Sísifo
Para ellos la vida de un rojo carecía de importancia, era un enemigo menos a tener que soportar, con el terrible peligro que ello representaba. Hemos visto a lo que llegaron porque uno de los suyos había muerto en el frente, allí, como en todas partes, eran los otros los que debían morir, ellos estaban allí para matar solamente, matar, matar y un fraile que les confíese y un arcabuz que los mate.
Ellos eran eso, y hasta este hacer lo hacían lo peor posible, porque era realizado con la ruindad de que eran sumamente poseedores. El asesinato de tantos seres humanos, sólo porque uno de ellos había muerto, refleja bien la interioridad que los constituía. Ellos hubiesen deseado matar en la retaguardia y matar en el frente, pero aquí las balas no se paraban por muchas estampas de Jesús que en el pecho se pusieran, un trozo de cartón nunca puede parar una bala, pero esa bala ellos la hacían pagar sumamente cara, muy a pesar de haberla provocado. Los hijos de dios son así de racionales y humanos.
En nombre de la religión los patronos explotan en extremo a los trabajadores, en nombre de la religión se pueden llenar las cárceles de trabajadores que piden pan para sus hijos, en nombre de la religión se pueden hacer guerras, en nombre de la religión se puede matar impune y cobardemente a tantos seres humanos como se quiera, en nombre de la religión se puede degradar al ser humano hasta el extremo más bajo que cualquier bajo degradado desee, para ellos nunca hay límites, todo les está permitido, dios siempre estará con ellos. Tiempo hace que esta realidad comprendida fue, muy a pesar de que se empezase por no creer en la existencia de esa nulidad.
La Iglesia nunca intervino para que se terminasen esos asesinato perpetuos, para ellos siempre fue aquello de “depende quién el crimen comete y quién la víctima es”. Siempre se encontrará entre ellos el mismo y negativo proceder. Su cristianismo debe ser sumamente elástico y según es la víctima así es su cantidad de medida. Pío XII también supo muchas de estas cosas, cuando le hablaban de lo que los alemanes estaban haciendo en los campos de exterminio miraba para otra parte para que Hitler pudiese seguir haciendo su obra maestra y que engrandeciera a dios en el que este estúpido demente y sanguinario individuo creía. Ni vivo ni muerto la Iglesia lo condenaría, al contrario, protegió a todos los que pudo de sus más grandes criminales. Como se suele decir, Dios los cría y ellos se juntan, y es de ahí que la Iglesia tan cerca estuviera de todos los grandes criminales de la historia del siglo XX. Ellos siempre fueron maestros en este sangriento hacer, nunca les faltaría una hiena de estas que a su disposición se pusiera, cosa esta que ellos nunca rechazaron. La espada y la cruz siempre fueron juntas y sus bodas de sangre nunca despreciaron, supieron valorizarse mutuamente. Todo les fue bueno, ningún proceder, por bárbaro que fuese, le inspiró temor o inquietud a su conciencia. Él se adaptaba a todas las situaciones y en nada reparos tuvo. Como dijo el bien famoso y espiritual poeta Pemán¨: “Con tanto muerto en la paz del señor España resurgía. Pero el resurgir de España, decía José María Pemán en una circular a los vocales de las Comisiones depuradoras de instrucción pública, el 7 de diciembre de 1936, está en razón directa de la justicia y escrupulosidad que ponen en la depuración del ministerio. Los rojos, los individuos que integraban esas hordas revolucionarias, cuyos desmanes tantos espantos causaron, sencillamente son los hijos espirituales de catedráticos y profesores que, a través de instituciones como la llamada “libre de enseñanza”, forjaron generaciones incrédulas y anárquicas”.
José Mª. Pemán: un fuel lacayo y defensor del régimen fascista del General Franco
Después de este rebuzno, Pemán se quedó tranquilo, había demostrado lo que en realidad era. De esa mente inquisitiva salió la “sustancia” que lo constituía y que de forma tan ejemplar lo identificaba con la Iglesia y Franco.
Tanto los unos como el otro eran de esa calidad de humanidades que necesitaban. Pemán fue el fiel reflejo de esa vieja y arcaica España que de siempre la Iglesia había moldeado a su gusto e interés. Como se puede constatar las formas de expresión de este desgraciado y las por lo demás empleadas no se diferencian, han sido todas cortadas por el mismo patrón. Uniformes, tétricas, ridículas, sanguinarias y combinadas con esa graciosa fraseología de la que ninguno de ellos se puede desprender. Es sumamente espiritual y de una gran elevación intelectual cuando nos dice que: “Con tanto muerto en la paz del señor”. Desde luego, como poesía es algo deslumbrante y por la que posiblemente le darían alguna medalla. Había mucho saber, mucha ciencia en esas dulces palabras. De tantos muertos en la paz del señor resurgiría España, la España de los cementerios bajo la luna. Una España que tenía por misión efectuar una depuración total de todos esos rojos, de esas turbas revolucionaria. No nos podemos quejar, Pemán aportaba a España las luces que desde siempre había disfrutado y la habían hecho grande e imperial, como seguiría siendo. Lo más elevado de su circular, a quiénes tenían la misión de depurar bien las cosas, era decirles que todos estos malditos rojos eran los hijos espirituales de catedráticos y profesores, no eran hijos suyos ni de Millán Astray ni de Franco, sino de Catedráticos y Profesores. Ahí estaba el peligro para este animal: LA CULTURA. Estas maldita CULTURA que tanto ellos han odiado por la perniciosa labor de cultivar y liberar las mentes del veneno religioso. Es lo mismo que están haciendo esos desgraciados que nos desgobiernan, y que pruebas dan de querer continuar con los haceres que a Pemán y a los suyos tanto interesaba.
Tiempo, mucho tiempo, sí, demasiado tiempo tuvo España para comprender hasta donde la llevarían los que, como Pemán, tenían que pensar y de cuyo cerebro no podía salir otra cosa que lo que vamos comentando por haber sido moldeadas sus conciencias, si es que lo que tienen y se puede llamar tal cosa, para que a ese terreno todos tuviesen que llegar. Porque tiempo hemos tenido de constatar la concordancia expresiva que en todos ellos había (esto me recuerda el molde que Stalin le puso a todos sus lacayos, que jamás pudieron hablar sino con la boca prestada de Stalin y que tan gustosamente aceptaban). Hoy no emplean la misma fraseología de aquellos días porque la situación no es la misma, pero en la situación que hoy éstos han llegado a construir hacen lo mismo que aquellos, repiten las palabras de quien manda con la misma ridiculez de aquellos y que por mucho que de ellos se rían, quienes aun son capaces de reír, ellos persisten en sus trece con su misión de viejos y desplumados loritos. Cuesta mucho el deshacerse de ciertas herencias, por mucho que sea el espacio que las separa. Es la biología que en todos ellos ha introducido la religión y no nos debería extrañar que la unificación de pensamiento fuese la que fue, Las fotocopias siempre reproducen las mismas letras, el mismo contenido. Ellos no podían ser de otra manera.
En ese terrible “amor” que de siempre a la cultura yal saber le han tenido, no era de extrañar que se tuvieran que escuchar palabras tan monstruosas como las que vamos a ver. Eso los debería retratar para la eternidad, para que nunca hubiera una conciencia digna que hacia ellos su mirada dirigiera por lo bajo y miserables que en sí son.
“QUE NO QUEDE UN MAESTRO VIVO” en Navarra lo decían requetés y sublevados, y no hubiera quedado uno vivo en toda la España católica, nos dice Casanova, al ritmo que llevaban aplicando la orden del 19 de agosto. Las famosas comisiones depuradoras del personal docente, desde el universitario hasta los maestros de primaria. Ellos no necesitaban saber, ya hemos podido conocer de la forma en que para ellos tenía que ser el país: la cultura y el saber era remplazados por bueyes de trabajo.
Algunos de ellos decían que todo lo hecho era querido por dios. Ignoramos quién sería la abuela de éste, ya que nunca nos lo han dicho, pero a él tenían que enviarle todos los honores que, al parecer y al decir de ellos, merecía y necesitaba, aunque seguimos ignorando para que tales necesidades. Sí, el odio al maestro de escuela siempre les fue biológico, no podían oír nombrar a un maestro sin que no se les pusieran los pelos de punta. El maestro es el iniciador de lo que mañana podríamos ser en tanto que seres dueños de nosotros mismos, y a ellos esta natural y lógica propiedad nunca la pudieron tragar. El maestro venía a hincar nuestro pensamiento, a despertar nuestras posibi1idades e inquietudes y ellos bien sabemos que todo se lo han arreglado con la estupidez irracional de su religión: El Cree y no Pienses en la obra maestra de los que de siempre fueron los más encarnizados enemigos de que la libertad y el pensamiento racional.
Pero este mal hacer que sobre nosotros siempre han intentado, nunca sería para ellos, que bien sabemos que los han preparado bien en la larga carrera que la del cura es. Pero al parecer esto ya no es lo mismo, su dios pone un límite, una barrera entre sus churumbeles para que unos sepan lo que le tienen que negar a los demás. De esta diferencia en el saber ellos se han aprovechado siempre y nos han considerado como gentes que inferiores les teníamos que ser, para que ellos pudiesen ser lo que son y, sobre todo, que tenemos que ser nosotros, los ignorantes, los que deberemos pagar el saber que ellos tienen, y esto no es de hoy, corresponde a la historia, ya que bien hemos manifestado las palabras que “san” Agustín manifestara sobre aquello de que no teníamos que tener curiosidad, pero que él si la tuvo para sí. En ellos siempre encontraremos el mismo sentido de sensibilidad humana: TODO para ellos, y si migajas quedan ya veremos como nosotros las repartimos.
En el deseo de exterminar maestros y lo por ellos representado, cuando consideraron que ya habían hecho buena cosecha empezaron con los libros, lo mismo que ya habían hecho los cachorros de Hitler antes de coger el poder. De tal palo, tal astilla. Para este digno hacer exterminador parece que se distinguió el cura denominado “Don Bruno”, excelente criatura, que se jactaba de haber quemado más de cinco mil libros. En sus mentes inquisitivas había necesidad de quemar cuando ya no había más Brunos, herederos del Bruno del siglo XVI. Tenían que ir a la búsqueda de aquello que les podía recordar y continuar su obra, así los libros tuvieron que seguir el mismo camino efectuado con los seres humanos y todo aquello que los pudiese recordar.
El producto de toda esta obra cultural que ellos habían instaurado en España se vio cuando llego el momento de aquella avalancha de seres hambrientos e incultos que invadió Europa al abrir las fronteras que le había cerrado Francia; aquello que llegaba representaba la estampa de la católica y grande España. Incultos y sin oficio fueron objeto de la ironía despreciativa de no poca gente. Aun recuerdo las palabras escritas por un conocido periodista de derechas católico, que se mofaba de las mujeres españolas diciendo que sólo sabían barrer y fregar platos, que invadían Europa para quitar toda la porquería existente en los países donde se cobijaban. Ya lo he dicho, era de derechas y católico, pero no era de los que en España existían, aunque sí recuerdo bien que el angelito tenía mala leche, como generalmente solemos decir. Sí, aquella España llena de miseria y andrajos era la misma que en nuestra lejana infancia habíamos conocido. Para la España por ellos deseada no pasaban los siglos, siempre sería la misma, aquella que nos legara a Torquemada, Loyola y Balaguer, llena de conventos y catedrales y vacía de escuelas y universidades, que tanto odiaban porque en ellas se aprende ir a la búsqueda de una luz que pueda nuestro camino alumbrar y que de siempre ellos nos negaron y para ellos sólo quisieron.
Desde que tenemos un poco de conocimiento real de las cosas siempre hemos constatado que el peor enemigo que ha tenido la cultura y el saber ha sido siempre la religión. Como suelen decir los franceses: “En el pueblo hay una luz, el maestro, y un bombero, el cura. Éste nunca pudo ver a quien iba a despertar las mentes por él adormecidas”. La religión nos impone la sumisión y obediencia a dios, que es lo mismo que a ellos mismos, ya que es a ellos a quien hay que obedecer según su interés y carácter. Dios representa un espejismo al que ellos lustre sacan, y, por el contrario, el maestro nos enseña las partes más esenciales de la iniciación a la inteligencia, la cultura en la que se puede aprender la verdad de las cosas que ellos nos han negado siempre. De ahí es que cuando tienen la primera ocasión, y la tienen muy frecuentemente, como sucede en la actualidad, lo primero que podemos constatar es la acción contra la escuela. Los medios siempre los hay, y si no los hubiera ellos los inventarían, pero lo esencial es que la escuela no funcione como debiera. Ya lo estábamos viendo hoy que hasta para la investigación científica han reducido los créditos, no así para la Iglesia, que el tribunal constitucional dice que no hay que tocarla, y ellos, sin sentir vergüenza, como si fuese una ley natural que la naturaleza impone: Siempre hay desgraciados en el gobierno, ya lo hemos dicho, para demostrar su cobardía y permitir que esta indigna actitud pueda continuar eternamente, pues no van a ser ellos que cristianamente abandonen sus míseros y bajos intereses. Gomá, el cavernario Goma, se comunicaba constantemente con Pacelli para poder recibir las orientaciones y bendiciones divinas de las que tanta falta tenía. Pero se tuvieron que encontrar con una cierta dificultad en el país vasco, donde los militares tuvieron el mal acierto de fusilar a curas del país. Tenían necesidad esta pareja de negros cuervos de manifestar su “dolor e inquietud” porque los militares y compañía atacaran las muy sagradas instituciones representadas por aquellas faldas, pero tanto Gomá como Pacellli eran mucho más partidarios de que las ovejas descarriadas si no regresaban al gran corral deberían ser corregidas por quienes la misión tenían de hacerlo. Pero aquí Gomá tuvo que tocar a varias cuerdas para que las cosas fuesen un tanto secretamente enterradas. En su carta a Aguirre emplea el jesuitismo característico, pero en la intimidad, y dirigiéndose al vicario general de Vitoria, para que internamente pudiese obrar contra aquellos curas nacionalistas, que se manifestasen contra el glorioso movimiento de salvación nacional, lo que en sí tenía que representar es que estaban expuestos a soportar lo mismo que otro cualquiera de los enemigos de la grande y gloriosa España. En la hipocresía inmoral y cobarde de este individuo le decía a Aguirre en su carta cosas tan sustanciales y dignas como estas: “No han sido fusilados por el mero hecho de ser amantes de su pueblo vasco, que esto era una cosa por la que Franco y su movimiento “cristiano” nunca matarían, sino por haberse apeado del plano de santidad en el que tenían que haber permanecido”.
No hay necesidad de buscar más en la famosa carta, en estas solas palabras queda reflejado la doblez bajuna y cobarde del individuo en cuestión. Él no podía expresar sus sentimientos naturales, que todo el mundo conocía, pero que oficialmente tenía que disfrazarlos con ese lenguaje falso e indigno que tan natural en ellos es. Era así que los curas vascos no eran fusilados por ser vascos, sino por haberse apeado de la famosa santidad en que de siempre deben quedar, por mucha sangre que sus zapatos tengan. En ellos siempre encontraremos el mismo proceder bajo y ruin que quiere justificarlo todo con palabras indignas y faltas de una sustancialidad de la que siempre carecieron. De una u otra forma él tenía que defender al movimiento y a su jefe, el tan glorioso Franco.
A éste bien sabemos que siempre defendería y le haría pasear bajo palio. Era grotesco y propio de viejas añoranzas incluso entre ellos, que representaban la oscuridad del día. Ver la cara de asesino de Franco pasear bajo la protección de obispos y cardenales daba en sí la imagen de lo carcomido y nefasto del régimen y de quienes de forma tan divina lo protegían. Él no ten5ía bastante con ir a misa todos los días y confesarse a cada momento, ya que para eso tenía un capellán a su servicio, no tenía necesidad de molestarse, había que cuidar a esa cara de niña momificada que era la suya. No es de extrañar que en el exterior de España fuese tan respetado y apreciado por sus grandes cualidades de buen político y mejor cristiano, que estuvo firmando penas de muerte hasta poco antes de morir. Ya lo dijo, no podía sorprender a nadie. Su escuela había sido África, y como hiena de aquellos lares se tuvo que comportar.
Líos siempre tuvieron los perros amaestrados para su defensa. Frente a las protestas que hacían los católicos franceses sobre los crímenes que se hacían en nombre de Jesús, según Jacques Maritain era rey del perdón y la caridad. Frente a estas simples palabras que tantos católicos pronunciaban en el extranjero, sobre todo en Francia, que de siempre ellos habían odiado, salió Ramón Serrano Suñer, el cuñadísimo, y lanzó contra los judíos. Los portadores de odios y racismos no podían tener respeto para nadie, fuese quien fuese, si a su miseria moral no complacía. La ratita de Suñer tenía que injuriar también a los judíos, olvidando que su Jesús lo fue y que fue su dios quien tomó como pueblo protegido y preferido al pueblo judío.
A esta calidad de basura siempre les sucede lo mismo, carentes de todo respeto y humanismo lanzan sus paladas de cieno en la primera ocasión que se les presente. Suñer, con estas palabras, demostraba lo que en sí era y de él se podía esperar, aprovecharía la posibilidad de que siendo ministro de Exteriores, y cuando sus amigos los nazis ocupaban Francia, tuvo la muy cristiana idea de conseguir que sus amigos alemanes, y también los franceses, le entregasen las cuatro personalidades que bien conocidas eran para ser fusiladas en España. Los cementerios bajo la luna serían permanentes en todo el país, pero ellos necesitaban más sangre, les era vital, sin ella no tenía objetivo su existencia. La ratita de Suñer, y lo que él y su cuñadito representaban, no se podían mantener sin que la sangre humana corriera a sus pies. Aquellos cuatro hombres fueron vil y cobardemente fusilados, pero ninguno de ellos claudicó frente a la muerte, pero ellos si se echaron el desprecio e indignación de su sed de venganza, cosa esta que siempre les inspiró. Es así como ellos siempre han considerado que se va construyendo el sendero glorioso que nos llevará al reino de dios. Ignoramos cuándo, cómo y para qué este será dado, ya que nunca fecha ponen para la realización de sus supersticiones, lo que si vemos de forma continua es que ellos son como los conocimos, cuanto más fango y lodo tienen, más contentos y gorditos están, puede que para ellos eso sea lo que tanto nos anuncian y que nosotros no logramos observar. Puede que nos falte el olfato que ellos siempre demostraron tener para esta calidad de cosas y haceres.
Causa un efecto desolador, amargo, repugnante y degradante el ver a toda esta gente militar, con sus pechos llenos de grados y condecoraciones, arrodillarse frente a uno de esos “representantes” de dios. Nunca comprenderemos la imperiosa necesidad que dios tiene de tantas humillaciones, de tantos pecadores, de tantos seres a quien perdonar por algo que él mismo ha introducido en su interior y que podía haber evitado. Pero es muy ilustrativo y cultural el ver a esos pobres diablos besando una mano para que dios de ellos tenga cuenta. Se comprende que en el Vaticano hay solamente un modelo de capa clerical, porque la que llevaba el nuncio apostólico en 1956 era del mismo modelo que la que llevaba Pacelli, en 1918, en Munich.
Siendo nuncio apostólico se tuvo que enfrentar con los Espartaquistas, cuya vista le inspiraría un odio eterno hacia aquellas hordas revolucionarias que a molestarlo se atrevieron. Hay una imagen saliendo de su palacio en la que llevaba esa misma capa y su gesto clásico de soberbia inquisitiva, cuyo sentimiento tantas veces demostraría. Sí, Pacelli fue duro como una piedra de pedernal y despreciativa, que conservaría hasta el último momento de su vida. Con aquel mentón duro y sus ojos de fuego, sería el máximo representante de esa negra institución, cuya soberbia inquisitiva nunca conoció fin, y hoy ahí la tenemos, escuchando a Rouco y Camino comprenderemos lo que de esas mentes se puede esperar. Ya hace tiempo que los conocemos, pero siempre de ellos aprendemos algo, pero desgraciadamente no nos sucede como a Diógenes, que moría aprendiendo, pero cosas gratas y eficaces, mientras que nosotros, de esta colectividad nunca aprenderemos nada de lo que nosotros mismo aprender quisiéramos. No pueden enseñarnos porque su enseñamiento es lo que estamos combatiendo por representar lo que tantas y tantas veces hemos manifestado.
Como Casanova nos va narrando, la vida carecía de valor para los salvadores de la patria, ignoramos qué es lo que pensarían, si es que capaces fueron de pensamiento tener, cuando tantas y tantas vidas humanas tenían necesidad de sacrificar para vivir. No comprendemos el mundo que querían construir eliminando a todo aquello que hubiese debido construir el edificio en el cual ellos tenían que vivir, no se comprende como sembrando tantas y tantas vidas inmoladas por todo el espacio del país éste se podía recuperar. Así hemos podido constatar la cantidad de décadas necesarias para su recuperación física, ya que las morales, en el día de hoy, parecen innecesarias para quienes los dueños del cotarro son. Luego, cuando cansado y desesperado el pueblo se levante y queme una iglesia, pondrán el grito en el cielo pidiendo castigo y no comprendiendo el por qué de este hacer que ellos mismos han fomentado a lo largo de sus míseras existencias. En ellos siempre existirá el deseo de dominación, de humillación y degradación de los seres humanos, todo esto unido a un feroz deseo de venganza, que siendo tan cristiana como es, no puede dejar de ser tan cruel y sangrienta. Observemos lo que Casanova nos dice sobre un simple hecho “En Galicia mataron también a un ex sacerdote, Martin Usero Torrente, que se había secularizado en 1928 como capuchino, estuvo en Cataluña, en Hispanoamérica y en Asia. Tras el sacerdocio se afilió al PSOE, intervino desde el balcón del Ayuntamiento de el Ferrol el día de la proclamación de la República y dejó su huella en la comarca en actividades sociales y culturales. Fue fusilado en la población en la que residía, el 20 de agosto de 1936. Quemaron sus libros y su biografía, que estaba escribiendo, sobre sus sesenta años de vida”.
La vida valía menos que una patata, decía un vecino de Marinos al recordar aquellos años de terror caliente. Sí, es lo que siempre hemos pensado, y estamos manifestando aquí; para ellos, la vida de los demás jamás tuvo precio. Pero claro, era la vida de los otros, no la de ellos, que sagrada consideraban, cuando tanta sangre había esparcido. No creo que haya sido el primer clérigo que ellos fusilaron. El sentido de la baja venganza siempre lo tuvieron muy acentuado. Para ellos, no se podía aceptar que uno que en el seno de la Iglesia había estado pudiese abandonarla de forma tan despiadada. Es un terrible crimen que no puede quedar impune, que merece el mayor de los castigos y que ellos estaban ahí para efectuarlo. No, nos es posible que tal sacrilegio pueda quedar impune, la ofensa a la divinidad debe ser vengada y de manera ejemplar. Fue así que este hombre sería sacrificado por el sólo hecho de haber dejado los hábitos.
Continúa…