J. Fernando Redondo Menéndez
O mucho nos equivocamos, o conforme a la ya tradicional alternancia en el poder de los partidos políticos que en España representan la izquierda y la derecha, lo que toca ahora es que gobierne el PP. Para nosotros, que lo haga con ayuda o no de Vox (como se discute) es indiferente ya que ambos, juntos o por separado, se dedicarán a aplicar minuciosamente las medidas neoliberales que sin tapujos exponen en sus respectivos programas electorales. En materia económica, tales medidas reducirán los impuestos para los ricos, aumentarán de facto la carga fiscal que soporta el común de la gente (pues de lo contrario los ricos no podrían pagar menos), y sobre todo, y principalmente, supondrán nuevos recortes a los ya muy mermadísimos derechos del común de los/as trabajadores/as (los que trabajamos por cuenta ajena). Y la excusa será la de siempre: facilitar la creación de empleo y apoyar el fomento de la libre empresa.
Estamos, pues, en los albores de una nueva Reforma Laboral. Un nuevo pacto a tres bandas (Gobierno, empresariado y sindicatos más representativos) que, a buen seguro, nos deparará, como todos los anteriores, mayor precariedad en el empleo (temporalidad, discontinuidad, etc.) y mayor inestabilidad (nuevas causas de despido e indemnizaciones por el mismo simbólicas o nulas). Desde luego, no hay como conocer el pasado, para poder anticipar el futuro. Si el estómago nos lo llevara, en vez de trabajar 7 horas y media en una cabina acristalada de 2×3, lo haríamos en un despacho de augures, quiromantes y adivinos…

Por cierto, hablando del pasado…
En las tres primeras décadas del siglo XX, el Capitalismo creyó que el Movimiento Obrero podía llegar a amenazar su existencia en un momento dado y se aplicó a reprimir éste con toda dureza. Como último recurso (y con la vista puesta en maximizar beneficios, a la vez que suprimía derechos laborales y a sindicalistas disconformes), recurrió a amparar (y alimentar a la chita callando) al nacionalismo más ultra y patriotero: el de corte fascista. ¡Solo que el autómata cobró vida propia! El fascismo, sin que nadie lo hubiera previsto, pasó de ser unaespecie decorporativismo de cuatro exaltados, a convertirse en un fenómeno de masas revestido de unas ansias expansionistas y totalitarias verdaderamente peligrosas. El perro acabó mordiendo la mano de su amo. Sólo en última instancia, el Capitalismo apostó por preservar las tradicionales democracias burguesas representativas y, bajo la cobertura de esta particular forma de articularse el Estado, continuar explotando las posibilidades que aún podían brindarle.
Por supuesto esta decisión no fue casual, sino causal. La causa fue el triunfo de la Revolución Rusa, el nacimiento de la Unión Soviética y más decisivamente que la URSS, a la vez que aplastaba el fascismo nazi, se erigiera, al término de la II Guerra Mundial, como una gran superpotencia.
La mística de todos los partidos de la Europa occidental, que se auto ubican en el espectro de la izquierda, socialdemócratas y eurocomunistas principalmente, sostiene que estos evolucionaron desde sus originales posiciones maximalistas para acabar adoptando otras mucho más “modernas”, más adecuadas a unos tiempos en los que lo que tocaba no era el conflicto ni la revolución social, sino el acuerdo, el diálogo, la concordia… posiciones que ayudaran, en definitiva, a la recuperación demográfica y a la reconstrucción de todo lo que a nivel material la guerra se había llevado por delante. La mística de estos partidos sostiene que ellos, y sólo ellos, contribuyeron a generar, en Europa Occidental, un nuevo tipo de democracia, la Democracia Social. Es decir, un tipo de democracia caracterizado por el acceso universal a derechos como la sanidad, la educación y las pensiones públicas. Sólo por eso, dejar atrás los viejos clichés ideológicos (o sea, el marxismo-leninismo), al parecer, habría merecido la pena.
Nosotros, sin embargo, no lo vemos así…
No hay un término en español -ni en ninguna otra lengua europea- que traduzca fielmente la palabra japonesa karoshi: muerte súbita por accidente cardiovascular debido a sobreesfuerzo laboral.
Infinidad, multitud, cantidades ingentes de trabajadores y trabajadoras de toda Europa occidental y del Este murieron durante los años 40 y 50 (en hospitales, en sus casas, y a veces de pie derecho en sus propios puestos de trabajo), de karoshi, de sobreesfuerzo. Normalmente cobrando salarios de miseria, soportando condiciones más que penosas, inhumanas, y a menudo “disfrutando” de unos derechos laborales (cuando existía alguna regulación de los mismos) que no eran sino puro papel mojado. ¡Ah! Y todo ello con la connivencia de los partidos democráticos de izquierda presentes en la mayoría de los parlamentos occidentales europeos y de la estrecha colaboración de sus sindicatos dependientes, los cuales, por supuesto, fueron abundantemente subvencionados para que sus líderes aseguraran a toda costa la paz social…
De esta manera, con el sacrificio ideológico de unos pocos, y el sudor y la sangre de muchísimos otros, el Capitalismo entró en la década de los 60 en un ciclo de expansión que, rápidamente, se tradujo en desarrollismo y progreso material. Las generaciones de los que nacimos en los años sesenta y primeros setenta del siglo pasado, estamos marcadas, justamente, por el contraste de la vida de esfuerzo (y de miedo y de represión, en el caso de España) que llevaron nuestros padres, y la vida de relativo bienestar, apertura mental y creciente libertad que nosotros empezamos a experimentar a partir de la muerte del Tirano y de la instauración en nuestro país de una democracia burguesa parlamentaria al uso.
¿Y bien? ¿En qué punto nos encontramos ahora?
Ahora vivimos las etapas finales del ciclo de contracción que ha venido experimentando el Capitalismo desde mediados de los años 70 del siglo pasado. En buena lógica (la Historia nos lo enseña así) esta etapa de crisis que vivimos debería dar paso a un nuevo ciclo de expansión donde las innovaciones tecnológicas y productivas (la nanotecnología, la computación de datos, los materiales bioartificiales, la implantación de procesos industriales informatizados, y otras muchas cosas que apenas hoy apuntan) constituirán el motor de un crecimiento económico y productivo que determinarán multitud de cambios sociales actualmente inimaginables.
Esa es la teoría. Pero hay un problema…
El Capitalismo, para nosotros, vive sus últimas fases de desarrollo. Todo crecimiento, en último extremo, se sustenta sobre la explotación de los recursos naturales. Ahora bien, ¿podrá la Tierra soportar las consecuencias -a escala planetaria- de un nuevo ciclo expansivo del sistema capitalista? ¿Acaso no está -aquí y ahora- el clima del planeta amenazado y con él, buena parte de las formas de vida en la Tierra e incluso la civilización humana misma tal y como la conocemos?
¿A qué se dedicarán los indios del Amazonas cuando esa selva sea talada y reducida a una reserva natural? ¿Se convertirán en actores para dejarse fotografiar por los turistas? ¿Qué harán los noruegos cuando la corriente del Golfo se interrumpa y deje de calentar sus fiordos? ¿Se vendrán todos a vivir a las urbanizaciones de la Costa del Sol? ¿Qué pasará con los subsaharianos cuando la temperatura media de sus países aumente un par de grados y arrase con sus cultivos y ganados? Pasará lo que ya está pasando ahora: embarcarán en precarios esquifes y pondrán desesperados rumbo al Norte…
El Capitalismo no es ninguna entelequia. Son personas al frente de grandes corporaciones multinacionales. Son grandes empresarios con tantísimo poder, dinero, contactos e influencias que pueden permitirse el lujo de elevar políticos y dejarlos caer, determinar la política de los gobiernos, y en última instancia, decidir sobre el destino de los países y sus gentes. Son personas profundamente egoístas que, aun poseyendo nacionalidad, no tienen más patria que su cartera. Son personas, finalmente, que también son conscientes de la incertidumbre del futuro que ellos, con su proceder, están abriendo.
Pero lo cierto es que no ven y no quieren ver la forma de parar o de dar marcha atrás. Por eso, y como es evidente -para asegurar su propia autoperpetuación- planifican y ejecutan dos medidas que encierran la virtualidad de hacer que nada cambie, que todo siga igual mientras a ellos no les convenga generar cualquier asimetría. Básicamente descritas, esas medidas son la represión y el condicionamiento.
Pero cuando África sea inhabitable, no es seguro que el Mediterráneo, los muros de contención o los fúsiles sean suficientes como para detener las posibles avalanchas humanas que podrán producirse. Por otro lado, ocurre que el condicionamiento (mediante Internet, televisión, publicidad, la escolarización ordinaria y los medios de información en general) es bastante efectivo para alienar las mentes… pero no tanto los sentimientos. Mucha, mucha gente, sin saber por qué, podría empezar a sentirse mal y a reaccionar de formas insospechadas, aun no necesariamente violentas.
Por eso el Capitalismo, o mejor, los capitalistas que manejan sus engranajes vuelven a echar mano de un recurso que ya conocen y utilizaron en el pasado: el fascismo. Los fascistas nunca desaparecieron, siempre han estado ahí, sólo que ahora toca remover el caldero de la mierda…
Hablamos, no obstante, de un fascismo del siglo XXI, de un fascismo que no tiene como objetivo manifiesto quebrar el sistema democrático-burgués, sino que, por el contrario, afirma respetarlo. Con este objetivo: infiltrarse en él y con el tiempo llegar a dominarlo…
¿Estamos exagerando?
El fascista Trump, por ejemplo, modelo para todos los mandatarios europeos -o aspirantes a serlo- de su misma cuerda, no se limita a amenazar con aranceles a diestro y siniestro. También amenaza con anexionarse Groenlandia (como Hitler y Mussolini consumaron la de los sudetes checos y la de Albania, respectivamente, luego de manifestar sus intenciones), y amenaza con liderar una “internacional del odio” contra cualquiera que él considere enemigo de sus empresas o las de sus amigos, o sea, de Estados Unidos -queremos decir- o sea, de “América”, como él y los suyos dan en llamar al país norteamericano.
Por otro lado, tenemos al fascista Putin, una especie de zar redivido, que parece empeñado justamente en volver a hacer de Rusia el país que era territorialmente hablando antes de la Guerra Fría e incluso antes de la Revolución de Octubre. Y no olvidemos a Xi Jinping, el mandarín chino, quien se frota las manos ante la posibilidad de que la guerra de Ucrania acabe con un acuerdo para repartirse el mundo con Trump y Putin en 3 esferas de influencia: América y el Pacífico para EEUU, Europa y el Mediterráneo para Rusia, y el Extremo y Medio Oriente para China, quedando el África subsahariana para quien quiera depredar sus restos.
Trump y Putin, dos mandatarios supuestamente democráticos, coadyuvan en el común objetivo de apoyar a las fuerzas más reaccionarias y ultranacionalistas de la Europa. La Unión Europea es poco más que una unión de comercio, pero como quiera que aún preserva en su estructura social rastros de la integración y relativa igualdad que, en su día, con tremendo esfuerzo, sus trabajadores contribuyeron a levantar, a Trump le molesta. Como le molestan al monstruo de la ópera todos los espejos. Trump no quiere que nadie pueda cuestionar (por comparación) los EEUU que él quiere y está construyendo: un país ultraliberal y ultranacionalista, sin regulaciones para los empresarios y sin controles para sus actividades. Por tanto, el campo de caza ideal para quien quiera emplear trabajadores y sacarles los cueros. No solo a través del trabajo que desempeñen, sino también haciéndoles pagar por la educación de sus hijos, la sanidad de sus enfermos, la asistencia de sus ancianos y el ataúd donde al final acaben enterrados,
A los anarquistas, en este momento histórico, se nos dice que no molestemos, que nuestro momento ya pasó (justo como en la Francia de posguerra los miembros del PCF les decían a los compañeros del Exilio).
Nosotros, por el contrario, pensamos que el Anarquismo y los anarquistas, hoy más que nunca, somos necesarios. Y si se nos apura, hasta imprescindibles.
¿Quiénes, sino nosotros, proclamamos la necesidad de no delegar la propia responsabilidad en manos de sindicalistas y políticos profesionales? ¿Quiénes, sino nosotros, afirmamos la conveniencia de desarrollar la conciencia personal para que el cambio social al que aspiramos pueda de verdad realizarse? ¿Quiénes, sino nosotros, abogamos por la solidaridad y el apoyo mutuo para hacer frente a las necesidades colectivas?
Vota, doblégate, renuncia, soporta. Haz todo eso si quieres. Pero cuando te canses, busca, únete, aprende, lucha. Todo lo que tienes que perder es nada. Todo lo que tienes por ganar es un mundo mejor.