de jesuitas, y la comida en común, para ser sincera, debe ser en homenaje a la CNT y a su historia, no como un hecho arqueológico, sino como una fuente inagotable de enseñanzas constantes que no deben ser preteridas y mucho menos conculcadas.
Habría una clave para evitar aquellos desvíos y, a veces, desvaríos “históricos” a los que nos referimos antes, si hubiera voluntad de ello, a saber, estudiar con verdadera profundidad y objetividad las razones de la escisión de 1945 en el exterior y sus reflejos en el interior, sin hablar a priori de “los que no quisieron perder el tren de la historia”. Eso por un lado, y, por otro, no presentar la espectacular bajada en fuerza de la CNT desde el año 78 como resultado de un rechazo social basado en el no reconocimiento de ese instrumento sindical, sino como el efecto de una sañuda y sin cuartel persecución de acoso y derribo por parte de las fuerzas políticas de la “transición” que dura todavía, después de haber comenzado en Barcelona con el incendio del “Scala”, criminal obra de provocación de la confidencialidad policial infiltrada en la CNT y entapujada y sellada en las más altas esferas gubernamentales. Es decir, la oficial decisión de aniquilar a la única fuerza sindical y social que se negó y niega a los interesados pactos fementidos, y que pone, permanentemente, al descubierto la “trampa democrática de la transición” como un continuismo de fondo del persistente autoritarismo despótico, más grave aún, si cabe, por recibir, falsamente, los interesados favores políticos internos y externos, bajo la formal capa verbal de “democracia”, en este caso, constitucionalmente confesa como condicionada. A ese análisis valiente y real es al que se niegan legión de “historiadores” y la inmensa mayoría de comentaristas mediáticos. La doctrina oficial imperante del “pensamiento políticamente correcto” campa aquí por sus fueros o respetos. De ello resultan vetos a priori de determinados nombres, siglas, organizaciones, historias, intereses y hasta de orientaciones discursivas y valoraciones, naturalmente, expresados todos ellos, cómo no, en forma ágrafa o escritas, a lo sumo, con tinta simpática.
En estas formas de discursos, suele llamarse, a la fidelidad ideológica racionalmente fundamentada, “inmovilismo ideológico”, “doctrinarismo”, “intolerancia”, “dogmatismo” y otras lindezas por el estilo, con una vulneración manifiesta del valor semántico de estos términos. Se trata, simplemente y por razones de clima político, de atropellos de la verdad y de la indagación histórica, que, conforme a la forma mentís o modus operandi que los promueve, se concretan en calificar de “quienes buscaban una salida” a quienes se desviaban manifiestamente de los principios de la Organización, o de tratar de buscarles, ante un renuncio político colosalmente manifiesto como el del “cincopuntismo”, algún tipo de exculpación, recurriendo al historial anterior de los intervinientes, incurriendo así en otro error metodológico, pues no debe ser lo fundamental en la indagación histórica el buscar al “culpable” personal, como en un proceso policiaco, sino de objetivar una situación que trasciende el campo de lo personal. Otra forma de atropello de la verdad es acogerse a falsas argumentaciones, como que hicieron lo que hicieron, “a la vista de que los comunistas estaban ganando preponderancia en el campo obrero”, siendo así que el “cincopuntismo” se firma en 1965 y los comunistas no llegan a tener una presencia visible, manifiesta y operativa en ese campo hasta muy entrados los años sesenta (la Carta Magna de Comisiones Obreras, su presentación en sociedad, es de 1966, y, en esa fecha, todavía los comunistas no dominan su aparato), y, sobre todo y mucho más importante, siendo así que las negociaciones de esos promotores “frentelibertaristas” con los gerifaltes del Vertical franquista son muy anteriores a esa fecha…
Pero volvamos a nuestros hombres y mujeres, aquellos y aquellas a quienes yo entiendo, con este escrito, rendir un justo tributo de reconocimiento. Los muchos jóvenes que accedieron a la Confederación inmediatamente después de muerto el dictador, habiendo vivido todos sus años de vida bajo el peso y la coerción de una moral hipócrita y falsa y de un lenguaje marcado de prohibicionismos Victorianos, buscaban, sobre todo, resarcirse de tales represiones queriendo entregarse en forma práctica a dar suelta a los instintos y emociones de goce personal, desde luego compartido, comunitario, donde el concepto de vida y goce físico iban no solo emparejados, sino también filosóficamente “fundamentados” (de aquí una especie de culto a un mal conocido epicureísmo), sobre todo porque una importante parte de ese goce radicaba precisamente en el hecho mismo de la conculcación de la hipócrita moral oficial. Visto desde el punto de vista social, el fenómeno ofrecía un costado altamente positivo: las formas se aniquilaban, las relaciones personales directas adquirían una sinceridad viva que se concretaba en la figura del “compi”, del “colega”…. y el lenguaje se llenó de “tío”, “quedar”, “pasada”, “comedura de coco”, “pasma”, “madero”, enriquecido de modulaciones nuevas…. Era sobre todo una guerra al estereotipo y, en ese sentido, una verdadera revolución. Pero una revolución que repetía esquemas que, una vez digeridos por el régimen, fueron instrumentalizados por el mismo como método de dominio y afianzamiento propio. Por ejemplo, a la vez que promovían grandes campañas antidroga, policía y guardia civil no fueron pequeños difusores, incluso gratuitos, de hachís, coca o caballo donde se daban focos de juventud con una práctica política y social inconveniente para la nueva situación… Del mismo modo y aprovechando el compañerismo reinante, la confidencialidad policial encontró fáciles vías de acceso a zonas sensibles. Por estas tristes vías, instrumentalizadas o espontáneas, se destruyó una enorme cantidad de juventud altamente prometedora… Ese fue el verdadero crimen.
El parlamento precedente es válido no solo para la juventud confederal del inicio de la “transición”, sino para la juventud española del momento, en general. Pero de la parte de ellos que accedieron a la Confederación un buen número lo hizo buscando amplia comprensión para prácticas hedonistas y un paraíso de libertad donde era norma el rompimiento de la norma. Ello no podía dejar de producir algún roce con los “viejos”, quienes, como resultado de su larga lucha social, habían deducido de esa misma lucha una ética consonante con la negación de los valores sociales oficiales que buscaban destruir; un cierto ascetismo que favoreciera la autosuficiencia y protegiera su libertad interna; la negación de vicios superfluos (tabaco y sucedáneos, alcohol o formas de sobreexcitación artificial…); la racionalización del rechazo de la muerte animal innecesaria, aparejada a la exaltación teórica del vegetarianismo; en la dialéctica de contraposición entre usos sociales y usos naturales, la decantación absoluta por la naturaleza como fuente y horizonte de enseñanza y consejo normativo (de aquí el naturismo, el nudismo…); el respeto quasirreligioso de los principios y del pacto federal o norma libremente acordada; la energía indomable en la lucha contra toda institución junto al declarado respeto por el hombre víctima de la misma; el despego de todo sentido de propiedad, que se concretaba, junto a la amistad sincera, en un rechazo de todo culto personal; un profundo amor a la vida y una clara conciencia de que un excesivo apego a la misma incapacita para la defensa de la justicia. Daban muchas veces la impresión de encamar aquella frase de Rubén Darío: “hombremontaña encadenado a un lirio”, y por ello, ofrecían con frecuencia la imagen de niños inocentes a los que, en principio, cualquier astucia verbal podía llevar al huerto…
En esos rifirrafes de jóvenes y viejos, algunos de los primeros mostraban su incomprensión y hasta tedio ante las “batallitas” de los segundos a los que tenían por excesivamente rígidos, y esas mismas situaciones no dejaban de ser aprovechadas por terceros, gaundentes. En fin, es éste un tema que tengo pendiente y sobre el que tengo contraída una deuda con un buen amigo y compañero de Madrid que me pidió enjuiciar a Pepe Martínez, el gran y desaparecido editor de Ruedo Ibérico, con quien tengo aplazada una discusión sobre los primeros tiempos confederales de la “transición”, y con su “entorno” más que con él, a quien, como Felipe Orero, autor de CNT, ser o no ser, no dejo de considerarle un muy estimable valor. Pero esto debe ser matizado y explicado con posterioridad y como tema monográfico. Y ya es hora de pasar a hablar del compañero cuya recordación fue el detonante para el presente escrito. Hablo de Carlos Soriano. Del segundo apellido, Águila, me entero ahora, así como de su lugar de origen y biografía puramente biológica. Entre libertarios, solemos hablar poco de cosas puramente personales. Lo conocí hacia el comienzo de la primavera de 1976. Me lo presentó
Pepe Contreras, que me había conocido en una intervención mía en uno de aquellos actos comunes de la oposición al franquismo que solían terminar con intervenciones violentas de la policía. En nuestros primeros contactos, se empezaba porque cada uno clarificase su posición acerca de los sectores que, arrancando de la misma historia, se habían separado en 1945 acogiéndose, respectivamente, a uno u otro de dos emblemas antagónicos: línea confederal revolucionaria y apolítica, y línea reformista politizante. Entre revolución y reformismo, mi posición era muy clara, pero me faltaban, en la argumentación, datos históricos reales y concretos del desarrollo, aspectos que Carlos Soriano conocía al dedillo por haber sido protagonista interior de los hechos. Él me expuso con claridad hechos y razones, lo fundamental del proceso, que, con posterioridad, yo, por lecturas y experiencias personales, fui comprobando y completando.
La colaboración “política” de la CNT durante la guerra civil, aunque orgánicamente aceptada, había tenido una fuerte oposición interna. A medida que, en la propia guerra civil, se iban haciendo manifiestos los fracasos de esa colaboración, la oposición interna se acrecentó, porque ya no se trataba solamente de la conculcación de principios fundamentales, fuera cual fuere su explicación circunstancial, y del escándalo moral que suponía para muchos, sino de graves perjuicios manifiestos en el orden material, como los sucesos de Mayo del 37, el acoso físico a la CNT, la puesta en peligro de las colectivizaciones o la destrucción del Consejo de Aragón. Sin embargo, otra parte, minoritaria pero situada en puestos claves, seguía siendo acerba partidaria de la actuación política. Esta parte, en la medida en que pudo, y ya desde 1941, estuvo intentando seguir promoviendo esa actitud en la clandestinidad del interior de España. La denominación separativa general era la de los “puros” y los “políticos”. Se mezclaban con esto otras cuestiones: los estados en guerra utilizaron los servicios y dotaron de medios a algunos elementos confederales que no podían por menos de resultar contaminados “políticamente” de esas actuaciones. Así, Francisco Ponzán, que, a título póstumo, recibiría la Medalla de Plata de su Majestad británica y la Medalla de la Libertad norteamericana, comunica, en 1943, a Juanel (Juan Manuel Molina) los siguientes consejos para la Organización: abandonar los sagrados principios, acomodarse a los tiempos, abrirse al mundo, tener aspiraciones nacionales frente a un “internacionalismo radical y bsurdo”, dar preferencia a lo económico, dotarse de una sola dirección con un comité nacional ejecutivo, desposeer de importancia a las asambleas, enterrar a la A1T y frente a ella, crear un organismo internacional en el que puedan entrar todos los trabajadores del mundo con anhelo de libertad y, sobre todo, renovarse… (Nótense los ecos lejanos de tales propuestas en la presencia de algunas fuerzas actuales que se siguen llamando libertarias…).
Después del fracaso para esta facción, tras el “Congreso” de París de 1945, Enrique Marcos Nadal, que también había servido en los Servicios de Inteligencia nortemericanos durante la guerra internacional, pasa al interior de España para difundir esa estrategia de que hablamos madurada en el Exterior: colaboración y actividad política y entrada en los sindicatos del Vertical franquista y, con ello, tratar de ganar en el interior las posiciones que habían perdido en el exterior. El fracaso para esta facción fue definitivo, cuando el citado “Congreso” rechazó aceptar las dos carteras ministeriales que José Giralt, presidente del Gobierno de la República española en el exilio tenía destinadas a la CNT, pensando, concretamente, en Federica Montseny y en Juan García Oliver El análisis y conclusiones del “Congreso” eran que, aunque, durante la guerra civil, la Organización había aceptado la colaboración política, en razón de circunstancias extraordinariamente excepcionales, ésta se había demostrado muy altamente nociva para aquélla tanto en el orden moral como en el material, y que, finalizada la Segunda Gran Guerra, era ya la hora justa de aprovechar la enseñanza de las experiencias tenidas en el proceso histórico que siguió al 18 de julio y recuperar, en su integridad, la vía y estrategia anarcosindicalista y sindicalista revolucionaria que había sido la razón de ser de la Organización desde los orígenes. Pero aquellos que, insistentemente, habían sido y seguían siendo defensores de la conveniencia de la participación política y de posiciones entristas, se escindieron de la mayoría y constituyeron, ya abiertamente, la facción “Frente Libertario”. Desde ella, siguieron ofreciéndose a Giralt, pero ya éste había desistido de la cosa aceptando la resolución del “Congreso” de París. Todo lo que vino después no fue más que el desarrollo lógico de estas premisas, hasta terminar en el enfrentamiento del V Congreso (Madrid, Casa de Campo, diciembre de l979) y culminar por parte de los “frentelibertaristas”, junto con otras fuerzas, naturaliter, políticas, la escisión definitiva que abocó a la “CNT Renovada”, bajo cuyo nombre recibieron todo el apoyo y las trampas políticas y administrativas de los partidos promotores de la “transición”, que, al par que los apoyaban de tan flagrante manera, persiguieron a sangre y fuego a la CNT. El nombre de “renovados” lo mantuvieron hasta que el Tribunal Supremo, en juicio nominativo (decir quién es quién) les obligó a cambiar de nombre, en abril de 1989. Hoy, después de otro devaneo tramposo de dos años que afectó al Constitucional, son la CGT…
De todas estas cosas Carlos sólo conoció el primer acto, que abarcó al V Congreso y los comienzos de los 80. Tuvo, al menos, la suerte de llegar a conocer el descalabro confederal de aquellos, tenidos por él, unos, por “traidores”, otros, por “desviados” y “engañados”, con los que había contendido durante toda la clandestinidad franquista. No tardó Carlos en morir, pero, en largas conversaciones en su casa, cuando ya no salía, y en el hospital, tuvo ocasión de hacer profundos análisis del presente y futuro del escisionismo de los “paralelos”, como confederalmente se les apodaba a los que, desde dentro y luego desde fuera intentaron “doblar” la Organización…
Desde las primeras conversaciones, la sintonía con Carlos fue perfecta, y juntos procedimos, desde mediado el 76, a la puesta en práctica organizativa para la acción externa de la CNT de la zona. La CNT del Exterior había renovado, a comienzos de los 60, el pacto de alianza con UGT que quería rememorar, en la lucha antifranquista y por la libertad sindical, algo de lo que había sido, en la guerra civil, la alianza revolucionaria de las dos organizaciones, mantenida con carácter intermitente, pero más firme con el sector largocaballerista y concretada en el trabajo y colaboración de varias de las colectivizaciones conjuntas. Con base en ello, Carlos y yo mantuvimos varias entrevistas con la UGT (representada por Daniel) que concretaron por un tiempo, más bien corto, el trabajo de colaboración y lucha coordinada. La UGT dispuso muy pronto de un local alquilado en el primer piso de Cristo de Medinaceli 2. La CNT no tenía ni local ni dinero para un alquiler, y las reuniones caseras se iban ya haciendo imposibles pues el crecimiento de la Organización era muy grande. La UGT puso su local a nuestra disposición, y, la verdad, que nosotros lo utilizamos bastante más que ellos.
Aquello nos sirvió para ir regularizando las cotizaciones. A principios del 77 ya teníamos un local alquilado en una esquina de Joaquín Costa que, ya en otoño, tuvimos que abandonar, porque nos resultaba pequeño, para trasladamos a Molinos 64, un local muy grande que mantuvimos hasta finales de los 90, aunque, desde principios de esa década ya teníamos un local del Patrimonio Acumulado en la Avenida de la Constitución. Para amueblar el de Molinos, cosa habitual en la Confederación, se recurrió a los muebles viejos o sobrantes de particulares o a los desechos que obteníamos de la Universidad. Recuerdo la figura de Carlos, de gran estatura y buen porte pero ya penosamente trabajado por la grave enfermedad de corazón que padecía, viendo, en la placeta donde se dio garrote a Mariana Pineda, cómo cargábamos en una furgona los muebles que habíamos sacado de la Escuela primaria de prácticas de la Normal. Pero la imagen que más me emocionó de él fue a propósito de un viaje que hicimos a Jaén para presentar la CNT en una dependencia de Correos. Carlos era elocuente, pero, sobre todo, llegaba más a la gente por la “veracidad” con la que hablaba. Se percibía claramente ante sus relatos que hablaba desde el corazón, el convencimiento y la experiencia vivida. En aquella intervención, entre otras cuestiones, se extendió más sobre el tema libertario del amor libre. Nunca oí hablar más bellamente del amor que entonces. Resultaba hasta lírico, su palabra era hermosa y la sinceridad, manifiesta. Era como si la Naturaleza se hubiera puesto de pie inventando la palabra desde la nada: sólo en libertad se ama verdaderamente, los “papeles” son la muerte del amor….Y de la lírica a la gesta: su discurso, a la vez que épico era socialmente pedagógico, cuando relataba las huelgas y acciones en las que había sido protagonista. Su intención fundamental era enseñar cómo actuar en situaciones concretas: la huelga de ferroviarios de la CNT en la zona antequerana, en el otoño del 31, o la contundente sonora y radical huelga campesina del campo sevillano en la primavera del 32 presentaban a un Carlos no solo hombre de acción, sino estratega certero. Pero donde su forma de contar era gráficamente homérica era en el relato de la huelga ferroviaria en solidaridad con una huelga campesina del campo antequerano por la firma de las bases de la siega (junio del 36) que terminó en victoria, o cuando contaba cómo se dispuso, de Bobadilla a Antequera, la formación de una caravana de tres trenes vacíos que se llenaron en Antequera de compañeros en ayuda del pueblo de Málaga capital, que, entre los “pacos” y los militares, iba siendo arrinconado. La llegada de la expedición antequerana, provista de una buena
cantidad de tanques de gasolina iba a decidir la situación: se distribuyeron en grupos de norte a sur, oteando de dónde procedían los “pacos”; pegados a la pared se allegaban hasta el portal de la casa, donde los botes y botellas de gasolina empezaban a operar. Automáticamente, el “paco” desaparecía. Era de ver, contaba Carlos, cómo aquel reguero de portales humeantes, de norte a sur, iba dejando las calles en silencio de tiros, y la milicia espontánea empezaba a organizar la vida civil y el trabajo…. La vida de Carlos terminaba. La última vez que lo vi con vida fue en su casa. La fatiga constante le impedía ya casi todo movimiento, pero él seguía teniendo la misma entereza de siempre, la frente alta, la mirada segura y la palabra serena aunque entrecortada. En un momento determinado, me dijo: “tengo que mear y no puedo, alcánzame el orinal y ayúdame”. Le allegué la bacinilla, le retiré la colcha y la manta, él se ladeó un poquito con gran esfuerzo, le saqué el pene del calzoncillo y le puse a orinar. También ello le costaba esfuerzo. Terminada la operación, puse el orinal en su sitio y le arreglé la cama. Son cosas que los libertarios hacemos con entera naturalidad, no teniéndolas por nada excepcional Me dijo: “José Luis, esto se acaba, mi gente no puede hacerse cargo de mí ya muerto (su hijo Pedro estaba en Alemania). Hazte cargo de la situación, llevadme al local y encargaros de llevarme al cementerio”.
La familia me avisó de su muerte en el hospital. Le miré, estaba como durmiendo. Le besé en la frente y les conté a su hija y a su compañera el parlamento que había tenido con él antes de morir. Me dijeron que él se lo había dicho a ellas y que estaban de acuerdo. Hicimos que el ataúd fuera llevado a Molinos 64, lo pusimos sobre varias mesas, lo cubrimos con la bandera rojinegra y lo velamos toda la noche, hablando de él y de sus cosas y de la situación que se avecinaba para la CNT. Como a las diez de la mañana, lo cargamos a hombros y lo llevamos al Campo del Príncipe, doblamos a la derecha por la cuesta de la Antequeruela y el empinado “Barranco del Abogao” hasta las cimas de la Alhambra, de allí a la derecha, siempre a cuestas y siempre subiendo, hasta el cementerio. Dijimos unas palabras, hicimos su semblanza y con el grito “Carlos Soriano, ¡salud, compañero!” y la respuesta unánime de todos: “¡Salud!”, fue introducido en el nicho envuelto en los colores de la Confederación.