Sísifo
Todos habían sido amaestrados, tan brillante y humanamente, por Millán Astray y más tarde por el enano de la venta. Igual que Yagüe, como anteriormente hemos tenido la posibilidad de conocer por sus propias palabras, eran todas aquellas glorias de los espadachines de la época, para quienes los valores reales de la cultura, la inteligencia y el respeto a los demás nunca en ellos tuvo lugar. Eran mentes especiales para la misión que se les destinaba, sobre todo cuando se trataba de un pueblo sin armas. Todas esta fieras eran las que la Iglesia necesitaba y con quienes ella tan gratos momentos pasara cuando miles de herejes eran lanzados al infierno para que, como en los hornos de Hitler, allí bien consumiditos quedasen y no pudiesen oponerse a la bondades divinas. En Yagüe había una negra interioridad, que más tarde se encontraría en las SS alemanas cuando las tierras de Rusia invadieron. En esta clase de monstruos hay una interioridad que sólo necesita el momento para demostrar de lo que son capaces de hacer.
Pero a quienes las décadas ya van pesando en demasía hemos tenido la posibilidad de ver de la forma y manera en que la Iglesia siempre se ha encontrado junto a todas estas fieras. Nunca se ha opuesto a ellas. Incluso cuando al tristemente célebre Pacelli (Pio XII) se le presionaba para que hiciese algo sobre lo que en Alemania se hacía, volvía la cabeza para el otro lado, Pero claro es, Pacelli siempre fue un adorador de la férrea disciplina que durante tantos años él pudo constatar que allí existía al haber estado en Alemania como nuncio apostólico. Él sentía una viva simpatía por todo eso y trataba de dar la impresión de que nada sabía, cuando bien sabemos que de siempre el Vaticano ha sido el mejor informado de todo lo que en la tierra sucede, ya que cada curita informa de su parroquia todas las semanas. Este era un jesuitismo cobarde de los muchos que de ellos se puede esperar.
Ya lo hemos mencionado, y lo deberemos manifestar tantas veces como necesario lo consideremos para que la conducta histórica de este nefasta colectividad quede bien grabada en la mente de los seres humanos, que el general de los jesuitas le propuso a los sádicos asesinos de la SS aquel famoso pacto que contra Rusia se debería hacer y que la infantería de la Iglesia siempre fue detrás de los alemanes para evangelizar a la Rusia ortodoxa. No es un simple hecho que por accidente de la vida puede suceder entre los seres, no, es un conducta largamente meditada y concordada entre la Iglesia y lo peor y más bajamente ruin pueda existir sobre la Tierra. Que no se espanten dentro y fuera de la Iglesia por la dureza de estas palabras, que repetimos hoy y que, ayer, dijimos porque ahí está la historia en la que entraron para nosalir mientras que haya seres que las quieran rememorar y que NADIE pude desmentir porque son veraces. Comprendemos lo que estas palabras pueden representar para seres que de buena voluntad en esa estafa moral crean, pero de ello no somos responsables, que si mal se sienten pidan aclaraciones y responsabilidades a quienes de ello responsables fueron, aunque bien pensamos que no serán pocos los que nos digan: eso fue en el pasado, hoy no existe. Lo mismo que decía ayer con lo que el día anterior había hecho.
Pero los extremeños que tuvieron la posibilidad de escapar a la matanza ya mencionada creyeron poder encontrar un refugio en Portugal, pero olvidaban que este era un país dominado por el muy católico Oliveira Salazar, que tantos y tan buenos servicios había prestado a Franco desde los primeros momentos. Le fue fácil continuar con este miserable hacer cerrando la frontera a los que de la muerte querían escapar. El que pasaba la frontera era entregado a Franco para que le arreglase las cuentas, y como bien nos dice Casanova, en la noche del 20 de agosto serían fusilados aquellos que habían tenido el atrevimiento de querer escapar a la muerte divina.
El muy católico Portugal debería seguir el instinto que a todos ellos guiaba: la
eliminación de todo aquel que se quería liberar de la justicia divina imperante en
España. Salazar, como buen hijo de dios ya había hecho en su propio país lo que dios
manda a todos los suyos: la limpieza de quienes con él de acuerdo no esté, no podía dar asilo a quienes de sus amigos deseaban escapar, los entregaba para que fusilados fuesen y así el problema estaba totalmente finalizado. La muerte los llevaba junto a la gloria de dios y no podían pedir mayor premio a su vida de viejos pecadores, dice Casanova, en este relato tétrico y sanguinario. El fuego los consumió par que no quedara nada. “Todos los asesinados tuvieron el mismo trato judicial, el fuego los consumió para que no quedara de ellos ni rastro”. Se lo contó un sacerdote a Mario Nieves, un joven periodista del Diario de Lisboa, uno de los primeros testigos de cómo había quedado la ciudad tras la entrada saco de las tropas de Yagüe. Los muertos eran tantos, le dijo el cura, que no era posible darles sepultura inmediata. Solo la incineración masiva conseguiría evitar que los cadáveres se pudrieran. El 7 de agosto acompaño a Nieves al cementerio, habían derramado gasolina y centenares de cuerpos ardían. El sacerdote, consciente de que el espectáculo desagradaba a Nieves, le explicó, con toda claridad: “Merecían esto. Además, es una medida de higiene indispensable”.
Como se puede constatar, cosa que ya sabíamos, los carniceros de Yagüe, que fue uno de los más sanguinarios chacales de Franco, no tenían reparos en sembrar la muerte. Estaban amaestrados para esa muy cristiana y humana labor. Por otros muchos conductos se supo la dimensión de aquel crimen terrible. Yagüe no era un ser humano, sino una hiena sanguinaria, que cuanto más sangre derramaba más satisfecho estaba, era una de esas alimañas que jamás satisfechas está, como jamás lo estuvo el enano de la venta. Era con monstruos de esta especie con quien mejor siempre se entendió la Iglesia para que “limpiaran” de infieles la tierra. El asesinato, cobarde y vil, que ellos efectuaron en Badajoz era de lo más bajo y sádico que ya sabíamos que ellos eran capaces de hacer. Había que matar, matar y matar hasta que no quedase una sombra de los malditos rojos. A esa raza maldita había que exterminarla, si no había sepultura, si la tierra no era suficiente, quedaría el fuego purificador, que higienizaría el ambiente divino. Los seres humanos ya no eran tales, había que encender las hogueras para que sirvieran de ejemplo. No había tierra para enterrarlos, pero eso no importaba, lo esencial era matar, matar y matar, que para una alimaña como Yagüe era lo que más le podía agradar, la muerte era su siembra y cosecha, el no sabía hacer otra cosa, ya que era lo que le habían enseñado sus muy cristianos patronos.
Como podemos observar, los nazis no inventarían nada con sus hornos, los hijos de dios les mostraban que ellos eran más aventajados e inteligentes, no necesitaban ni los hornos, un poco de gasolina y una cerilla. De tal palo tal astilla, todos ellos llevaban el crucifijo en el pecho, y bien sabemos con la frecuencia que los jefes a misa iban para que su conciencia bien estuviera con dios. JAMÁS éste les pediría cuentas, por muy grandes que sus crímenes fueran, se comprende que el espectáculo de la sangre le era grato y en nada se sentía molesto por la cantidad de sangre que pudiese ver correr, la prueba la tenemos en las cortas palabras de ese delicioso cura, que venían a confirmar lo que de siempre la Iglesia fuese. Toda la miserable hipocresía, que le da cuerpo al cuento, queda bien reflejada en “MERECÍAN ESTO”. Ahí quedaba plasmada la calidad de su cristianismo y las grandes bondades divinas. Eso lo merecían por el sólo hecho de haber defendido su dignidad de hombres y considerarse con el derecho de sustentar una idea, la suya, no la por esos miserables impuesta. Pero para los hijos de dios el pensar es ya un pecado mortal que la santa Iglesia no permite.
Y que aquellos que consideran poder pensar lo hacen contra el orden divino y deben soportar sus consecuencias. Esa ha sido siempre lo que ellos han pensado e impuesto con todas las consecuencias. Ya hemos tenido más de una ocasión de poderlo constatar y mientras que ellos existan SIEMPRE harán lo mismo, porque esa es la sagrada misión que la divinidad les diera.
Es debido a tantos valores como de siempre nos mostraron que han tenido la muy sagrada misión de organizar ese acto repugnante de canonización que celebraron en Tarragona. Lo anteriormente mencionado nunca lo tuvieron en cuenta ni responsabilidad sintieron por ello. Si en los momentos que la sangre corría como ríos nunca nada vieron, no lo van a reconocer después de tantas décadas pasadas, pero si hay que valerse de las víctimas, que ellos mismo provocaron, para mover la daga en la vieja herida, les es indispensable el color de la sangre, sin ella no pueden vivir y cuanto más mejor. Ya hemos visto la exclamación del curita: “LO TENÍAN MERECIDO”, ese ha sido siempre el mejor bálsamo que a mano tuvieron para todos los males que ellos mismos han provocado. La conciencia siempre les fue desconocida para esparcir esclavitud y sangre, nunca de ella necesidad tuvieron y sin ella vivieron bien y bien gorditos. Como los cerdos en el estercolero.
Pero para que la obra de cristianización fuese completa los legionarios y regulares, cuerpos sangrientos y bien amaestrados para matar árabes en Marruecos, no conocieron un cambio de residencia de lugar, ellos donde pudiesen estar, estaban para matar, matar y matar. Y así sucedía con los centenares de heridos que en los hospitales había. Como ya hemos mencionado, y que había hecho Weyler en Barcelona, en 1909: “he dado orden de cerrar cárceles y hospitales y sólo dejar abiertos los cementerios”. Es allí donde ellos siempre sembraron sus mejores simientes en espera de que las cosechas tuviesen que ser como las que por todas partes ellos han cosechado, porque para ellos otras nunca las hubo. Por muchas que pudiesen ser las montañas de cadáveres sabían bien que dios se lo perdonaría, se confesaban y el cura u obispo le darían el perdón que les permitía continuar con más fuerza sanguinaria. Cuanta más sangre se esparcía, más satisfechos estaba dios.
Pero claro es, continua Casanova, la cosa no podía quedar ahí, las mujeres también tenían que soportar el castigo divino por haber sido esposas de terribles herejes indispuestos con dios. Aquellas que estaban en la maternidad fueron sacadas de allí y violadas, martirizadas y asesinadas sin que dios pestañeara. Aquellos gloriosos legionarios tenían todos los derechos dados por dios, al que ellos defendían contra la marranalla roja. Poco importaba quienes fueran ni la calidad de personas que pudiesen ser. Cuanto más valía un ser humano con más saña y satisfacción lo degollaban. Sobre todo si olían que en él pudiese haber un poco de cultura, a la que tanto han odiado siempre. España tenía que continuar como siempre, como también hoy, la más inculta e ignorante del mundo. Como cuando yo era niño, que no sabíamos leer pero teníamos que saber rezar bien y aprender todas las estupideces que esos cuervos querían introducir en nuestras infantiles cabezas. Si hubiese que hacer mención de todo lo que 1a Iglesia ha hecho siempre a lo largo de su historia, ignoramos si se podría encontrar un ser que tal trabajo completo hiciera, porque no creemos que en una vida tuviese suficiente tiempo para cumplir con su misión. Le faltaría el tiempo.
Si hubiese un historiador, acompañado de un poco de filosofía, sería sumamente interesante el que se nos presentara una historia general de todas estas glorias nacionales que a disposición de la Iglesia estuvieron. Sus condiciones intelectuales y humanas serían sumamente instructivas y se haría una estampa de las que quien tal conociera, no la podría olvidar. Podríamos conocer causas y consecuencias de los dramas que han ido constituyendo la historia de nuestro país. Sería un buen estudio sobre los valores que nos constituyen para saber quién nos acompaña y que con tanta frecuencia se nos impone. Un simple repaso mental a la ligera nos aporta un panorama desolador y del que no podríamos obtener otros hechos que los que conocidos nos son, no puede haber otros porque todos ellos INCAPACES hubiesen sido de otra cosa hacer. Cuando con una cierta pausa se piensa en esos animales el mundo de Dante nos parece vivir, y por mucho que nos preguntemos por causas y razones nos encontraremos siempre en el mismo lugar de partida. No encontramos razones para que esos cerebros pudiesen obrar como siempre lo hicieron y nos encontramos impotentes al tener que constatar que su diminutiva materia gris se niega a nuestros razonamientos aceptar. El círculo se cierra y no existen razones humanas que les puedan hacer comprender la negatividad de su proceder.
Pero es que esta triste realidad no fue solamente ayer, la tenemos presente en nuestros días, con los políticos de pacotilla que en, la actualidad, tenemos en el poder. Empezando por Rajoy y terminando por el último monaguillo, todos nos cuentan la misma canción, como si los demás disminuidos fuésemos y no pudiésemos comprender lo que nuestras vidas son. No tienen reparos en afirmar lo que sabemos es falso y que luego es destruido por los demás y, sobre todo por las realidades, que por mucho que ellos la logren desfigurar, al fin termina por hacerse conocer en toda su crudeza. No hablan con menos animalidad que los del pasado, pero las consecuencias son idénticas, en consonancia con los momentos en que vivimos. Parece como si sus mentes hubiesen podido ser moldeadas en molde diferente al que los demás tenemos, y que les permite tan frescamente salir y contarnos lo que nosotros en sí vamos sufriendo pero queriéndonos hacer aceptar que no es nuestra impresión la que es la adecuada, que no comprendemos, que nos negamos a comprender sus “razones”. Los hay que cuando están callados es cuando mejor hablan, porque cuando hacen uso de la lengua es para decir disparates, que causan la risa de los demás, pero ellos se creen inteligentes y están contentos. Cuando se les quita el biberón ponen el grito en el cielo al no comprender su eterno sacrificio por una patria desagradecida, que ha tenido el mal gusto de darles a ellos de comer mientras que los demás nos quedamos en ayunas.
Debido a ese estado mental, que en algunos momentos podemos encontrar multiplicado en ellos como si en serie industrial hubiesen sido fabricados, podemos constatar la concordancia expresiva que había entre los chusqueros y los sallones. NUNCA tuvieron en consideración al pueblo. SIEMPRE le han negado el derecho de decidir por él mismo. Para las chusqueros era una falta de obediencia a la bestialidad que les caracterizaba, para la Iglesia una desobediencia a la voluntad divina. A los primeros, que no han conocido otra vida que el interior de un cuartel, no se les puede pedir otra cosa que la obediencia, a la que de siempre sometidos han estado y sometido a los demás; pero estos de las sotanas son muy falsos, muy hipócritas y muy jesuitas, aunque ahora, con el Opus Dei, han encontrado el zapato a su medida, ya no están solos y la competencia les será dura y de pocos afectos cristianos. Esta gente, que tan falsa es, nos quieren siempre imponer sus intereses, de negra mafia, en nombre de lo indemostrado y que sin razones veraces y lógicas, que entendidas pudiesen ser, tratasen de exponer algo diferente a lo que viejamente conocemos. Como hemos relatado, que anteriormente decía el físico: “Llevamos miles de años hablando de lo mismo sin que hayamos llegado ninguna conclusión”. Con la Iglesia no hay fin posible, porque si tuvo un principio, ya lejano, se niega a tener un fin que merecido de viejo tiene. Se mantiene en pie por la fuerza, ya que la razón siempre les faltará.
No pensamos que este problema de orden moral y humano pueda tener solución con la Iglesia. Esta siempre reconocerá sus viejos intereses, cubiertos con el manto de la hipocresía que de siempre los cubrió. Este problema, del que depende el porvenir de la humanidad, no se puede resolver intentando hacer comprender a la Iglesia las realidades que la constituyen ni los derechos que los demás tenemos. Esto es una cosa que a ella no le interesa, sacándola de sus intereses el resto queda para nosotros. Lo que de siempre ha beneficiado a esta mafia negra ha sido la cobarde colaboración de todos los estados, y digo bien, de TODOS, porque los llamados socialistas hacen lo mismo que las derechas: le dan a la Iglesia lo que ella quiere. Hemos mencionado, en alguna ocasión, el caso de Zapatero, sediciente socialista, que le ha dado a la Iglesia más millones que las propias derechas. Lo estamos viendo en la actualidad, con la terrible crisis que pasa Europa, y que la Iglesia se niega a conceder un céntimo chico de lo que ella considera que hay que darle para que continúe viviendo bien mientras en la miseria el pueblo se encuentra, y en la que más de un millón de familias están en una terrible situación de no poder dar pan a sus pequeños, pero la Iglesia de los pobres es la más alta de todas las colectividades financieras, con bancos propios y toda clase de lujos para sus mandatarios. Esta contradicción moral y humana nada le hace a ellos, porque se consideran como si dueños tuviesen que ser de lo que a todos nos pertenece, son capaces de despojarnos hasta del último trapo para de él apoderarse, aunque lo tengan que tirar por inservible. Con la Iglesia hay que cambiar de actitud y plantear, clara y enérgicamente, nuestra forma de actuación, en la que haya más decisión y menos lagrimeo. Nuestra desgracia es que quienes desearíamos tener la posibilidad de ello no podemos, nos falta la cultura indispensable, y a los que tiene esta cultura les falta la personalidad adecuada para presentar el problema en los términos que merece. Un padre de familia no puede privar a sus hijos de pan para que una colectividad de depredadores pueda vivir e imponerle lo que a ellos les interesa. Con esta calidad de gente suceden las dos cosas, primero, hay que alimentarlos, y, más tarde, que nos impongan lo que a ellos sus intereses ordenen y como aquí estamos comentando, en la primera ocasión que se les presenten tengan el sagrado placer de eliminarnos. Es necesario que aprendamos a ser simplemente SERES HUMANOS, con la capacidad y FORTALEZA para que sepamos ocupar el puesto que nos pertenece y lo defendamos contra ellos y esos políticos sin principios, que son los mejores cómplices que de siempre ellos han tenido. Nos es indispensable la concienciación de las mentes para que la personalidad humana sea capaz de saber los límites en que esta se pone en peligro por aquellos a los que siempre la conciencia les faltara.
Nosotros no le hemos negado nunca a nadie el derecho a su existencia, cosa que ellos han hecho siempre, pero esa existencia debe ser producto de su conducta. Libres consideramos a quienes creyentes se consideran de vivir sus sentimientos, pero no a costa de los demás. Creo que es el quinto mandamiento, que ellos mismo han constituido, en el que dice: “Comerás el pan con el sudor de tu frente”. ¿Por qué no se ajustan a lo que ellos mismo nos dicen a los demás? ¿Por qué deber moral tenemos que ser nosotros quienes a ellos el buen jamón demos, privando a nuestros hijos del indispensable pan? Esta interrogación no es la primera vez que ha sido expuesta, ni tampoco la última, pero bien sabemos que, como de costumbre, ellos respuesta no darán. Ellos nada quieren saber de las cosas y peticiones humanas, sólo quieren el sustento que de siempre han recibido y que no están dispuestos a perder, como bien vemos a todo lo lago de estas líneas, que, aunque mal hilvanadas, sólo reflejan la veracidad de un sentir que trágicamente de siempre hemos conocido.
Nos consideramos con el derecho de poseer y, por consiguiente, de defender, aunque de siempre la Iglesia ha considerado que ese derecho es de ellos porque ellos así lo han considerado, y que nosotros debemos de estar sometidos a los mandamientos divinos que ellos, y solamente ellos, puedan determinar. Como siempre constataremos, el pez sigue comiéndose la cola y con ellos NUNCA podrá imperar la razón de nuestras propias existencias. Ignoro, como es natural, lo que en la mentes de quienes la alta cultura tienen puede suceder, pero siempre mantendré la inmensa responsabilidad que sobre ellos pesa en el conflicto que la mente y los derechos humanos tienen entablado con esta negra colectividad, con la Araña Negra, como ya hace más de un siglo Blasco Ibáñez diría. Si en siglo XX han sucedido muchas y graves cosas, y una de las que más nos puede inquietar es la de la pérdida de la conciencia y la personalidad de mucha gente. Es muy duro el tener que reconocerlo, pero es REAL, y siempre se ha considerado necesario conocer las realidades para saberlas tratar, y no soslayarlas como en la actualidad se hace. Demos las vueltas que demos, siempre nos encontraremos con esa cabeza viperina que siempre se alzará frente a nosotros. Esta palabra me trae a la memoria la impresión que me hizo cuando el famoso Pacelli, Pío XII, se puso la triara de tres pisos, con aquella boca dura que tenía y los ojos monstruosos que le acompañaban, y que daba la impresión de una enorme y devoradora víbora. Sí, Cervantes nos lo dijo bien: “Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”. Y bien vemos que, desgraciadamente para la humanidad, no será mañana que dejaremos de toparnos con ella. Quienes sin conciencia siempre se han encontrado no dejarán de encontrar seres míseros, como los que aquí vamos mencionando, que a su disposición se pongan en este mercado de reses colgadas en los ganchos de las carnicerías por ellos regentadas. Sí, es al conjunto de la conciencia humana que nosotros deberemos llamar para que este estado, tan inmundo, de cosas pueda terminar y no debamos siempre vivir con el temor de que una mañana cualquiera un mísero carnicero de la legiones ponga mal las botas y sea la conciencia general que las consecuencias deba pagar. Se impone una meditación, pero una meditación serena y profunda, en la que cada cosa quede en su lugar y un lugar haya para cada cosa. Es por ello que indispensable es que ellos vivan en su casa, construida, sustentada y alimentada por ellos, si es que quieren tener autoridad moral para de ella hablar, ya que es puramente indigno el hablar continuamente de un hogar como propio cuando son los demás que lo mantienen en pie. Esto, como se diría por mis lare, es de cerdos. Que no se inquieten, de nuestro hogar, desde muy antiguo, siempre fuimos capaces de mantenerlo en condiciones que ruinosas no fuesen, y cuando en buenas condiciones no podíamos sustentarlo era porque para mantener el de ellos marchaban la mayor partes de nuestras fuerzas y posibilidades, pero dejemos, aunque momentáneamente fuese, estas naturales constataciones, hijas de lo que no hubiésemos querido conocer y vamos de continuar, en compañía de Casanova, para recordar lo que fueron los HECHOS de estos santas varones, que de tantos y sangrientos pecados deberían tener que confesarse frente a quien ellos, con tantos fervor falsamente expresado, dicen poseer:
“En la madrugada del 25 de noviembre, de 1937, fusilaron, en las tapias del cementerio de Zaragoza, a Mariano Esteban, de Molina de Aragón. En la capilla de la cárcel contó, en tono de queja, que la culpa de su fusilamiento la tenía el cura de su pueblo porque, unido a alcalde, dio malos informes de él, siendo así que la guardia civil los dio por favorables y buenos. Mariano Esteban se confesó, muy devotamente, y se confesó con recogimiento y prisa. Según los datos que constan en el registro era “auxiliar cocinero”, tenía veintisiete años y murió como tantos otros, por herida de arma de fuego.
“Cuanta ignorancia hay en el cerebro de algunos curas, se preocupaba el padre capuchino. ¡Cuánto daño ha hecho ciertos clérigos a la República de cristo!”. Y luego, si llega una revolución, y matan a un sacerdote, ¡ah!, entonces somos mártires del cristianismo y quieren que el cristianismo y la Iglesia los defienda y los eleve al honor de los altares. ¿Esos tales son mártires? Si ellos son los que provocaron la matanza. Brutalidad y revancha, eso es lo que mostró el clero en Huelva. Los militares entraron en la ciudad el 29 de julio de 1936 y emplearon agosto y la primera quincena de septiembre en ocuparla. En ese corto espacio de tiempo, y en los dos meses siguientes, acabaron con 2.296 personas. Es muy probable, además, que la mayoría de los 20.827 asesinatos, que constan sin fecha de fallecimiento, fueron también en esos momentos”.
Sí, ellos habían sido quienes el drama habían iniciado, con los objetivos que bien conocidos nos eran, pero la desvergüenza, que tan natural les fuera, les permitía la continuidad en el mal hacer de querer siempre presentarse como las víctimas de la hoguera que habían encendido. Su sed de venganza y sentido sanguinario los llevaría a situaciones que dejarían de ser humanas. Esto se ha podido constatar en todos los lugares en que ellos llegaron a dominar de una o de otra forma. Ya hemos visto lo que sobre Huelva caería. Para ellos, las miles de víctimas carecían de importancia. Llegaron a un estado tal de demencia criminal que se puede decir que fueron los que escuela hicieron para que los nazis cometieran las atrocidades que bien conocidas son. Pero es necesario decir que estos hijos de dios, y su muy “Santa Iglesia” le sirvieron de maestros, le indicaron el camino a seguir. Todos ellos tuvieron el mismo cristo, la misma Iglesia, y no podían tener otros resultados que los que aquí estamos mencionando. A todos ellos los une el mismo hilo conductor, el de una religión integrista y totalitaria.
El 18 de octubre de 1936 se celebró en Tafalla un masivo funeral por la muerte, en el frente, del teniente de requetés Julián Castiella. Tras el funeral hubo una manifestación que se dirigió a la cárcel para linchar a los presos. La guardia civil lo impidió. Una comisión de vecinos carlistas se dirigió a las autoridades para que ante el clamor popular conseguir el permiso de fusilamiento.
En la madrugada del 21, un numeroso grupo de requetés, del tercio móvil de Pamplona, llegó a la cárcel y leyó la lista de los que iban a ser trasladados. Según la investigación efectuada, algunos de ellos se negaron a salir, siendo obligados a punta de pistola. El autobús paró en Morreal, en el término denominado. Varios curas se encontraban en el lugar confesando a quienes lo deseaban. Un teniente mandaba el pelotón de fusilamiento y tras la descarga un uniformado les daba el tiro de gracia.
Aquí se puede constatar la forma y manera en que ellos entendían lo que ellos mismos consideran como “justicia”. Nada había que tal deseo de asesinato pudiese intentar justificar. Uno de los suyos había muerto en el frente. Se comprende que la imagen divina que los requetés se ponían en el pecho no funcionó y como tantos miles perdió su vida. No había nada que lo justificase, pero había que matar, que matar y que matar. Siempre aquellas bestias repugnante permanecían sedientas de sangre y la Iglesia estaría permanentemente de acuerdo con ellos, en casos parecidos nunca se opuso al crimen, jamás llamaría a las bondades divinas, al amor tan cristianamente ensangrentado. ¿Por qué la Iglesia siempre permanecía indiferente frente a la SANGRE DERRAMADA? Siempre daría la impresión de que le era totalmente indiferente mientras que alguno de los suyos víctima no fuese. En ese momento los cuervos levantarían el vuelo para ensordecer la mente humana.