Bruno Servet

Con la compra de un diario de ámbito nacional e internacional, en el mes de junio de este año, se incluía un folleto de 32 páginas en el que la Iglesia Católica, Apostólica Romana (ICAR) hacía público el desglose general de sus ingresos y sus gastos. Una parte del coste de dicha propaganda confesional católica corre a cargo de todos y todas las que hacemos la declaración de la renta y pagamos los muchos impuestos que el Estado, de manera forzosa, impone millones de súbditos de la corona borbónica. Es por ello que he querido traer, a estas páginas de Orto, algunas de las reflexiones que el gran pensador ateo, Paul Heinrich Dietrich –Paul Henri Thiry (barón de Holbach), que nació en 1723 en Edesheim, Palartinado alemán, y murió en París, en 1789, en vísperas de la revolución francesa. Su libro El cristianismo al descubierto, es uno de los ensayos más demoledores contra la falsedad de la doctrina basada en Cristo-Jesús.

Una de las muchas ideas-reflexiones-afirmaciones que aporta Holbach, al hablar sobre la moral cristiana, es que si nos basásemos en los doctores de los cristianos, antes del fundador de su secta, el mundo entero estaba lleno de tinieblas y de crímenes. Sin embargo, la moral ha existido siempre, una sociedad sin moral no puede existir. Ya en Sócrates y Confucio hay máximas que están a la altura de las del Mesías de los cristianos. En el paganismo se encuentran multitud de ejemplos de equidad, humanidad, templanza, desinterés, paciencia y sosiego, que desmienten lo afirmado por los cristianos. Antes de ellos ya existían virtudes mucho más reales que las que vino a enseñarnos. Y el gran Holbach se hace la siguiente pregunta: ¿Hacía falta que un Dios hablara para mostrarles  que los seres que viven juntos tienen necesidad de amarse y prestarse auxilio mutuo? Perdonar a los enemigos, ¿no es la consecuencia de una grandeza de alma que nos da ventaja sobre quienes nos ofenden? Los cristianos no han perdonado nunca a sus enemigos. Ni los judíos lo hicieron en el Antiguo Testamento, su Dios les incitaba a exterminarlos; ni lo han hecho los cristianos del Nuevo Testamento (Franco y sus secuaces escribían abiertamente que había que exterminar a quienes no pensaban como ellos). Holbach defiende que la razón es suficiente para enseñarnos nuestros deberes hacia los seres de nuestra especie.

La idea de un Dios severo y cruel  causa en el espíritu una impresión más fuerte y profunda que la de un Dios bonachón. Por ello, los verdaderos  cristianos se han creído casi en la obligación de mostrar un gran celo contra aquellos a quienes han supuesto enemigos de su Dios. Si a ello añadimos el factor de interés monetario y de poder hegemónico, la cosa llega hasta los genocidios cometidos contra cátaros, judíos, españoles no católicos, y un largo etcétera, a lo largo de siglos y diversos lugares del mundo, como ha ocurrido a finales del siglo XX en diversas comunidades del África Central. Todo en la Biblia parece anunciar al cristiano que sólo se puede agradar a la divinidad por medio de un celo furioso, y que ese celo es suficiente para justificar ante sus ojos todos los crímenes cometidos en su nombre. Así pues, los cristianos desde que tuvieron poder lo hicieron sentir a quienes no mantenían las mismas opiniones que ellos sobre todos los puntos de su religión. Según Holbach, la religión que presumía traer la concordia y la paz, desde hace 20 siglos ha causado más sangre que todas las supersticiones del paganismo. Bajo un Dios sanguinario, se convirtió en un mérito derramar sangre humana. El espíritu de persecución y la intolerancia son propias de una religión que se cree emanada de un Dios celoso de su poder y que ha ordenado formalmente el asesinato. Por lo tanto, en un Estado cristiano los súbditos deben ser más sumisos a los sacerdotes que a los propios gobernantes. Ya desde la infancia (la ICAR no renuncia a las clases de religión en las escuelas públicas) se ha aprendido que es mejor obedecer a Dios que a los hombres. Pero obedecer a Dios no es otra cosa que obedecer a los sacerdotes. Dios no habla por sí mismo, sino que lo hace por su Iglesia, y su Iglesia es un cuerpo de sacerdotes (en la ICAR no hay sacerdotisas, sólo limpiadoras de iglesias). Esta Iglesia tiene, como no podía ser de otra manera, una doble moral: cuando son señores, es decir, tienen poder absoluto sobre la comunidad, sea creyente o no, entonces predican  la sumisión, pero cuando se creen perjudicados en sus intereses, sobre todo económicos o de poder, entonces predican la insumisión y la revuelta. Sacan el “Santo” Cristo del Poder, de manera encubierta o no, obligan a los poderes civiles y militares a que les hagan las labores sucias de represión, torturas y asesinatos.

Holbach, el primer filósofo sistemático de la historia, termina su capítulo sobre la moral cristiana con dos apuntes que ponen el dedo en la llaga de la situación del cristianismo en España, Portugal e Italia a finales del siglo XVIII, y que son de una rabiosa y sorprendente actualidad. Holbach, escribe: “En España, Portugal e Italia, donde ha fijado su morada la secta más supersticiosa del cristianismo, los pueblos viven en la ignorancia más vergonzosa de sus deberes; el robo, el asesinato, la persecución, y el desenfreno se llevan su apogeo y todo está lleno de supersticiosos. Hay pocos hombres virtuosos, y la misma religión, cómplice del crimen, proporciona asilo a los criminales procurándoles medios fáciles para reconciliarse con la divinidad”. “En los países donde se jactan de poseer un cristianismo en toda su pureza, la religión ha absorbido tan completamente la atención de sus seguidores, que éstos desconocen por entero la moral y creen haber cumplido todos sus deberes desde el momento en que muestran un apego escrupuloso a las minucias religiosas, totalmente ajenas al bienestar de la sociedad”. Aquí, durante la guerra civil, de 1936-39, y después, por la noche los fascistas mataban a las personas y por la mañana iban a la iglesia para que el cura perdonase sus pecados, y durante la misa se daban golpes en el pecho para que “Dios” les perdonara también. Esta es la moral de los que editan esos folletos para que todos veamos sus muchas “obras de caridad”, pero que en la práctica apoyan a quienes un día sí y otro también comenten injusticias con los más pobres de la sociedad.

Nadie puede poner en duda que la ICAR en España es un  verdadero poder fáctico, que en ocasiones  actúa desde la sombra, y otras, la mayoría de las veces, de manera abierta y contundente en favor de sus múltiples intereses tantos económicos, religiosos como de poder. Llegando a movilizar a sus feligreses en manifestaciones multitudinarias, fletando autobuses desde cualquier rincón de España para ir a la capital del reino, en protesta por lo que consideran que va en contra de su hegemónica presencia en la sociedad española. Intentando con ello conseguir doblegar la voluntad de los gobernantes si se atreven a legislar de manera diferente a cómo ellos entiende las cuestiones cotidianas, tanto en la vertiente de carácter social (aborto, matrimonio entre las personas del mismo sexo, etc,)  o económica (subvención a través del IRPF – nada menos que un 0,7 % por cada declaración a favor de la Iglesia- ,  Presupuestos Generales del Estado y ONG´s de su misma ideología). Cómo no va a ser un poder fáctico una organización que cuenta con 23.071 parroquias, 18.813 sacerdotes, 57.531 religiosos, 819 monasterios y 2.600 centros educativos católicos (son datos de 2014), 15 universidades con 85.381 alumnos, 9.062 centros sociales y asistenciales, 104.995 catequistas. Esos centros educativos católicos cuentan con 103.179 docentes. A ello hay que añadir 25.660 profesores de religión, y 3.501.555 alumnos inscritos en clase de religión.

Así pues, a lo largo de sus 32 páginas la ICAR va desgranando sus actividades, y de paso mostrando su poderío organizativo. Para la pastoral penitenciaria cuenta con  2.504 voluntarios, 723 parroquias e instituciones colaboradoras, la que se refiere a la pastoral de la salud la realiza mediante 16.626 voluntarios y agentes, 63.000 personas enfermas y familias acompañadas en domicilio.

La doble moral de la Iglesia católica española es patente cuando en su propaganda, pagada en gran parte por todos y  todas las contribuyentes, afirma que “la Iglesia encuentra en cada persona un reflejo de la grandeza de Dios”  y “realiza una multitud  de iniciativas de caridad”, añadiendo “No importa la cultura, la religión, ni la condición social de quien está necesitado de ayuda”. Que contradictorias son esas palabras con las del arzobispo  de Valencia  Antonio Cañizares. El cual discriminaba a los refugiados entre los que eran “trigo limpio” y los que no lo eran. ¿Qué había pasado para saber dicha distinción? ¿Se le había aparecido la famosa palomita con triángulo en la cabeza para darle información de primera mano? Eso es información privilegiada y eso está condenado por el código.

Quizás haya pasado desapercibida una idea que he puesto entre comilldo más arriba, se refiere a la gran cantidad de obras de caridad que realiza la Iglesia. Así es, la ICAR no lucha por la justicia, ni por conseguir que las personas no dependan de sus obras de caridad, la Iglesia no lucha contra quienes hacen posible que ella tenga que hacer caridad, sino que siempre ha estado y está al lado de los que son la causa de dicha caridad eclesial. Quienes sí han estado con los pobres han tenido el rechazo de la jerarquía eclesial y han sido perseguidos y asesinados por los que apoyan a la Iglesia Católica, ya sea bajo el capitalismo salvaje “democrático”, o bien con dictaduras que no han respetado los derechos humanos.

 

 

 

 

 

 

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