En más de una ocasión, el tema de los incendios forestales ha sido tratado en la editorial de Orto. En varias de ellas nos preguntábamos el porqué de los mismos y quiénes eran los verdaderos instigadores de dichos incendios, ya que más del 96% de los mismos son debidos a la acción humana, la cual, en su inmensa mayoría, es totalmente intencionada.
Si la situación, en general, es muy delicada, por los factores que intervienen en la causalidad de los incendios en nuestros montes y bosques, el cambio legislativo que se ha producido ha contribuido de manera clara, sin paliativos, al aumento de la cantidad de incendios que se están produciendo en los últimos años. Un cambio en la legislación, por parte del Partido Popular, ha llevado consigo que se vuelva a prácticas que no se daban con la legislación anterior, en lo que se refiere a la utilización de las zonas que han sido arrasadas por el fuego.
Cada verano los incendios forestales recobran protagonismo y generan una lógica alarma social, porque devoran bosques, arrasan el medio rural y ponen en peligro vidas humanas, además de quemar viviendas y locales de todo tipo. Y ello es debido a que, cada vez más, están aumentando los llamados GIF(Grandes Incendios Forestales). Al año se producen de media 14.500 incendios. El total de siniestros registrados, hasta el 26 de agosto de 2016, es de 11.899, es decir, un 18% más que el año pasado por esta misma fecha. Sólo en 15 días del mes de julio, se produjeron un total de 20 grandes incendios. Se llama gran incendio cuando la superficie afectada es superior a 500 Ha. Los incendios han aumentado en los últimos diez años. Las Administraciones han realizado escasos esfuerzos para acabar con las
causas y motivaciones de los incendios forestales. Los incendios se deben mayoritariamente a la quema de rastrojos y a la obtención de suelo para pastos. La prueba de esto último fue la gran cantidad de incendios durante el otoño (época poco propicia para que se produzcan y menos en la cornisa cantábrica) promovidos por los propios ganaderos, como denunciaron trabajadores dedicados a las tareas de extinción de los incendios forestales, en esa zona del norte de España.
Los medios de comunicación y las autoridades del Ministerio de Medio Ambiente y Agricultura, no se cansan de repetir que lo que ocurre es debido, fundamentalmente, a las altas temperaturas, al elevado grado de sequedad de los bosques y montes, junto a los fuertes vientos que dificultan las labores de extinción de los múltiples incendios. Pero la cruda realidad es otra muy distinta. Lo que ocurre es que tenemos unos bosques y montes listos para arder. La triste realidad es que en España “somos” muy buenos apagando incendios, pero sin embargo no se apuesta por la prevención. Es, perfectamente, posible hacer las cosas de otra manera: recuperando desde hoy mismo los muchos usos de los montes y luchando contra el abandono que, una y otra vez, prende la llama de los grandes incendios. Sólo será posible evitar el impacto de los grandes incendios si las diversas administraciones apuestan por la recuperación decidida del uso de los montes. El actual abandono ha dejado a todos nuestros bosques ¡listos para arder!
No se trata de llenar de cortafuegos las grandes masas forestales que tenemos en el país, se trata de que nuestros bosques y montes estén vivos, y para ello hace falta: ganadería extensiva y trashumancia; montes de socios; una iniciativa colectiva contra el abandono; un uso energético de la biomasa para que el monte sea rentable; usar el fuego contra el fuego: quemas prescritas. Estas y otras muchas medidas son planteadas por
diversas organizaciones ecologistas, y, como siempre, el Ministerio da la callada por respuesta.
Los incendios, sobre todo los GIF, tienen un gran impacto ecológico muy negativo sobre el suelo, la vegetación, la biodiversidad, el paisaje, el clima, etc. Es por ello que hay que apostar por un futuro en el que los humanos vivan en armonía con la naturaleza. Sólo una pequeña parte del sector forestal español vela por la conservación sostenible del monte. Aún no se ha reaccionado de manera contundente ante el problema de los incendios, ya que la solución a la pérdida de suelo ha sido la repoblación con especies de relativo crecimiento y de alta inflamabilidad, pino y eucalipto, y con miras económicas de algunos sectores productivos, y no como elementos útiles para la contención del deterioro de montes y bosques.
Tenemos en nuestro país (cada vez más desértico) una realidad medioambiental insana, desequilibrada y peligrosa. Realidad a merced de los muchos intereses económicos, unas veces ocultos y otras veces no tanto. El fuego nos está jugando unas muy malas pasadas, y hay que reaccionar ante ello con un cambio radical del modelo de ordenación y gestión del monte, el cual sea sostenible y respetuoso con la conservación de la biodiversidad. Es verdad que el tema es complejo y no tiene soluciones simples. Las causas y condiciones que hacen posible, hoy día, los Grandes Incendios Forestales (GIF) son muy complejas y están interconectadas, pero la solución no está en poner parches, que no sirven para ir por el buen camino, sino para perpetuar la gravísima situación de nuestros ecosistemas vegetales. Situación que afecta no solo a los humanos, sino a todos los seres vivos que componen los diversos hábitats que comparten con nosotros el territorio común.
Entendemos oportuno terminar esta editorial con un resumen muy breve sobre las causas o condiciones que están detrás de los GIF, y los de menos
cuantía de hectáreas. Señalamos aquí sólo cuatro: a) directas o inmediatas: vienen dadas por hechos, acciones o fenómenos puntuales, que son el origen de un incendio forestal. Se dividen en causas naturales (rayos, chispas eléctricas producidas por las tormentas, la actividad volcánica, etc) y causas antrópicas (negligencia, accidentes y actos intencionados). b) estructurales: factores que pueden influir de manera importante en el comportamiento y propagación de los incendios, los cuales dependen de factores intrínsecos del medio natural y/o del entorno socioeconómico. c) permanentes: aquellas que dependen de factores naturales, y sobre las que no tenemos capacidad de modificación o control directo e inmediato (orografía, vulcanismo, clima y características de la vegetación natural). d) modificables o controlables: son aquellas que dependen, sobre todo, de factores socioeconómicos y de la conducta de las personas y que podemos, en cierta medida, modificar, controlar o contrarrestar (negligencias, accidentes, igniciones intencionadas, exceso de carga combustible en el territorio, deficiencias en los medios y dispositivos de prevención y extinción, ocupación y urbanización de las zonas rurales, falta de información en la población, sensibilización y participación social y la reducción de los nacientes de agua).