¡Miradles bien!¡Mirad fijamente sus caras! Tienen la misma expresión en el rostro de quienes cruzaron la frontera francesa en febrero de 1939. Ahora son yemeníes, iraquíes, afganos, pakistaníes, sirios que vienen a Europa… Entonces fueron catalanes, valencianos, andaluces, navarros, aragoneses, riojanos… camino de lo desconocido, camino del desarraigo, camino de un porvenir muy incierto y profundamente amargo en la Francia de Daladier. Su destino: ¡Argelès-sur-Mer!.Hoy, otro camino, lleno de agua y barro, conduce a un sobrecogedor campo de refugiados, su nombre: ¡IDOMENI! Lugar de vidas truncadas, de vidas que son desplazadas con el empleo de gases lacrimógenos, o con la acción brutal de centenares de policías helenos armados hasta los dientes. Personas que esperaban la mano tendida de un mundo, llamado Occidente, que dice ser el verdadero defensor de los Derechos Humanos, pero que, en la práctica diaria, entrega a políticos corruptos la custodia de esas indefensas y vulnerables vidas. Y me pregunto: ¿Cómo la Unión Europea puede dejar en manos de un gobierno antidemocrático y con ramalazos fascistas, la custodia de miles y miles de refugiados que huyen del terror de las guerras y del drama del hambre y la pobreza? ¿Cómo se puede entregar, sin que se les caiga la cara de vergüenza, miles de millones de euros y concesiones políticas para su entrada en la Europa de los 28, a un Estado donde las libertades más elementales brillan por su ausencia? Es repugnante que los gobiernos de una zona tan rica como la Unión Europea, con más de 500 millones de habitantes, no sea capaz de acoger de forma inmediata a unos cuantos cientos de miles de personas que huyen del terror, del genocidio sirio, y que ese Occidente que tanto se pavonea de ser el guardián de los valores que tienen que ser imitados por el resto del mundo, tenga como ideario en su actuación política frente al drama humano, que representa la situación de los refugiados
en tierras europeas, aquello de “ojos que no ven, corazón que no siente” (léase acuerdo bilateral de la UE con Tur-quía),y expulse de sus territorios, con la brutalidad y contundencia que lo ha hecho, a decenas de miles de hombres, mujeres, niñas, niños y ancianos, que lo único que buscan es vivir en un sitio seguro y empezar una vida mejor, una vida digna para ellos y sus descendientes. En otro tiempo fuimos nosotras y nosotros quienes atravesábamos fronteras, quienes éramos maltratados en campos de Internamiento, pero que en realidad eran auténticos lugares de lento exterminio en el Sur de Francia. ¿Es que ya no nos acordamos de nuestras abuelas y abuelos que tuvieron que sufrir las horribles situaciones de Argelés- Sur Mer, Le Vernet, Gurs, Bacarés, Prats-de-Molló. Pasando fríos, hambres, vejaciones, humillaciones; donde todos ellos y ellas fueron vilipendiados, mal alimentados y concentrados en zonas descampadas y alambradas, siendo auténticas cárceles al aire libre; vigilados por soldados coloniales marroquíes y senegaleses. Miles de refugiados fueron, finalmente, deportados para combatir en las filas del nazismo alemán y del fascismo italiano. No nos acordamos ya de que más cerca de cuatro millones de españoles fueron emigrantes en Europa y otros países, en las décadas de los 50, 60 y 70. Aquel Argelès-sur-Mer, tiene hoy otro nombre: Idomeni; pero las consecuencias fueron y son las de siempre: injusticias, sufrimientos, amarguras infinitas, vidas sin un futuro digno y una enorme rabia contenida contra quienes todo lo ven bajo el prisma del dinero, del egoísmo insolidario tanto personal como colectivo. E por ello que hoy quiero decir muy fuerte, con todas las fuerzas que aún me quedan: ¡Argelès-Sur- Mer! ¡Idomeni…! SIEMPRE ESTARÉIS PRESENTES EN MI CORAZÓN. Y termino diciendo: ¡Todos los exilios son el mismo exilio! ¡Todas las fronteras son la misma frontera! ¡Todos los sufrimientos son el mismo sufrimiento